Emma
Actualidad
— Oficina del señor Hamilton, habla Emma Wood ¿Con quién tengo el gusto de hablar?
Repito lo mismo por décima vez en la mañana. No es que me molestase mi trabajo, al contrario, era buena en lo que hacía, pero hoy era uno de esos días donde no tenía energía.
— Señorita Wood, me comunico de la oficina del señor Simmons para confirmar la reunión de mañana a las once.
Mis dedos se mueven buscando la agenda entre la pila de papeles que dejé sobre mi escritorio. Observo los post-it de mi calendario y afirmo.
— Confirmada, se hará con normalidad —miré las demás reuniones —, cualquier eventualidad le informaremos.
— Muchas gracias, que tenga buenos días.
— Buenos días.
La ciudad se encontraba sumergida en el constante ruido de los autos, ese que se apagaba en el último piso del gran edificio que era Astracán textil, gracias a sus vidrios aislantes.
Me levanté para ir por café, mis pies sonaron contra el mármol reluciente del hall. Toda la pared frontal estaba hecha de vidrio y ahora, mientras tocaba los botones de mi cafetera, no podía evitar ver por este.
Me imaginé a las personas que se encontraban abajo. La forma en que se preocupaban solo por ellos mismos. No se daban cuanta del perrito que estaba en la acera con hambre o el hombre pidiendo ayuda.
Esos que vi en la mañana antes de entrar a trabajar.
No, ellos simplemente viven a mil por minuto, dando importancia a cosas tan básicas, como lo es un celular.
— Tal vez debería llevarme ese perro a casa —observé de nuevo —, parece estar perdido.
Me acerqué para abrir la ventana y dejar que entrara el aire. La paz del interior se acabó por completo cuando una mezcla rara de gritos anunciando comida y diarios, se tiñe de pequeños insultos que se terminaban fundiendo con el claxon de varios vehículos.
Cada una de esas cosas se encontraban algo apagadas por la altura y sumergidas dentro de la nube de smog. El sonido del viento y algún que otro pájaro era lo único que podía llegar a escucharse con claridad desde el piso sesenta del formidable edificio con paredes de vidrio en el que me encuentro.
Mi trabajo.
El timbre del teléfono vuelve y resoplo. Hoy es uno de esos días donde no para de sonar. Astracán textil, es una de las mejores empresas exportadoras de telas, se encuentra en el puesto número dos del ranking mundial, con más de cincuenta terrenos con materia prima propia y un promedio de tres mil empleados, repartidos en cada uno de estos.
Conocida por su trato humano y la calidad en sus productos, Astracán marca tendencia dentro del mundo de la moda.
Su dueña, la Señora Alissa Hinault, fue la creadora de este gran imperio, y digo fue, porque lamentablemente falleció el año pasado dejando a su único nieto Theo Hamilton, como su heredero, es decir mi actual jefe.
Coloco el café en las tazas, la mía, esa que me regaló Oliver hace un año, luego de descubrir mi fascinación por una nueva serie policíaca. Luego la de mi jefe, es blanca, simple, sin nada más que el material de porcelana.
Mis manos se mueven tomando todo lo que necesito para llevarlo a su oficina y volver a mi escritorio. Coloco las galletas de limón que le gustan y dejo unas de avena para mí.
El teléfono vuelve a sonar y atiendo con mi inalámbrico.
— Oficina del señor Hamilton, buenos días, mi nombre es Emma Wood, ¿Con quién tengo el gusto de hablar? — la voz de locutora apareció.
Mis amigas siempre se burlaban de mí por eso. Todo el tiempo decían que cuando llamaban a la empresa o alguien de allí me llamaba a mi teléfono particular, automáticamente ponía mi voz de locutora sexy.
Un tono que según ellas no adquiero cuando alguna de ellas me llama, de hecho, se burlaban de mi voz en esos momentos, diciéndome que parecía nana Fine cuando ellas me hablaban y luego actriz erótica cuando llamaban del trabajo.
Puras patrañas.
— Emma, cariño —la voz de la madre de mi jefe suena del otro lado —, necesito hablar con mi hijo, ¿Me lo pasarías, por favor?
— Señora Hamilton, que gustó escucharla, espéreme un segundo que la comunico.
Mis pies se mueven con la bandeja para tomar el auricular y ponerla en espera, si entro ahora me será imposible mentirle, en caso de que mi jefe me haga hacerlo.
Él siempre lo hace.
Marco el número de interno del señor Hamilton y este responde automáticamente.
— Señorita Wood.
Su voz ronca suena del otro lado de la línea, Theo siempre parecía tener la voz perfecta para esto, se imponía, hablaba seguro y daba la sensación de ser duro, pero era una buena persona.
— Señor Hamilton, tengo a su madre en la línea dos —un breve silencio.
Me quedé esperando que hablara. Mis ojos fueron a la mesa de madera donde descansaba mi desayuno. Mi estómago gruñó y escuche una maldición.
Subí mis cejas, nunca lo había escuchado hablar de esa manera.
— Muchas gracias, pase la llamada, por favor.
— Claro.
Hago lo que me pide, lo conecto con su madre y cuelgo el teléfono. Mis ojos vuelven a la puerta antes de tomar aire dejando que mis pulmones se llenen por completo.
— Será un largo día.
Si hay alguien que pone de mal humor a mi jefe, esa es su madre, todas las semanas lo llama y todas las semanas pone su tolerancia y temperamento en juego.
Es como su hobby preferido poner de mal humor a su hijo y condenar a todos a un estrés sobrehumano.
Sobre todo, a mí.
Theo no es malo, al contrario, es el sujeto más decente que he conocido, se dedica a su trabajo, sonríe cuando te ve y saluda en cada ocasión que debe.
Pide, por favor y da las gracias, más de lo que hacen algunas personas en la vida diaria. No tengo quejas, es lo que se conoce como el "jefe de tus sueños", porque todos sueñan con un jefe así, pero pocos tienen la oportunidad, o, mejor dicho, nadie la tiene.
Debería consultar con más personas sobre eso.
Tomé aire, agarré la bandeja y pasé a su despacho luego de golpear y que me diera permiso.
— Porque sigue sin ser tu asunto.
Su voz salió seca y cargada de protesta. Estaba enojado, su mirada ya no tenía aquel tinte cálido, ahora se veía rudo, enojado e incómodo.
— Mamá, no importa cuánto quieras insistir en eso, si sigues molestando, no atenderé más tus llamadas —pasó la mano por su rostro y dejó la taza en su escritorio —. Estás siendo molesta, no me interesa, chau —giré para irme —, no se vaya señorita Wood.
Theo era encantador, hasta que su madre entra en escena y todo rastro de paciencia y amabilidad se esfuma tal y como llegó.
En alguna que otra ocasión ella directamente aparece por la empresa. En cada una de esas situaciones lo hace con una muchacha.
¿Por qué con una muchacha? Es simple, lo quiere emparejar con ellas, pues le reclama nietos, familia y un sinfín de cosas más.
No es que hurgue en la vida de mi jefe, ellos gritan cuando se ven.
Digamos que la señora Hamilton no acepta que su hijo siga soltero, es por eso, por lo que trata de programar almuerzos, cenas y demás con alguna chica que conoce por sus amigas o hasta mujeres que se ha cruzado en un supermercado.
Si mi madre me hace eso la mato, o lo hace mi hijo. Sí, seguramente mi hijo acabe con su abuela por ponerme pareja.
— ¿En qué puedo ser útil señor Hamilton?
Sus ojos se van a mi rostro un momento para levantar la mano. Sus iris grises se ven perturbados mientras se cierran. Llevó su mano al puente de su nariz, simplemente pone los dedos ahí y suspira.
— Mi madre va a matarme, solo provocándome dolores de cabeza.
Era un poco exagerado, pero la verdad lo entendía, también a su madre. No la culpo, es raro que alguien como él esté soltero, Theo es lo que se conoce como “EL HOMBRE”.
Ojos grises como el acero, cuerpo trabajado, no al punto de explotar los botones de la camisa, pero sí, para dejar notar sus pectorales marcados, hombros anchos y caderas estrechas.
Su mandíbula cuadrada siempre llevaba la sombra de una barba incipiente, su cabello oscuro daba envidia, espeso, algo largo y sedoso.
Invitaba a querer pasar la mano por él, tantas veces como fuera posible, también por su cuerpo.
— ¿No está siendo un poco duro con ella? —esta era yo justificando a la mujer que me hacía galletas.
— Señorita Wood, el hecho que mi madre la soborne con comida, no quiere decir que pueda defenderla.
Abrí y cerré la boca, no tenía una respuesta válida para eso, para nada de lo que pudiera decirme con respecto a eso, sobre todo porque ahora su mano se movía directo a una de mis galletas.
— Oiga —me quejé.
— ¿Qué? —mordió —, son de mi madre, las hace ella, reconozco las galletas —siguió comiendo.
— Son mías, me la dieron a mí.
Me callé automáticamente. Había algo que me salía pésimo, mentir. No era buena para fingir demencia, mucho menos para hacer de cuenta que nada pasaba, mi vida no se manejaba así.
— Entonces acepta sobornos a cambio de mis horarios —negué y él movió la galleta.
— Yo no acepto sobornos a cambio de sus horarios.
— Es muy mala mintiendo —observó la bandeja —¿Por qué usted tiene taza más grande?
Observé el objeto y luego la suya, tal vez debería decirle que lo mío era un café con leche, aunque él también tomaba eso, pero en las tazas que había aquí en la oficina.
— Me la regaló mi hijo.
— Interesante elección —sus ojos dieron con mi rostro —, por cierto, quiero que deje de pasarme las llamadas de mi madre —hice una mueca.
— Okay —hablé con duda.
— ¿No está de acuerdo? —lo miré y luego la galleta en su mano.
— No es asunto mío.
— Entonces, le preocupa no comer más galletas, pero no mi estabilidad mental —parpadeé.
Debía cambiar el hilo de la conversación.
— ¿Necesita que le agende turno con un profesional? —me apuntó con el dedo.
— Muy graciosa señorita Wood —su risa ronca llegó.
Recuerdo el día en que lo conocí. Sentí una especie de emoción a lo colegiala, Theo es guapo desde joven, todo un don juan, al punto de tener a todas las mujeres del edificio e incluso las secretarias de nuestros socios suspirando por él.
Yo era una de ellas. Me lo imaginé de muchas maneras, pensando que sería besar sus labios, como sería sentir su cuerpo y la cantidad de posiciones que podíamos adquirir.
En mi defensa llevaba mucho tiempo sin sexo en esa temporada, luego eso se convirtió en un recuerdo y pasamos a formar un equipo. Éramos amigos, aunque manteníamos lo profesional, no sabíamos de la vida privada del otro, pero podíamos tomar un café entre risas.
— Sabe que el humor es lo mío —negó.
— Lo suyo va a ser papeleo si sigue aceptando sobornos de mi madre —abrí la boca.
Éramos un equipo, teníamos un plan anti casamentera para cada una de las visitas de su madre con alguna mujer, mi jefe implementaba el protocolo "fuga perfecta", un simple acuerdo entre ambos que conlleva que mienta descaradamente y él huya como un cobarde, para lograr así, salir invicto de aquello.
— Pensé que éramos un equipo —nos señalé.
— Así era hasta que decidió aceptar sobornos y pasarme estas llamadas —abrí la boca.
— Pero lo ayudo a huir de sus pretendientes.
— No son mis pretendientes —crucé los brazos —, esas mujeres vienen engañadas pensando que encontrarán al amor de su vida.
— Puede que alguna lo sea y usted no lo vea.
Bien, esta era yo intentando justificar las actitudes de su madre, de una muy patética manera, porque la realidad era que si me pasara a mí, me molestaría.
— Creo que llamaré a su madre y le diré que lleva mucho sola —abrí la boca.
— No se atrevería y nadie dijo que estoy sola —no podía quedar tan mal.
Theo ladeo su rostro a un costado, sus ojos se entrecerraron. Me estaba analizando, como siempre.
— Claro, estaríamos a mano.
Mamá me quería ver con alguien a futuro, le preocupaba eso de irse y dejarme sola, aunque no lo estaba, mis amigas se habían quedado cerca, seguíamos siendo un grupo.
No obstante, también quería una familia, por lo que implementé citas, salía con gente, solo que nadie era lo suficientemente bueno para nosotros.
Tenía un hijo, no lo expondría, no podía. Además, ya había perdido las esperanzas con ese tema, ahora solo era una súper mamá.
Era hora de la artillería pesada, él no me creía.
— Tengo un hijo ¿Lo recuerda? —ladeó su rostro.
— ¿Lo niños son un impedimento para tener pareja? —arrugó la nariz —, pensé que de eso se trataba ser una familia.
Era el concepto de familia, pero no quería decir que todos aceptaran ese concepto en sí.
— Los niños asustan hombres —sobre todo mi hijo.
Pensó un momento y no dijo nada, sabía que él entendería porque no quería esa parte familiar, de hecho, Theo había salido una sola vez con alguien, al menos que yo supiese y no duró tanto, el sujeto huyó cuando ella habló de formalizar.
— Supongo que entiendo.
— Solo dígale a su madre que quiere vivir soltero o que le gustan otros hombres.
— Eso no es cierto —señaló la silla y miré mi café.
— ¿Cuál de las dos cosas? —quería desayunar.
— Señorita Wood, deje de mirar la comida como si no comiese, se tomó un café apenas llegó con dos bizcochos de la cafetería de la otra cuadra.
Abrí mi boca ofendida, era verdad, lo había hecho, pero porque sufría ansiedad, en los últimos días Oliver se había comportado mal en su escuela y no paraban de llamarme o poner notas.
No encontraba un colegio nuevo, al menos no uno que pudiese pagar con mi sueldo y todos los gastos extras que tenía. Me resultaba un poco complicado tranquilizarme cuando no sabía si lo expulsarían de la escuela.
Además, la que se especializaba en sus capacidades costaba más de lo que me podía permitir y Nicolás era un idiota aun con todo el tiempo transcurrido. No ayudaba, ni siquiera aceptaba que teníamos un hijo superdotado.
— ¿Me vigila?
— La escucho comer desde aquí —hice una mueca —, sigo esperando que traiga algunos para mí, pero eso no sucede.
Vaya, no me había dado cuenta, de haberlo hecho probablemente le traería, se lo veía muy fit, no de las personas que comían bizcochos con glaseado.
— Mis disculpas —di un paso y me frené —, un momento —acababa de decir que hacía ruido al comer —, usted...
— Siéntese señorita Wood —apretó los labios para no reír.
Sacó mi taza para dejarla en su escritorio, señaló la puerta y supe que quería que trajera las cosas para trabajar, algo que confirmé cuando dejó las galletas en el centro y me tendió la bandeja.
— Vamos a ponernos al día con los balances —arrugué mi nariz.
— Están al día —lo había hecho.
— Lo sé, los revisaremos, porque eso dije que haríamos por teléfono hace un momento, el balance del mes y yo no miento.
Al hombre le falta fuerza para enfrentar a su madre. Como él no mentía y acababa de decirle que teníamos que revisar los balances, lo haríamos, supongo que eso se debía a que ella podía abrir la puerta en cualquier momento.
Conocía a la señora Hamilton tan bien como para saber que lo haría. Resulta bastante entretenido, el mes pasado inventé un viaje de emergencia a Asia, era algo como, incendio de causa desconocida, pérdida de millones.
Resultado, viaje de emergencia, incluso fue a la terraza para salir en el helicóptero, ella no subió, claramente y nosotros aprovechamos la vista de la ciudad un breve momento.
Era fácil estar con él en silencio.
— Claro, en un momento vuelvo.
Salí del despacho para ir a la pequeña cocina y dejar la bandeja. Theo no era un mal hombre, al contrario, pero no podía enfrentar a su madre.
— Tiene sus años, podría hacerlo…
La voz de Lady Gaga me saca de mis pensamientos, tendría que estar volviendo a trabajar, no pensando en su vida privada parada en la cocina. Aunque en este momento aquello parece más divertido.
Volví a mi escritorio por mi teléfono, mis tacones resonaron mientras me reía por mis pensamientos. Cualquier cosa es más divertida que un balance. Excepto el nombre del colegio de mi hijo en pantalla.
Mi humor se evapora, sentí mis músculos tensarse, la pequeña migraña llega, el dolor de mis hombros y lo único en que puedo pensar es que Oliver lo hizo otra vez.
Los accidentes no ocurren, Oliver los ocasiona. Ese era mi nuevo mantra desde que fui madre.
Resoplo por lo bajo, sea lo que sea que pase, no debe ser nada bueno y lo peor de todo, es que mi hijo sabía que hoy solo podría buscarlo yo.
Tendremos la charla, claro que la tendremos.