--- Pablo observaba desde su oficina a través del cristal polarizado. La veía a ella. Lea, con su andar natural, su risa de caramelo, ese cabello rebelde y esa ropa ajustada que lo volvía loco. Desde que estuvo dentro de ella, todo había cambiado. “Ya no soy el mismo,” pensaba. Su cuerpo la recordaba a cada segundo, la deseaba como el primer día, pero ahora el deseo venía mezclado con rabia. Con algo oscuro que se colaba en su pecho: celos. Porque ella era suya. Desde aquella tarde en las cabañas, donde la tuvo hasta que no pudo más, donde la hizo gritar, llorar, rogar… Lea le pertenecía. Y no lo decía por capricho. Era algo más primitivo. Más brutal. Más de hombre. Pero esa mañana, cuando bajó a cafetería por un café para calmarse, lo escuchó. Samuel. Ese cabrón. Estaba con otro tip

