Prefacio
Hace diecisiete años
El ruido era demasiado, excesivo. Ella sabía que tarde o temprano terminaría enloqueciéndola si es que no la había enloquecido ya.
De alguna forma logró resistir las últimas dos semanas escuchando el maldito zumbido mezclado con el rechinido capaz de erizarle el vello del cuerpo. Podía sentir un maldito escalofrío cada que el sonido acrecentaba, pues por momentos se volvía mucho más intenso.
Hubo un tiempo en que no era más que algo lejano; molesto, pero tranquilo. Y pensó que todos o al menos la mayoría vivían con ello a diario. Era tan bajo que realmente aprendió a vivir con ello. Y lo aceptó.
Sin embargo, conforme creció, el sonido pasó de ser un acompañante al que por momentos olvidaba a un murmullo molesto y posteriormente algo tedioso.
Ahora era insoportable.
Aún así se felicitaba, pues cualquiera que la viera caminando o se cruzara en su camino no vería más que a una mujer tranquila con la vista clavada al frente y demasiado concentrada en llegar a su destino. Podía pedir indicaciones y escuchar perfectamente al ser que le respondiera. Podía incluso recostarse bajo la sombra de un árbol y deleitarse con el canto de las aves, con el rítmico gorgoteo de un río y de la melodía del viento entre los árboles.
Sí, claro que sí. Pero aún por debajo, ese maldito ruido.
Con el tiempo dejó de ser funcional, un día simplemente dejó la aldea atrás, se despidió de sus seres queridos sin decirles a dónde iba ni cuándo regresaría y caminó kilómetros y kilómetros sin saber realmente cuál era su destino.
Conforme más avanzaba, peor se volvía el ruido, sin embargo, sabía que debía llegar. ¿A dónde? Lo sabría, en cuánto ahí estuviera lo sabría.
Escaló el tronco enorme de un árbol caído y brincó hacia el otro lado. Era una altura considerable, pero no tenía miedo. Lo raro era que había perdido el miedo a morir o peor aún, el miedo al dolor. Cayó sin molestarse en intentar amortiguar la caída, sin hacer un solo esfuerzo por aterrizar suavemente.
No. Cayó con fuerza, el tobillo falseó y sintió el latigazo de dolor subir por su pierna hasta enterrarse en su muslo.
Ah, pero qué bien le sentó, sobre todo cuando el dolor logró camuflar por unos segundos el sonido chillante. Fue como volver a estar en paz… Cómo respirar después de estar mucho tiempo bajo el agua y los pulmones arden tanto que uno preferiría morir de una vez.
El dolor aminoró y entonces siguió caminando, debía llegar, no importa cuánto tardara, sabía que al llegar obtendría respuestas a su única pregunta: ¿Cómo mierda hacer desaparecer ese ruido?
Supo que algo extraño ocurría en cuánto esa corriente de aire caliente la golpeó. No fue ruda o violenta, más bien suave, casi como una caricia torpe. Ella sabía reconocer el peligro, en su aldea le enseñaron a leer el lenguaje corporal de la gente para saber cuándo una pelea sería inminente. También le enseñaron a escuchar el viento, pues las corrientes podían predecir si una oleada de gente mala se acercaba. Pero, sobre todo, sabía escuchar a los animales.
Estos avisaban, ellos eran más listos al momento de detectar algún cambio: El roce de la piel contra las hojas, la presión de las patas o pies sobre el suelo, el presentimiento de ser observado.
Y en ese preciso momento lo notó. No la sensación de ser observado, al contrario, sabía que estaba sola. Muy sola. Tanto que el canto de los grillos se detuvo, el viento escapó con esa corriente de aire caliente, las hojas de las plantas dejaron de moverse y ella entró en un bucle.
Era nada y todo a la vez. El sonido se volvió más potente, ensordecedor, incluso doloroso. Instintivamente se tapó los oídos a pesar de saber que eso no resolvía nada, pues anteriormente ya lo había intentado.
Se dobló sobre sí en un intento por protegerse del ruido, como si de esa forma pudiera esconderse de él dentro de sí misma.
No supo exactamente cuánto tiempo estuvo así, pudieron ser segundos, minutos, horas o incluso días. Ya era de noche cuándo el ruido cesó de manera abrupta y quedó sumida en un silencio tan sepulcral como si estuviera en el vacío.
Nunca en su vida agradeció tanto el dejar de escuchar. Aún si se había quedado sorda no le importaba, pues por primera vez desde que tenía memoria, se sintió liberada.
Y entonces empezó a temblar. Con ello el sonido natural volvió a ella. Al menos no se había quedado sorda.
El movimiento bajo sus pies fue tan agresivo y brusco que cayó y empezó a rebotar como si fuera una pelota. Las ramas se enterraron en su piel y el golpeteo continuo de su cabeza contra el suelo le hizo pensar que se iba a abrir la cabeza. Fue hasta que logró ponerse de pie con mucho esfuerzo y pericia que subió al árbol más cercano que tenía y se sostuvo fuertemente de una rama.
Desde ahí pudo ver al terrorífico causante de tal terremoto: No era un monstruo, aunque habría deseado que lo fuera. Era la tierra misma que adoptó una forma de tortuga deforme y se levantó sobre sí moviendo todo a su alrededor. Sus ojos, dos grandes cuencas vacías más oscuras que una noche sin luna la miraron directamente. Lo que más le llamó la atención fue un brillo rojo vino, como si se tratara de sangre venosa, el cual estaba sobre lo que debería ser la nariz.
No pudo observar con detenimiento el lugar cuando llegó debido al ruido que la ensordeció, pero ahora que echaba un vistazo se dio cuenta de que era hermoso, verde, florido, con un cuerpo de agua tan cristalino y jugosas frutas colgando de los árboles.
Y de pronto cambió. En un parpadeo el paisaje perdió color, el agua se secó, las plantas murieron y todo quedó sumergido en un gris pútrido e incluso un olor a azufre le pegó de lleno en las fosas nasales. Detrás de cada tronco podrido podía ver una especie de humo, podría confundirlo con espectros si es que creyera en ellos.
Entonces lo supo.
Ese era el lugar al que debía llegar.
—¿Quién osa entrar al bucle del tiempo?
Ella no pudo hablar, cualquier palabra murió en su boca al momento de escuchar la gélida y abismal voz de aquel ser que no sabía cómo describir más que sobrenatural. Ya no era más de tierra, ahora era un esqueleto o algo parecido a ello. En el centro de su cuerpo, como si fuera su corazón, ese brillo se apagaba cada vez más.
—Responda ahora o aténgase a las consecuencias.
De alguna forma logró formar las palabras en su boca.
—Soy… Yo… Escuché el ruido, no lo dejaba de oír y…
—El llamado.
Un escalofrío la recorrió de cabeza a pies. Sintió que su corazón se detendría en cualquier momento.
—¿Fui llamada?
—Todos fueron llamados, pero nadie escuchó.
—Yo escuché.
—Y viniste.
El pavor la carcomía, no lo iba a negar, pero de pronto su curiosidad comenzó a ganar terreno. A pesar de que lo que sus ojos veían era horrible, quería saber qué es lo que escuchó que nadie más lo hizo.
—Es imposible robar sin ser castigado, es imposible tener poder sin corromperse un poco —continuó la gélida voz—. En cambio, encerrado, no hay peligro alguno.
—¿Te corrompiste?
—No —creyó escuchar un tinte de lamento—. Encerré el poder antes de hacerlo. Pero ahora lo sé. Tener poder y querer usarlo no es malo, para nada. Lo malo es el uso que se le da.
Ella creía firmemente en el lema “Vive y deja vivir”. Lo interpretaba como que cada quién se metiera en sus asuntos y dejara a la demás gente en paz. Le había funcionado hasta el momento. Si alguien con poder no abusaba de este, entonces no había problema alguno. Mientras no le afectara a ella y sus actividades, todo estaría bien.
—¿Y qué quieres de mí? —cuestionó ella intrigada, de pronto cansada—. ¿Para qué fui llamada?
El intento de tortuga esqueleto se levantó más, así la pudo ver perfectamente de frente. Eso casi la hizo orinarse del terror.
—Recupéralo —ordenó en un tono que no dejó lugar a réplica—. Devuélvelo y compartiré su poder contigo. Podrás hacer con ella lo que te plazca. Al final, si te lo ganas, es tuyo. Pero tráelo de regreso.
Se quedaba dormida. Los párpados le pesaban y los músculos se aflojaban. No podría sostenerse por mucho más tiempo. Si caía desde esa altura posiblemente moriría.
—¿Y qué te hace pensar que lo devolveré? —hablaba de poder, pero no de qué tipo de poder—. Podría quedármelo y hacer lo que quiera con él.
El corazón de la tortuga brilló durante un segundo con más fuerza y después se fue apagando poco a poco.
—Puedes hacer lo que quieras con él, al fin y al cabo te lo ganaste, pues de todos, fuiste la única que llegó acá —la voz se fue apagando o tal vez ella era la que se perdía cada vez más—. Pero si lo regresas, la recompensa será mayor.
Se quedó dormida y soñó. Soñó con un rojo vino, luego un rojo brillante, luego una lluvia de fuego y una sensación de libertad.
Fuego, rojo, poder. Lo tenía para ella, si lo encontraba lo ganaba y no tenía nada de malo, pues ella se esforzaría por tenerlo, por ganarlo. Y si sus esfuerzos rendían frutos, nada ni nadie la pararía.
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Hace seis meses
El viento soplaba con fuerza mientras giraba en torno a las hojas secas de los árboles, el roce del aire con la vegetación entonó una audible y lastimera melodía. El canto de los pájaros se unió para formar un tono funesto, como si estuviera hecho para la ocasión.
El amanecer era inminente, pues el gris del cielo daba paso a un azul brillante y se podía ver a lo lejos los rayos del sol asomándose tímidamente.
Los habitantes de Fuente Oscura, el antiguo y enorme castillo que se alzaba en lo más profundo y desconocido del bosque, se reunieron en el patio principal. Rodearon el enorme árbol con tronco albino y de hojas color carmín del centro del patio mientras los murmullos cobraban fuerza intrigados por el c*****r que se hallaba bajo las gruesas ramas del árbol.
El cuerpo de la mujer se notaba tan tranquilo y estaba en una pose tan natural, que si no se fijaran podría parecer que solo se había quedado dormida. Su piel casi tan pálida como el tronco del árbol estaba adornada con algunas hojas carmesí caídas.
Una chica de tez morena y cabello oscuro se acercó dubitativamente a la mujer. La inspeccionó de pies a cabeza antes de dejarse cae de rodillas junto al cuerpo. Extendió lentamente la mano hacia el rostro de la mujer, sin embargo, segundos antes de tocarla, apartó la mano de forma brusca como si le hubiese quemado.
Un chico alto, de tez morena y cabello ondulado se apartó de la multitud que rodea a la mujer y se acercó a la chica.
—Victoria —murmuró mientras reposó una mano sobre el hombro de ella, indeciso—. Vienen por ella.
Victoria mantuvo silencio, sus ideas viajaban a mil por hora al mismo tiempo que varias teorías comenzaron a formarse.
Su madre estaba muerta. La tenía enfrente, tirada en el suelo como si fuera una persona cualquiera y su piel tan blanca la hacía lucir… Mal.
Estaba muerta.
Nunca mantuvo una relación amistosa con ella, dudaba si quiera que su mamá la quisiera, menos aún le tenía respeto. El sentimiento era mutuo. Jazmín, la mejor guerrera de la época, el terror de los rebeldes y el orgullo de la mitad del reino jamás pudo perdonar que su única hija fuera una fracasada y un fiasco para “el arte de la guerra”. Siempre presionó para que fuera la mejor de la clase, para que lograra cosas increíbles, para que sus dotes en la lucha con armas fuera tan buena como lo sería su elemento… Si tuviera sus genes.
Y los tenía, debía tenerlos si era su hija. Pero por alguna razón desconocida no se habían manifestado… Aún.
¿Se habría suicidado?
El cuerpo no tenía marca alguna, no tenía heridas y además sería una estupidez cometer asesinato, nadie en su sano juicio intentaría matar a alguien en el castillo o en sus jardines. Fuera de eso, dudaba que alguien pudiera hacerle frente a Jazmín, pues ella opacaba a todos, aún si la tomaran desprevenida, Jazmín lograría salir vencedora de cualquier enfrentamiento.
Pero ¿s******o? No. Su madre era casi una desconocida para ella, desde que quedó claro que Victoria no era ni un cuarto de buena que cualquier ser de su edad, Jazmín perdió el interés. No la negaba, la veía los fines de semana solo para reprocharle y de vez en cuando platicar sobre sus nulos avances, tal vez escuchar lo que Victoria tuviera que decir acerca de sus amigos, pero hasta ahí llegaba su relación. No recordaba una sola vez que Jazmín le dijera que la quisiera, que le diera un consejo, que le permitiera llorar sobre su hombro.
Estaba agradecida, debía estarlo, pues tenía techo, comida y gracias a sus entrenamientos había conocido a mucha gente valiosa y que quería. Además, tenía un futuro, tarde o temprano debía convertirse en guerrera. Tal vez le tomara cinco años más que a los demás, pero lo lograría y mientras tanto, estaría en un lugar seguro como era Fuente Oscura.
No era ningún secreto que estaban en guerra, de hecho, llevaban quince años luchando contra los malvados rebeldes, aquello seres que adoraban el caos, la sangre y hacer trampas. Que querían apoderarse del reino para poder esclavizar a la gente y tener un poder que no sabrían manejar.
Tampoco era ningún secreto que Fuente Oscura, el único castillo que se hallaba en el mundo de los humanos, era el más seguro de todo el reino por el simple hecho de que para llegar a él habría que pasar por un portal al que no todos tenían acceso. Mientras que otros castillos de entrenamiento podrían ser atacados en cualquier momento provocando muerte y dolor, Fuente Oscura estaría seguro.
El otro lado, el que era su verdadero hogar era hermoso, o eso decían. La verdad es que no les permitían ir al otro lado hasta que se convirtieran en guerreros y los enviaran a servir; a luchar por su reina. Los aprendices de otros castillos tenían un trato similar. Ellos no podían salir de su castillo, aunque desde sus ventanas sí que podían ver los bellos paisajes que Victoria solo había visto en pinturas.
¿Qué habría orillado a Jazmín a matarse? Tenía una buena vida, una decente al menos. Se iba a luchar por seis meses y regresaba a descansar y de nuevo. Lo que todos hacen. No estaba deprimida, no podría estarlo porque… ¿Ella se habría dado cuenta?
Ciertamente, en los últimos años ambas se distanciaron aún más de lo que ya estaban. Ahora que lo pensaba, era como si no fueran nada.
Victoria sintió las miradas clavadas en ella, escuchaba los susurros sin entender las palabras, sinceramente prefería no escuchar lo que tenían para decir. Estaba segura de que cada uno de los presentes, menos el chico cuya mano aún reposaba en su hombro, deseaban que el c*****r fuera el de ella y no el de Jazmín.
No pudo evitar cuestionarse lo que ocurriría, su madre era su seguro en ese lugar. La única razón por la que no la desterraban era que nadie se atrevería a correr a la hija de una de las personas más importantes del reino. Era preocupante, claro, pero lo más preocupante era que no sentía tristeza, ni dolor, ni molestia. Solo indiferencia. Y tal vez algo más que le daba miedo sentir así que escondió en lo más profundo de sí.
—Ernesto —dijo y el chico apretó un poco más su hombro—. Parece que está dormida.
Ernesto la miró como si hubiese perdido la cabeza. No era la primera vez que lo hacía ni sería la última, la verdad es que muchas veces no estaban de acuerdo en varias cosas. Él era algo así como su mejor amigo, prefería pensar eso en lugar de que era como su hermano. Porque no lo era, no podría, ella no podía verlo jamás de esa manera, pues Victoria había estado enamorada en secreto de él desde… Bueno, no podía recordarlo exactamente.
Se conocieron desde que eran niños, ella tenía nueve, él tenía un año más. Fue el destino, pues originalmente el destino de Ernesto nunca fue Fuente Oscura.
Recordaba aquel día a la perfección: Era soleado, tranquilo, el viento apenas soplaba… Y mientras Jazmín intentaba que Victoria lograra una finta, alguien entró por el portal.
Victoria lo supo porque oyó gritos y después dos seres aparecieron corriendo. La visión de la sangre bañándolos y sus súplicas de ayuda jamás podría olvidarlas, pues aquella vez fue el primer acercamiento que tuvo con la guerra. Jazmín se puso en guardia y corrió al portal. Victoria intentó seguirla, pero obviamente la detuvo a medio camino, pues más que ayuda sería una carga.
No supo qué ocurrió del otro lado, pero estuvo cerca de una hora esperando junto a la gente herida, intentando calmarlos y curarlos, aunque al ser una niña era tan inútil como ser un humano. Cuando Jazmín volvió, traía a un niño con ella.
Un niño. El único que sobrevivió después de que emboscaran a su grupo de quince en su camino a la capital del Reino: Pozo de Aire. Y fue el único porque en el camino a Fuente Oscura, los otros dos seres malheridos murieron.
A partir de ahí, Ernesto idolatró a Jazmín, la veía como una heroína y siempre se mostraba interesado en aprender de ella. Su sueño era vengar a sus padres, ambos asesinados durante la emboscada.
Quería venganza por sobre todas las cosas y su odio hacia los rebeldes era algo que Victoria no comprendía del todo. Ella los detestaba, las historias sobre ellos eran horribles y desde niña fue entrenada para luchar y morir por la reina. Pero no odiaba a los rebeldes, no como Ernesto ni como todos los seres que habían perdido a sus familiares y amigos a manos de estos.
Jazmín estaba encantada con él. Victoria se atrevería a decir que lo veía como un segundo hijo, el hijo que siempre deseó. Le encantaba hacer comparaciones entre ambos: “Ernesto ha mejorado mucho con la espada” “Ernesto siempre logra disparar las flechas al mismo blanco” “Deberías entrenar más con Ernesto a ver si aprendes algo bueno”. Sí, al principio lo odiaba, pero fue hasta que empezó a hablar un poco más con él que se dio cuenta de lo agradable, interesante y atractivo que era. Y lo mucho que le enseñaba. Porque era un buen maestro, debía admitirlo. Y, sobre todo, le tenía mucha paciencia.
Al ser un refugiado de Jazmín, Ernesto pasaba mucho tiempo con ella y aunque Victoria no pasaba tiempo con su madre, él sí lo pasaba con ella. Sabía que Jazmín lo mandaba, pues Victoria dudaba que él fuera por cuenta propia.
Pero con el tiempo entre ambos surgió la aceptación y posteriormente el afecto. Sus puntos de vista eran muy distintos, algunas veces discutían, pero al final se arreglaban porque eso hace la familia. Y para Victoria, él era familia.
La verdad es que él siempre tuvo un vínculo con Jazmín que Victoria jamás pudo tener. Y se notaba. El dolor en la mirada de Ernesto era imposible de esconder. Pensó que se hacía el fuerte para ella, pero el más afectado era él.
Cuando los embalsamadores se llevaron el c*****r, ella no montó una escena de gritos desgarradores y llanto interminable. Simplemente vio cómo cubrieron el c*****r y se lo llevaron al interior del castillo.
Y entonces la realidad la golpeó. Estaba sola. Tenía a Ernesto, claro, incluso tenía amigos, sí. Pero no era lo mismo. Jazmín nunca habló de su padre, no sabía quién era ni si estaba vivo o muerto, no tenía como tal a alguien que viera por ella. Y eso la asustó hasta la médula.
—Una gran pérdida —escucha decir a alguien—. Se nos fue una grande y nos queda su hija que no es ni de lejos como ella.
Podría decir algo, lo haría, pero no tiene ganas ni está en el ánimo correcto. Además, está acostumbrada a las burlas. ¿Es popular por ser hija de Jazmín? Claro ¿Se burlan de ella? Por supuesto.
Sin decir una palabra, se encaminó al interior del castillo.
—Puedes llorar conmigo, no voy a juzgarte —dijo Ernesto una vez que estuvieron dentro del castillo—. No tienes que hacerte la fuerte.
Una cálida luz se encendió en su interior. Un suave hormigueo la recorrió cuando los brazos de Ernesto se cerraron en torno a ella. Nunca se habían abrazado, él jamás la había tocado más de lo necesario, así que fue extraño, pero al mismo tiempo natural, como si fueran hechos el uno para el otro.
Victoria aspiró el suave aroma frutal de su amigo y deseó quedarse así por siempre.
—Gracias.
Murmuró y disfrutó cada segundo, pues el abrazo fue tan efímero que le dolió el hecho de que él no quisiera abrazarla un poco más.
No sabía qué pasaría ni a dónde la mandarían, pero ese momento valía lo que sea que fuera a pasar.
Y entonces lo decidió, trataría de ser mejor, de volverse una guerrera. Ella no le veía mucho sentido a luchar y morir, pero era lo que todos deseaban, ella podía desearlo también. Y entonces, si lograba destacar, tal vez Ernesto comenzaría a verla de manera diferente.