Marcus - Sangre en las Calles

1713 Words
Chicago, South Side - 10:47 PM Marcus había pensado que estaba preparado. Tres días de entrenamiento intensivo con Padre Thomas. Aprender a blandir la espada bendecida. Practicar meditación para atenuar su marca. Estudiar las jerarquías demoníacas y angelicales. Memorizar símbolos de protección. Nada de eso lo había preparado para esto. El almacén en el South Side estaba supuesto a ser simple. Padre Thomas había recibido información de que otro descendiente de Adamah estaba siendo mantenido aquí—una mujer llamada Diana Reeves, marcada hace dos semanas, capturada hace tres días. La misión era reconocimiento. Ver si la información era válida. Regresar con detalles para que Sister Evangelina pudiera planear un rescate apropiado. No era supuesto que Marcus entrara solo. Pero cuando había llegado y había escuchado los gritos desde adentro del edificio, todos sus instintos de detective y tres días de entrenamiento habían chocado con una realidad simple: alguien estaba sufriendo ahora mismo. Así que había entrado. Error. El almacén era mucho más grande por dentro de lo que debería ser posible dada su fachada externa. Marcus había aprendido que la geometría no funcionaba normalmente cuando seres sobrenaturales estaban involucrados, pero conocer eso intelectualmente era diferente de experimentarlo. Pasillos se extendían en direcciones imposibles. Puertas aparecían donde no debería haber espacio para habitaciones. Y en algún lugar en este laberinto, Diana Reeves estaba gritando. Marcus se movió a través de las sombras, espada bendecida en una mano, su Glock cargada con balas que Padre Thomas había bendecido en la otra. Su marca pulsaba dolorosamente, respondiendo a alguna presencia cercana. Los gritos se detuvieron abruptamente. Marcus se congeló, escuchando. Nada. Un silencio tan absoluto que resultaba antinatural, como si el sonido mismo hubiera sido succionado del lugar. Entonces escuchó voces. Bajas. Conversacionales. Se acercó cuidadosamente, usando técnicas que había aprendido en la academia de policía hace años. Mantente cerca de las paredes. Minimiza tu silueta. Respira silenciosamente. Una puerta estaba entreabierta adelante, luz parpadeando desde dentro. Marcus se acercó, mirando a través de la rendija. La habitación era como algo de una pesadilla medieval. Cadenas colgaban del techo. Una mesa de metal en el centro. E instrumentos—modernos y antiguos mezclados—dispuestos en bandejas cercanas. Diana Reeves estaba en la mesa. O lo que quedaba de ella. Marcus había visto víctimas de tortura antes. Había trabajado casos de secuestro donde los sujetos habían sido maltratados durante días. Había visto lo que humanos podían hacerse unos a otros. Esto era peor. Porque Diana todavía estaba viva. Su pecho subía y bajaba con respiraciones superficiales. Sus ojos estaban abiertos, mirando al techo. Pero grandes secciones de su piel simplemente no estaban. Como si alguien hubiera estado removiendo capas cuidadosamente, exponiendo músculo y hueso debajo. Y de pie sobre ella, sosteniendo un bisturí que brillaba con luz negra, había algo que se hacía pasar por humano. Alto. Delgado. Vestido con lo que parecía ser bata de doctor. Pero sus manos tenían demasiados dedos. Y cuando se movía, dejaba rastros de sombra que tardaban demasiado en desvanecerse. —Fascinante—estaba diciendo, su voz como vidrio raspando contra metal—. La sangre de Adamah se regenera incluso bajo estas condiciones. Mira, ya puedo ver nuevo tejido formándose en los bordes de la incisión. Cortó nuevamente. Diana gritó—un sonido roto, sin fuerzas, de alguien que había gritado hasta que su garganta sangrara. —Pero la regeneración tiene límites—continuó la cosa—. Si removemos suficiente masa a la vez, el cuerpo no puede mantener el ritmo. El sujeto expira. Inútil para nuestros propósitos. Necesitamos encontrar el equilibrio preciso. Marcus sintió bilis subir por su garganta. Parte de él—la parte entrenada para procedimientos y protocolo—gritaba que se retirara. Que consiguiera refuerzos. Que no intentara esto solo. Pero la parte más grande, la parte que lo había llevado a ser detective en primer lugar, la parte que no podía ignorar el sufrimiento, tomó el control. Empujó la puerta abierta, ambas armas levantadas. —Aléjate de ella. Ahora. La cosa giró, y Marcus finalmente vio su rostro. O lo que pretendía ser rostro. Los rasgos eran casi correctos pero ligeramente equivocados, como una máscara de cera que se había derretido ligeramente. —Oh. Un visitante. Y otro descendiente de Adamah, si mis sentidos no me engañan. La cosa dejó el bisturí, girando completamente para enfrentar a Marcus. —Qué afortunado. Dos sujetos para mis experimentos. —Última advertencia. Atrás. La cosa rió. El sonido hizo que las herramientas en las bandejas vibraran. —O qué? ¿Dispararás? Por favor. Procede. Marcus disparó. Tres tiros, centro de masa, exactamente como había sido entrenado. Las balas golpearon. Marcus pudo ver los impactos, ver agujeros aparecer en la bata de doctor. La cosa miró hacia abajo, luego de vuelta a Marcus. —Interesante. Esas están bendecidas. Puedo sentir la consagración. Arde un poco. Se sacó las balas casualmente, como si fueran astillas. Los agujeros en su torso comenzaron a cerrarse. —Pero no suficiente, me temo. Soy Vepar, Duque de las Aguas. Un simple Carnicero o Susurrador podría ser vulnerable a eso. Yo no. Marcus cambió a la espada, lanzándose hacia adelante. Padre Thomas había dicho que las armas bendecidas eran más efectivas en combate cercano. Que la intención importaba. Que necesitaba creer que podía herir a estas cosas. Cortó hacia el cuello del demonio. Vepar se movió. Demasiado rápido. Imposiblemente rápido. Bloqueó la hoja con su antebrazo desnudo. Metal encontró carne. Y por un glorioso segundo, Marcus pensó que había conectado. Vio humo alzarse donde la espada bendecida tocó al demonio. Escuchó un siseo de dolor. Entonces Vepar agarró la hoja con su otra mano y tiró. Marcus se tambaleó hacia adelante, perdiendo balance. Un puño—con esos dedos extra retorciéndose de maneras que dedos no deberían—lo golpeó en el estómago. El impacto lo levantó del suelo, enviándolo volando hacia atrás. Chocó contra la pared con fuerza suficiente para dejar una abolladura en el metal. Su visión se oscureció en los bordes. Costillas definitivamente rotas. Probablemente órganos internos dañados también. —Valiente pero estúpido—Vepar caminó hacia él casualmente—. Los héroes siempre son estúpidos. Si fueras inteligente, habrías huido. Conseguido ayuda. Regresado con números superiores. Marcus trató de pararse. Sus piernas no cooperaban. —Pero aprecio la intención. Realmente. Hace que lo que viene a continuación sea menos culpable moralmente. Vepar se arrodilló, agarrando la muñeca de Marcus—la que llevaba la marca. —Tu sangre será útil. No tan concentrada como la de ella, pero aún valiosa. Y tu linaje... déjame ver... Los ojos del demonio brillaron mientras leía algo en la marca de Marcus. —Oh. Oh esto es inesperado. Tu tatara-tatara-abuelo no era solo cualquier Adamah. Era uno de los Siete Escribas. Los que registraron los secretos del Jardín antes de ser sellados. Vepar sonrió, revelando demasiados dientes. —Esto te hace mucho más valioso. El Duque Andromalius pagará premium por ti. Marcus sintió su marca arder. No de dolor sino de algo más. Como si estuviera respondiendo a la mención de los Siete Escribas. Como si algo en su sangre estuviera... despertando. El mundo se volvió dorado en los bordes de su visión. Y de repente, Marcus entendió. No intelectualmente sino instintivamente. Su linaje no era solo poder. Era conocimiento. Memoria genética. Los Escribas habían registrado secretos, y esos secretos estaban codificados en la sangre de sus descendientes. Incluyendo símbolos. Palabras. Protecciones. Marcus no sabía de dónde vinieron las palabras. No sabía qué significaban. Pero su boca comenzó a moverse, pronunciando sílabas en lenguaje que no debería conocer. Vepar retrocedió como si hubiera sido quemado. —¿Qué...? ¿Cómo conoces...? La marca en la palma de Marcus brilló cegadoramente. Y donde su sangre había goteado en el suelo—de su nariz rota, de sus labios partidos—símbolos comenzaron a formarse. No los símbolos del Tohu que los demonios usaban. Símbolos diferentes. Más antiguos. De cuando el Jardín era nuevo y los Adamah caminaban bajo el ojo directo del Creador. Símbolos de protección. De destierro. De luz pura. Vepar gritó—un sonido que no pertenecía a nada con garganta—y se disolvió en humo n***o que fue succionado hacia las sombras. Marcus colapsó, las palabras muriendo en sus labios. Lo que sea que acababa de hacer lo había drenado completamente. Pero funcionó. El demonio se había ido. Con sus últimas fuerzas, Marcus se arrastró hacia la mesa donde Diana Reeves yacía. Sus ojos lo siguieron débilmente. —Ayuda... viene—Marcus apenas pudo susurrar—. Aguanta. Sus dedos encontraron su teléfono. Marcó el número de emergencia que Padre Thomas le había dado. —Código Rojo. Ubicación comprometida. Necesito extracción. Y médico. Ahora. La voz de Padre Thomas vino a través, tensa pero controlada. —En camino. Diez minutos. ¿Puedes mantener? —Sin elección. Marcus dejó caer el teléfono, conservando energía. Podía escuchar cosas moviéndose en el almacén. Más presencias. Vepar había huido, pero otros sentirían la perturbación. Vendrían a investigar. Diez minutos. Tenía que aguantar diez minutos. Su marca pulsaba débilmente, la luz dorada desvaneciendo. Lo que sea que había despertado en su sangre se había vuelto inactivo nuevamente. No sabía cómo había hecho eso. No sabía si podía hacerlo nuevamente. Pero había funcionado. Había herido a un Duque. Solo, sin entrenamiento real, había herido algo que Sister Evangelina había dicho requería equipos de Guardianes para combatir. Quizás había más en su linaje de lo que alguien—incluyendo él—había comprendido. Diana tosió débilmente. —Gracias—fue apenas audible—. Pensé... pensé que nadie vendría. —Alguien siempre viene—Marcus le apretó la mano—. Solo tienes que aguantar hasta que lo hagan. En la distancia, escuchó sirenas. No policía—algo diferente. El tipo de vehículos que los Custodios usaban cuando necesitaban moverse rápido sin atraer atención. Cinco minutos ahora. Solo tenía que sobrevivir cinco minutos más. Mientras Marcus yacía en el piso frío del almacén, sosteniendo la mano de una extraña que había sido torturada por su sangre, se dio cuenta de que había cruzado otro umbral. Ya no era solo un hombre marcado esperando rescate. Era alguien que podía luchar de vuelta. Y eso, decidió, cambiaba todo.
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