La luz tenue del amanecer se filtraba por las cortinas de lino blanco del penthouse. La habitación aún olía a vino, a sudor y a placer. Braulio abrió los ojos lentamente, sintiendo el peso de Laura aún dormida sobre su pecho, su respiración tranquila, su cuerpo desnudo enredado con el suyo. No era la primera vez que hacían el amor, pero sí la primera vez que se habían conectado de una forma auténtica, sin ruido del pasado, sin fantasmas. Por primera vez, la había deseado sin reservas.
Se quedó en silencio, contemplando el techo con una extraña mezcla de alivio y nostalgia. Sentir a Laura por dentro había sido completamente distinto. No se trataba de comparar—ni siquiera podía hacerlo—porque lo que había sentido con Lea siempre fue fuego, hambre, desafío. Con Laura, en cambio, había sido e
