En Tránsito, Espacio Plegado - Tiempo Indeterminado
Zek había viajado a través del espacio plegado docenas de veces en los últimos siete años. Era la razón por la que había podido mantenerse un paso adelante de sus perseguidores—la habilidad única de los Nephilim de existir parcialmente entre dimensiones y deslizarse a través de grietas en la realidad.
Pero nunca había intentado llevar a otra persona con él.
Especialmente no un ángel.
—Esto va a sentirse raro—le advirtió a Evangelina mientras se paraban en el centro del apartamento—. Muy raro. Tu mente va a tratar de darle sentido a cosas que no tienen sentido. No la dejes. Solo mantén contacto físico conmigo y no sueltes sin importar qué.
Evangelina colocó su mano en su hombro, su agarre firme.
—He viajado a través de portales angelicales cientos de veces. Puedo manejar un poco de distorsión dimensional.
—Esto es diferente. Los portales angelicales son... ordenados. Estructurados. Rutas establecidas a través del espacio. Esto es más como caer a través de las grietas entre las rutas.
Zek cerró sus ojos, alcanzando la parte de él que no era completamente humana ni completamente angelical. La parte que existía en el espacio entre.
El mundo alrededor de ellos comenzó a cambiar.
Las paredes del apartamento se volvieron translúcidas. Luego transparentes. Luego simplemente dejaron de existir en cualquier forma significativa.
Evangelina jadeó. Su agarre en el hombro de Zek se tensó.
—¿Qué...?
—No hables. No pienses demasiado. Solo aguanta.
Y entonces estaban cayendo.
No cayendo en el sentido de gravedad tirando de ellos hacia abajo. Cayendo en todas direcciones simultáneamente. Cayendo a través de capas de realidad que existían apiladas unas sobre otras como páginas en un libro infinito.
Zek podía ver todo. Roma abajo. Pero también Roma hace mil años. Roma en quinientos años. Versiones de Roma que nunca habían existido y nunca existirían. Todas superpuestas, todas igualmente reales y irreales.
Y entre esas capas, en los espacios donde no debería haber nada, había cosas.
Cosas que notaron su paso.
Una forma que era todo ojos y alas rotas alcanzó hacia ellos. Zek la esquivó, tirando de Evangelina más cerca.
—¿Qué ERA eso?
—Algo que quedó atascado entre dimensiones. Probablemente ha estado ahí durante siglos. No pienses en ello.
Pero había más. Tantas más.
Fragmentos de seres que habían intentado viajar entre dimensiones sin la habilidad innata para hacerlo. Ecos de batallas que habían roto la realidad lo suficiente como para dejar cicatrices. Y cosas más antiguas—entidades que existían en estos espacios intermedios porque no podían existir completamente en ninguna dimensión individual.
Una de ellas habló. O algo parecido a hablar. Palabras que resonaban directamente en la mente de Zek.
"NEPHILIM. SANGRE MIXTA. NI AQUÍ NI ALLÁ. COMO NOSOTROS."
—No somos como ustedes—Zek murmuró, navegando alrededor de la presencia.
"PERO PODRÍAS SER. QUÉDATE. EXISTE CON NOSOTROS. EN LOS ESPACIOS ENTRE. DONDE NO HAY JERARQUÍAS. NO HAY REGLAS. NO HAY JUICIO."
Por un momento—solo un momento—Zek sintió la tentación. Porque la voz tenía razón. Aquí, en estos espacios intermedios, las reglas del Cielo y del Infierno no aplicaban. Aquí podría simplemente... existir. Sin ser cazado. Sin ser juzgado. Sin tener que elegir bando.
Entonces sintió el agarre de Evangelina en su hombro, y la tentación pasó.
—Tengo responsabilidades ahora—dijo a la presencia—. Alguien dependiendo de mí. Ya no puedo solo existir.
La presencia no respondió. Simplemente se desvaneció de vuelta en las sombras entre dimensiones.
Zek empujó más lejos, navegando por instinto más que por conocimiento. No había mapas para el espacio plegado. No había señales de carretera. Solo un sentido innato de dirección y mucha suerte.
El tiempo no funcionaba normalmente aquí. Segundos podían estirarse en horas. Horas podían comprimirse en momentos. Zek había aprendido a no prestar atención al reloj cuando viajaba así.
Pero eventualmente—después de lo que podría haber sido minutos u horas—sintió su destino acercándose.
Jerusalén. Podía sentir el peso de ella. Siglos de significado espiritual creando densidad en la estructura de la realidad. Tres religiones principales todas reclamándola como sagrada. Más batallas libradas sobre su territorio que casi cualquier otra ciudad en la historia.
Y algo más. Algo nuevo. Una perturbación en el tejido del espacio alrededor de la ciudad. Como si múltiples fuerzas estuvieran tirando de la realidad en direcciones diferentes simultáneamente.
—Casi ahí—dijo Zek—. Prepárate para la transición. Va a ser abrupta.
—¿Más abrupta que esto?
—Mucho peor.
Zek encontró una grieta—un lugar donde las capas de realidad eran lo suficientemente delgadas para empujar—y tiró.
La transición fue como golpear una pared de ladrillos.
Un segundo estaban en el espacio plegado, rodeados de infinitas versiones de realidad. Al siguiente estaban de vuelta en el mundo material, la solidez de la existencia singular cerrándose alrededor de ellos como un puño.
Ambos cayeron, impactando el suelo duro. Zek rodó, su entrenamiento de combate tomando el control incluso desorientado. Evangelina aterrizó más elegantemente, sus instintos angelicales ayudándola a mantenerse de pie.
Zek parpadeó, su visión ajustándose. Estaban en un callejón. Noche. Aire más cálido que Roma. El olor a especias y escape de diesel.
Y el sonido de la llamada a la oración—el Adhan—resonando desde múltiples mezquitas simultáneamente.
—Jerusalén—Evangelina miró alrededor, orientándose—. El Barrio Musulmán, creo. Cerca del Monte del Templo.
Zek se puso de pie, sacudiéndose. Viajar así con otra persona lo había drenado más de lo esperado. Podía sentir su fuerza de Nephilim regenerándose, pero tomaría al menos una hora antes de que estuviera de vuelta a capacidad completa.
—¿Cuánto tiempo tomó?—preguntó Evangelina—. Se sintió como horas.
Zek verificó su teléfono. La pantalla parpadeó—las electrónicas a menudo se comportaban extrañamente después del viaje dimensional—pero eventualmente mostró la hora.
—Dos horas y diecisiete minutos según el reloj del mundo real. Salimos de Roma a las 4 AM hora local. Es 7:17 PM aquí. Contando zona horaria... sí, aproximadamente dos horas.
—Impresionante. Ese mismo viaje habría tomado seis horas en vuelo más tiempo de tránsito hacia y desde aeropuertos.
—Sí, bueno, no es un servicio que pueda ofrecer regularmente. Necesitaré al menos un día antes de poder hacer eso nuevamente.
Zek se reclinó contra la pared del callejón, recuperándose.
—Entonces. Estamos en Jerusalén. Ahora qué.
Evangelina estaba mirando hacia el cielo, sus ojos entrecerrados.
—Algo está mal. Puedo sentirlo. El aire está... cargado. Como si una tormenta se estuviera acumulando pero sin nubes.
Zek también lo sintió ahora que lo mencionaba. Una presión en el aire. Una tensión en el tejido de la realidad.
—El ritual. ¿Crees que ya comenzó?
—No. Si hubiera comenzado, estaríamos sintiendo mucho más que tensión. Pero se está acercando. Horas, no días.
Evangelina sacó su teléfono, verificando el mensaje que Padre Thomas había enviado en respuesta a su comunicación anterior.
—Tenemos contactos aquí. Custodios que operan desde la Iglesia del Santo Sepulcro. Pueden proporcionarnos inteligencia, equipamiento si lo necesitamos.
—¿Y si decidieron que un Nephilim en su territorio es más importante que detener un ritual apocalíptico?
—Entonces lidiaremos con eso. Pero necesitamos información. Necesitamos saber exactamente dónde se supone que suceda el componente de Jerusalén del ritual, y quién lo está realizando.
Un sonido interrumpió su planificación. Pasos. Múltiples conjuntos. Viniendo desde ambos extremos del callejón.
Zek y Evangelina intercambiaron miradas. Ambos alcanzaron sus armas.
Seis figuras emergieron de las sombras. Tres desde cada dirección. No demonios—Zek habría sentido eso. No ángeles—Evangelina habría sentido eso.
Humanos. Pero armados con más que armas convencionales. Podía ver símbolos grabados en sus armaduras improvisadas. Talismanes colgando de sus cuellos.
Cazadores. Humanos que habían aprendido suficiente sobre el mundo sobrenatural para ser peligrosos.
El líder—un hombre de mediana edad con cicatriz cruzando su rostro—habló en inglés fuertemente acentuado:
—Sister Evangelina. Guardián del Umbral Occidental. Reconocemos tu autoridad aquí.
Luego sus ojos se movieron a Zek, y su expresión se endureció.
—Pero el Nephilim es otra historia. Hay precio sobre su cabeza. Precio grande. Suficiente para que nuestro equipo se retire cómodamente.
—Está conmigo—dijo Evangelina firmemente—. Bajo mi protección.
—Tu protección no vale mucho aquí, Hermana. Jerusalén no es territorio del Vaticano. Aquí, diferentes reglas aplican.
El líder hizo un gesto. Los otros cinco levantaron sus armas—una mezcla de armas de fuego convencionales y armas cuerpo a cuerpo bendecidas.
—Entonces esto es cómo va a ser—continuó—. Entreganos al Nephilim, y te dejamos ir. Incluso te ayudaremos con lo que sea que te trajo a nuestra ciudad. Todos ganan.
—Excepto yo—murmuró Zek.
—Excepto tú, sí. Pero francamente, abominación, tu vida vale menos que la recompensa en tu cabeza.
Zek sintió su sangre comenzar a arder. Su herencia angelical respondiendo a la amenaza. Podía tomar a estos humanos. Incluso agotado del viaje dimensional, su fuerza de Nephilim era superior.
Pero entonces estaría matando humanos. Humanos que probablemente tenían familias. Que probablemente pensaban que estaban haciendo lo correcto al cazar monstruos.
Humanos que no sabían que los monstruos reales eran mucho más complicados que las historias sugerían.
—Última oportunidad—dijo el líder—. El Nephilim, o los matamos a ambos y tomamos solo su cuerpo.
Evangelina se movió. Tan rápido que los cazadores apenas tuvieron tiempo de reaccionar. Su mano se disparó, agarrando la muñeca del líder. Luz dorada brilló donde tocó, y el hombre gritó, dejando caer su arma.
—Escúchenme todos—su voz resonó con autoridad celestial—. No tienen idea de lo que está en juego. Esta noche, en esta ciudad, algo va a suceder que podría deshacer la creación misma. Y necesito a este Nephilim para detenerlo.
Miró a cada cazador en turno.
—Así que tienen una elección. Ayúdennos. O salgan de nuestro camino. Porque no tengo tiempo para esto.
El líder, sosteniendo su muñeca quemada, estudió a Evangelina. Luego a Zek. Luego de vuelta.
—¿Deshacer la creación? ¿Estás hablando del rumor sobre los Gnósticos?
—No es rumor. Es real. Y está sucediendo pronto.
—Mierda.
El líder hizo un gesto a su equipo. Uno por uno, bajaron sus armas.
—Está bien. Te creemos. Pero el Nephilim permanece bajo tu supervisión. Si hace algo—cualquier cosa—que amenace civiles, el trato termina.
—Acordado.
El líder se volvió hacia Zek.
—Eres afortunado, abominación. Ella tiene agallas. Respetamos eso.
—Notado—respondió Zek secamente.
—Hay un lugar seguro. Una hora al oeste. Casa segura que usamos para operaciones. Pueden usar para prepararse. Y tenemos inteligencia sobre movimientos inusuales cerca de la Cúpula de la Roca.
—Gnósticos—preguntó Evangelina.
—Posiblemente. Movimientos furtivos. Preparación de símbolos. El tipo de cosa que reconocemos de... trabajos anteriores.
El líder comenzó a caminar hacia el extremo del callejón, indicando que lo siguieran.
—Vengan. Compartan lo que saben. Compartiremos lo que sabemos. Y quizás—solo quizás—podemos detener el fin del mundo juntos.
Mientras Zek y Evangelina seguían a los cazadores, Zek no pudo evitar pensar que las líneas entre aliados y enemigos se estaban volviendo cada vez más borrosas.
Pero supuso que eso pasaba cuando el fin de todo estaba en juego.
Las categorías simples dejaban de importar.
Solo quedaba una pregunta: ¿estarían juntos suficiente tiempo para hacer diferencia?