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1199 Words
Salí tarde del trabajo y me sorprendió ver a Patricio esperándome. No lo esperaba, pero su gesto fue muy amable. Me llevó a casa, y al llegar, me di cuenta de que no había nadie. Eliana debía estar con César y Ramiro estaba con ellos, como era de esperar. —¿Qué es lo que pasa? —me preguntó Patricio, notando mi inquietud—. No quiero que estés extraña conmigo. —Estoy preocupada por Mariana —le confesé—. Siento que la medicación que le están dando la está dañando mucho. —Mi madre es su única familiar biológica y Dante está muy lejos, Ally. Deberías hablar con Margarita y decirle lo que has descubierto. —No sé si debería, Pato. Tu mamá ya me odia lo suficiente y no quiero más problemas. —¿Dónde quedó mi hermosa y valiente Ally? —bromeó él, intentando animarme. Sus palabras, aunque ligeras, me hicieron reflexionar. La situación con Mariana era delicada y mi preocupación no se limitaba solo a la paciente, sino también a las relaciones complicadas que esto podría desencadenar. —Yo te apoyaré, no me importa enfrentar a mamá —dijo Patricio con firmeza—. No es justo lo que ha hecho. Ha ocultado a mi tía por años y la ha aislado. Sus palabras me dieron un poco de consuelo en medio de mi preocupación. Sabía que con su apoyo podría tomar acción sin sentirme sola en la lucha. —Gracias, Pato. Significa mucho para mí. Él se acercó a mí y unió sus labios a los míos. Sentí una oleada de calidez al seguir el beso, llevando mis manos a su cabello. La conexión entre nosotros era palpable, y en ese momento entendí que lo que más deseaba era ser feliz. Sentía que con él a mi lado, podría encontrar esa felicidad que tanto anhelaba. Él llevó sus manos a mi cabello mientras el beso se volvía más intenso. Sus dedos empezaron a desabotonar mi blusa, pero lo detuve, colocando una mano en su pecho. —Lo siento, Ally, no quise incomodarte. —No es eso, solo vamos despacio, ¿sí? —Por supuesto, al ritmo que quieras. No tienes idea cuánto te amo —dijo, dejándome un beso suave en los labios—. Ya eres mi novia, ¿verdad? Yo no beso a cualquiera. Reí con alegría, sintiendo que mi corazón se llenaba de felicidad. —Claro que lo soy. Te quiero, Pato Lucas. —Yo te adoro —respondió él, con una sonrisa llena de ternura. Al día siguiente, me reuní en una cafetería con la señora Margarita. Elegí un vestido azul sencillo pero elegante, ya que debido a mi trabajo siempre debía lucir impecable. Me maquillé muy poco, sólo lo necesario para mantener una apariencia profesional. —Buenos días —la saludé con un beso en la mejilla. —Te ves cada día más hermosa, mi amor. Ya eres toda una doctora —dijo ella, con una sonrisa cálida—. Faltan meses para tu graduación. —Pero lo lograrás, Ally. Estoy tan orgullosa de ti —respondió ella—. Llegó el momento de hablar contigo. —¿De hablar de qué? —pregunté, intrigada. —Hace cinco años, Dante me pidió que hablara contigo cuando yo sintiera que ya lo habías superado, que ya no lo amabas. Por eso necesito preguntarte, Alina, ¿sigues enamorada de mi sobrino? Negué con la cabeza, mi rostro reflejando determinación. —No, ya no lo amo. Lo odio. —Mi amor, no puedes odiar a Dante. Él jamás quiso lastimarte —dijo la señora Margarita, con un tono de preocupación en su voz. Si va a defenderlo… pensé, y traté de levantarme, pero ella me detuvo del brazo. —Espera, Alina. Necesitas saber la verdad. Dante te dejó porque yo se lo pedí. —¿Por qué hizo eso, señora Margarita? —pregunté, confusa y alarmada. —Porque tú eres mi sobrina, porque tú eres Regina Beltrán. —Es imposible, yo no puedo ser esa niña. A esa niña se la robaron, y a mí, mi madre me abandonó —dije, la voz rota por la incredulidad y el dolor. —Ally, cuando Felipe te hirió, yo te doné sangre. Luego me realicé una prueba de ADN contigo —dijo la señora Margarita con calma, pero su voz estaba cargada de tristeza. —No, yo no soy ella —repliqué, mi mente luchando por aceptar lo que escuchaba. —Mi amor, sé que es difícil aceptarlo, pero eres tú. Si lo deseas, podemos realizar otra prueba de ADN para confirmarlo. Tú eres mi sobrina, eres la niña que nos robaron cuando tenías cinco años. Solo piénsalo, Ally. Tienes pesadillas con disparos y gritos, y eso se debe a que presenciaste la muerte de mi hermano, su suicidio. —Yo no recuerdo un suicidio. Yo recuerdo un asesinato —dije, la confusión y el horror evidentes en mi voz. —Estás confundida —insistió la señora Margarita, tratando de mantener la calma. —Los confundidos son ustedes. Dante no es mi hermano, él no puede serlo. —Sentí el dolor y la rabia burbujeando dentro de mí. La señora Margarita bajó la mirada, claramente herida por mi rechazo. —Ally, entiendo que esto es mucho para asimilar de una vez, pero es la verdad. Te lo pido, solo considéralo. Si lo deseas, podemos hacer otra prueba de ADN para que tengas una certeza completa. —No sé si puedo creer en esto, Margarita. Mi vida ha sido una mentira completa, y ahora me estás pidiendo que acepte algo que parece imposible. —No te pido que lo aceptes de inmediato. Solo quiero que tengas la oportunidad de descubrir la verdad, de comprender tu verdadera historia —dijo ella, con un tono lleno de esperanza. —Necesito tiempo para pensar. Esto es demasiado para mí —dije, con la voz quebrada. —Tómate el tiempo que necesites. Estoy aquí para ti, Alina —me aseguró la señora Margarita, mientras me miraba con tristeza y esperanza. Cuando salí de la cafetería, las lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera detenerlas. Cada paso que daba en la acera parecía una traición a mi propia realidad. Las palabras de la señora Margarita resonaban en mi mente, una y otra vez: Dante es tu hermano, eres la niña que nos robaron, tu vida ha sido una mentira. No podía aceptar la idea de que Dante fuera mi hermano. El pensamiento de que me había acostado con mi propio hermano era demasiado abrumador para procesar. La sensación de traición y confusión se mezclaba con el dolor de enfrentar una verdad que parecía sacada de una pesadilla. ¿Cómo había podido vivir una mentira tan grande? Me detuve en medio de la calle, tratando de recomponerme. El aire frío de la tarde no lograba enfriar las llamas de mi angustia interior. Me sentía atrapada entre la realidad y el delirio, el dolor de una verdad devastadora que no quería aceptar. Sin embargo, las pruebas y la lógica no podían ser ignoradas. Me tambaleé hacia mi coche, buscando en la rutina un escape a la tormenta emocional que me envolvía.
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