1
Miré el calendario en la pared, sonriendo al ver la fecha tan esperada acercarse. Este año terminaría la carrera de psicología. Cinco años habían pasado como un suspiro, llenos de esfuerzo, sacrificios, y mucho aprendizaje.
No había dejado de trabajar en la clínica, donde cada día me sentía más segura y apasionada por mi vocación. Además, los fines de semana continuaba como mesera y vendiendo comida en las ferias. Siempre había algo que hacer, y nunca me faltaban motivos para mantenerme ocupada.
A pesar de mi resistencia inicial, terminé aceptando la ayuda de la señora Margarita. Ella insistió tanto, y al final comprendí que no todo era orgullo. Aceptar su ayuda no me hacía débil, y gracias a su apoyo, pagó la mitad de mi colegiatura. Sin ella, quizás habría tardado más en completar mis estudios.
Con mucho esfuerzo, también logramos conseguir una casa para vivir con Eliana y Ramiro. Es pequeña, pero nuestra. Un refugio en el que mis hermanos y yo construimos una nueva vida. Felipe, el hombre que intentó destruirnos, ya no era una amenaza. Murió poco después de ser condenado, y con su partida, sentimos algo de paz.
La señora Rose y Margarita seguían siendo una presencia constante en nuestras vidas. Me visitaban seguido, trayendo a la pequeña Kelly, quien crecía rápidamente y llenaba la casa de risas. A pesar de todo, solo mantenía contacto con ellas y, por supuesto, con Patricio. Él se había convertido en mi mejor amigo, en mi confidente. Aunque la vida había dado muchas vueltas, su apoyo nunca flaqueó.
El ruido del restaurante era suave, un murmullo de conversaciones que nos rodeaba mientras Patricio y yo compartíamos nuestra comida, como lo hacíamos todos los viernes. Había algo en la rutina de estos encuentros que me llenaba de paz; hablar sobre su trabajo, desahogarme sobre mis pacientes y el caos de mi residencia en la clínica psiquiátrica. Era uno de los pocos momentos en los que podía relajarme, aunque fuera un poco.
—Es increíble —dijo de repente, mientras me observaba con una sonrisa traviesa en los labios—, ya usas servilleta y te expresas como toda una profesional. No hay rastros de la salvaje que conocí.
Solté una risa, dándole un pequeño empujón en el brazo con mi mano. Patricio siempre encontraba la forma de hacerme reír, incluso en los momentos más tensos.
—Siempre seré ella —respondí con una sonrisa—. Así que no me provoques, Pato Luca, o te recordaré exactamente lo salvaje que puedo ser.
Ambos reímos, y por un momento, todo parecía como siempre, hasta que su expresión cambió. Algo en sus ojos se tornó más serio, más concentrado. Sabía que iba a decir algo importante incluso antes de que abriera la boca.
—¿Cómo van las cosas con Maura? —pregunté, cambiando el tema, sin esperar que lo que vendría a continuación cambiaría el ambiente por completo.
—Terminamos ayer —respondió, con una voz calma que contrastaba con la naturaleza de lo que acababa de decir.
Sentí que mi estómago se apretaba un poco. Patricio y Maura habían estado juntos por un tiempo, y aunque yo no había visto un gran amor entre ellos, tampoco esperaba que terminara así de pronto.
—Oh, lo siento mucho, Pato —dije con sinceridad, inclinándome un poco hacia él, lista para ofrecerle apoyo como lo había hecho tantas veces antes.
Pero él me miró, fijamente, como si lo que iba a decir ahora fuera incluso más importante que el hecho de haber roto con Maura.
—No, Ally... No lo sientas. Jamás la amé. —Su voz fue suave, pero cada palabra resonaba con peso—. Nunca he amado a ninguna otra porque... mi corazón tiene dueña.
Sentí que el mundo se detenía por un momento. No supe cómo reaccionar al principio. Lo miré en silencio, incapaz de procesar lo que estaba escuchando. Las palabras de Patricio me golpearon como un balde de agua fría, rompiendo la normalidad de nuestra conversación y dejando un vacío en el aire que no sabía cómo llenar.
—¿Qué estás diciendo? —logré preguntar, mi voz baja, como si temiera la respuesta.
—Tú, Ally —dijo, con una certeza que me dejó sin aliento—. Mi corazón siempre ha sido tuyo. He estado esperando, esperando el momento adecuado, pero nunca ha habido nadie más para mí.
El tenedor en mi mano tembló levemente mientras intentaba aferrarme a algo tangible. Todo lo que había dado por sentado, la relación que pensaba que teníamos, se tambaleaba ahora. Patricio siempre había sido mi refugio, mi amigo, pero jamás imaginé que él siguiera sintiendo esto por mí.
Las palabras de Patricio flotaban en el aire, cargadas de una verdad que yo no quería enfrentar. Él era mi mejor amigo, el que siempre había estado ahí para mí, el que me había ayudado a salir adelante durante los momentos más oscuros de mi vida. No podía imaginarme perderlo, y sin embargo, sentía que ahora todo estaba cambiando de una manera que no podía controlar.
—Pato, tú eres mi mejor amigo —le dije, tratando de sonar firme, aunque mi voz temblaba un poco—, y no quiero perderte.
Él me miró con una mezcla de tristeza y determinación, sus ojos buscando algo en los míos, alguna señal de que yo también sentía lo mismo. Pero yo no sabía qué sentía. Mi corazón estaba atrapado entre lo que era correcto y lo que no podía permitirme.
—Alina —dijo con un suspiro—, no crees que es momento de darte otra oportunidad en el amor. Han pasado cinco años y no has salido con nadie. Ally, Dante no volverá. Él tiene su familia en Alemania con Luciana.
Sentí un nudo en la garganta al escuchar el nombre de Dante, pero sabía que Patricio tenía razón. Dante no iba a volver. Ya no importaba cuánto lo hubiera amado, cuánto me hubiera dolido su traición. Él se había ido y había hecho su vida lejos de mí.
—Yo lo sé —susurré, como si decirlo en voz alta me ayudara a aceptarlo de una vez por todas.
—Entonces, Ally... —dijo él, acercándose un poco más, sus ojos reflejando una mezcla de esperanza y miedo—. ¿Por qué no me das una oportunidad?
Antes de que pudiera responder, Patricio se inclinó hacia mí y me besó. Fue un beso suave, casi tímido, como si me estuviera pidiendo permiso. No respondí, no moví un solo músculo, pero tampoco lo aparté. Lo dejé besarme, permití que sus labios rozaran los míos mientras una confusión enorme me envolvía.
No era como los besos de Dante, esos que me hacían temblar y perder el control. Esto era diferente, más calmado, más seguro. Pero al mismo tiempo, sentía que no pertenecía aquí, que no estaba lista para cruzar esa línea con Patricio, aunque él lo mereciera todo.
Cuando se separó de mí, me miró expectante, esperando alguna señal, algo que le dijera que había esperanza. Pero yo solo podía mirarlo en silencio, mi corazón dividido entre la gratitud que sentía por él y la incertidumbre de lo que vendría después.
—Pato... —fue todo lo que pude decir, incapaz de encontrar las palabras que él necesitaba escuchar.
—No tienes que decir nada —añadió, suavizando su tono, como si pudiera ver el torbellino de emociones que se arremolinaba dentro de mí—. No te estoy pidiendo nada. Solo quería que lo supieras.
—Piénsalo, Alina —dijo Patricio suavemente—, solamente piénsalo.
Me quedé en silencio, sus palabras resonando en mi mente mientras él me miraba con esos ojos llenos de ternura y paciencia. Sabía que no estaba presionándome, pero a la vez, sentía el peso de su sinceridad. Había esperado cinco años, y ahora me estaba pidiendo que considerara lo que quizá siempre había estado frente a mí.
Respiré profundamente, tratando de calmar el torbellino de emociones que me invadía. ¿Cómo había llegado a este punto? Durante tanto tiempo, mi corazón había estado cerrado, aferrado a un pasado que ya no existía. Y ahora, aquí estaba Patricio, mi mejor amigo, dándome una oportunidad que ni siquiera sabía si podía aceptar.
—Pato... —murmuré, sin saber realmente cómo continuar.
—No tienes que decir nada ahora —respondió rápidamente, su voz tranquila, pero con una ligera esperanza—. Solo quiero que lo pienses. No te estoy pidiendo una respuesta inmediata. Solo... no cierres esa puerta sin al menos considerar lo que podría ser.
Me sentí dividida. Patricio había sido mi roca, el que había estado a mi lado cuando más lo necesitaba, pero ¿era justo para él aceptar algo que tal vez nunca podría corresponderle de la manera que merecía?
Asentí lentamente, sin comprometerme del todo. No quería hacerle daño, pero tampoco podía mentirle ni a él ni a mí misma. Tenía que ser honesta, aunque me doliera.
—Te lo prometo —le dije al final, forzando una sonrisa—. Lo pensaré.
Él me devolvió la sonrisa, esa sonrisa cálida que siempre me hacía sentir segura. Pero sabía que esto era diferente. Este no era el Patricio que bromeaba sobre nuestras vidas o que me hacía reír en los días más oscuros. Este era el Patricio que quería algo más, algo que yo aún no sabía si podía darle. No quería volver a lastimarlo.