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La Decisión La terraza estaba bañada por la tibia luz de las lámparas, el aroma del café recién servido mezclándose con el jazmín que trepaba por los muros del ala este. Serena sostenía la taza entre las manos, respirando con calma, intentando permitirse ese instante de paz. Dante, recostado en la baranda con la elegancia relajada de quien siempre vigila, la observaba con discreción, mientras Rafaele hablaba de los proyectos de los becados con un entusiasmo contagioso. Theo se había excusado un momento, desapareciendo hacia la cocina por los bollos que tanto le gustaban. De pronto, un sonido seco y persistente quebró la armonía: el celular de Serena vibraba contra la mesa. Una y otra vez, insistente, como un golpe en la puerta que no cesa. Serena parpadeó y su rostro se contrajo de inmediato. La sonrisa que había sostenido, tenue pero real, se borró como si nunca hubiera existido. Dante y Rafaele lo notaron al instante: el cambio en la tensión de sus hombros, la palidez repentina, la forma en que sus dedos se aferraron al borde de la taza. - ¿Todo bien? - preguntó Rafaele con suavidad, aunque su mirada ya había descendido al teléfono. Serena no contestó. Fingió ignorar la llamada, apartando la vista, pero el aparato volvió a vibrar, a sonar, una y otra vez. La cadencia era casi agresiva, como si aquel que llamaba no fuera a rendirse hasta que contestara. Con un suspiro tenso, Serena se levantó. - Disculpen… - murmuró y se apartó unos pasos hacia el jardín, con el aparato en la mano. Apenas deslizó el dedo para contestar, la voz de Damian irrumpió tan fuerte que incluso Dante y Rafaele lo escucharon con claridad, pese a la distancia. - ¡¿Dónde demonios estás, Serena?! - rugió del otro lado, tan alto que las palabras parecían atravesar el aire nocturno. Serena se encogió, la espalda rígida. Había estado tan calmada con los Moretti que bajó la guardia. - Damian, yo… - ¡No me importa! ¡Regresa ahora mismo! ¿Te enojar porque me viste con otra? Todo este escándalo por dormir con alguien… Sabes que sólo fue sexo. - su voz era brusca, cargada de descontrol - ¡No tienes derecho a desaparecer así! ¡Eres mía, maldita sea! El eco de la palabra “mía” rebotó contra las paredes de la terraza, calando hondo en ella. Serena apretó el celular contra la oreja, los labios temblando. Sus manos comenzaron a sudar y sin poder evitarlo, un estremecimiento recorrió todo su cuerpo. Lo conocía demasiado bien: si él la encontraba, nada bueno sucedería. La voz de Damian seguía retumbando, desbordada de furia, cada grito más alto, más áspero. Serena intentaba decir una respuesta, pero solo salían balbuceos ahogados, como si cada palabra se le quedara atascada en la garganta. Y entonces, sus ojos buscaron algo. Instintivamente, sin pensarlo, levantó la mirada hacia la terraza. Hacia Dante. Ese instante lo cambió todo. La vio con la desesperación desnuda, con el miedo corroyéndole el rostro. Y la súplica muda en sus ojos lo atravesó como una lanza. Dante sintió un golpe seco en el pecho. Su expresión, que solía ser contenida, se endureció de inmediato y con un par de zancadas largas descendió hacia ella. No pronunció palabra: no lo necesitaba. El aire mismo parecía tensarse con cada paso. Cuando llegó a su lado, Serena apenas alcanzó a parpadear. Dante extendió la mano, firme, arrebatándole el teléfono de entre los dedos temblorosos. Sin vacilar, presionó el botón y apagó el aparato. El silencio que siguió fue abrupto, casi violento. Serena quedó inmóvil, con los brazos colgando a los lados y la respiración entrecortada. Sus ojos se fijaron en el celular apagado, luego subieron lentamente hasta el rostro de Dante. Había algo en su mirada -ese fuego contenido, esa promesa muda de protección y furia- que la dejó en trance, incapaz de apartarse, incapaz de hablar. Rafaele, desde la terraza, los observaba en silencio. No necesitaba palabras para comprender la magnitud de lo que acababa de ocurrir. Lo que había flotado hasta ahora como un rumor apenas perceptible entre ellos, se había revelado con toda su fuerza en un solo gesto: Serena temía a Damian y Dante no lo iba a permitir. Serena tragó saliva, todavía con el temblor en las manos y apenas pudo recuperar la voz. - L-lo siento. - susurró, intentando sonar firme, pero el quiebre en su tono la delató - Voy a preparar mis cosas. Si Damian sabe que estoy aquí… vendrá. No puedo arrastrarlos a esto. Se giró, dispuesta a marcharse hacia la casa, pero el movimiento de Rafaele la detuvo. El hombre se levantó con una lentitud calculada, la sombra de su estatura imponiéndose bajo la luz cálida de la terraza. - Ni pensarlo, figlia. - dijo con un tono grave, cortante, que no admitía réplica. Sus ojos grises brillaban con la dureza de un acero templado - Estás bajo mi protección, Serena. Ese maledetto no podrá ni acercarse. La joven abrió los labios, como si quisiera discutir, pero se encontró con la severidad de su mirada. Rafaele no hablaba con ligereza: era una sentencia. Entonces giró hacia Dante, frunciendo el ceño, en un gesto tan breve como contundente. - Encárgate. Dante asintió, sin necesidad de más palabras. El silencio que siguió pesó como un muro. Rafaele la miraba con gravedad, como si en su mente ya hubiera sentenciado a Damian. Dante, en cambio, apenas respiraba, porque cada palabra de ella lo golpeaba con fuerza. Y en lo más hondo, sin decírselo a nadie, sintió un juramento silencioso crecer dentro de él: nunca permitiría que alguien volviera a quebrarla de esa manera. Ala Este, sector privado de la familia – 11: 50 p.m. El pasillo estaba en penumbras, apenas iluminado por las lámparas de pared. El silencio de la villa, a esas horas, era casi solemne. Dante avanzó con paso firme, sosteniendo en su mano una pequeña caja, el nuevo teléfono que Theo había traído tras el altercado de la tarde. Se detuvo frente a la puerta de Serena y, por un instante, se preguntó si era prudente interrumpirla. Antes de que pudiera decidir, la puerta se abrió con suavidad. Serena estaba allí, de pie, con el cabello aún húmedo tras la ducha y un semblante abatido pero sereno, como si hubiera luchado contra sí misma durante horas y finalmente hubiese alcanzado cierta resolución. Con calma sacó de su bolsillo interno un pequeño estuche y, al abrirlo, dejó ver un teléfono nuevo. Lo extendió hacia Serena. - Está vinculado a mi cuenta. - dijo con tono bajo y firme - Seguridad extra, líneas encriptadas. Nadie podrá rastrearlo. Serena parpadeó, sorprendida por la rapidez con la que él tenía todo previsto. Serena bajó la vista hacia el teléfono, pero no lo tomó de inmediato. Sus dedos dudaron un instante antes de rodearlo, como si ese gesto sellara una decisión mayor que aceptar un simple aparato. Dante, al fijarse en sus ojos, captó algo más que cansancio: había orgullo herido, rabia contenida y, al mismo tiempo, una extraña calma nacida de la decisión. Dudó un instante antes de tomarlo. Finalmente lo recibió, sintiendo el calor residual de la mano de Dante en la superficie. Suspiró, hondo, cargado de cansancio y frustración. - Si hubiese estado más centrada… - se recriminó en voz baja, los ojos clavados en el nuevo teléfono - No debería haberme paralizado. Pero lo hice, solo por sus gritos. Dante la observó en silencio, la mandíbula apretada. Quiso decirle que cualquiera en su lugar habría temblado, que ella no tenía nada de qué avergonzarse. Pero se contuvo, porque intuía que sus palabras no borrarían esa herida inmediata. Serena bajó la vista, con un nudo en la garganta. - No soy suya. - murmuró, con una mezcla de rabia y tristeza - No soy una propiedad. Y aun después de engañarme… sigue tratándome como una de sus cosas. Él la observó un momento en silencio, hasta que finalmente preguntó: - ¿Es por eso por lo que viniste a Italia? Serena respiró hondo, como si esas palabras fueran el golpe que esperaba. No buscó excusas, no desvió la mirada. - Lo encontré con otra mujer. En la cama. - dijo con un hilo de voz, que luego se endureció. La amargura en sus labios se transformó en una sonrisa helada, más de desdén que de dolor. - Podría haber hecho lo que otras… arrastrarme, mendigar una explicación, esperar que cambiara. Pero no. No iba a ser una de esas. Se encogió de hombros, como si la determinación fuese su única armadura. - Me fui sin que lo supiera. Y terminé aquí. Dante la miró largo rato. En sus ojos había fuego, uno que Serena apenas podía sostener. Dio un paso hacia adelante, lo suficiente para que su sombra se proyectara sobre ella, pero manteniendo la distancia justa. - No lo llames esconderse… - dijo, con voz baja y firme, cada sílaba como un sello de autoridad - Esto es solo una pausa. Una pausa para hacerte más fuerte. Las palabras quedaron suspendidas en el aire, pesadas, penetrantes. Serena parpadeó, sorprendida y algo en su pecho se removió. Nunca lo había pensado de ese modo, pero en su boca sonaba casi como una promesa. Él retrocedió un paso, volviendo a recuperar el control de sus gestos. - Descansa. Mañana será un día largo. Dante se giró y mientras se alejaba por el pasillo, sus pensamientos ardían con la misma intensidad de su mirada: Ese bastardo la traicionó… y lo haría pagar. Vaya si lo haría pagar. Serena, aún en el umbral, apretó el nuevo teléfono contra su pecho. Se quedó pensando en las palabras de Dante, en la calma férrea con que las había pronunciado, y por primera vez desde que huyó… se permitió la idea de que quizás no estaba rota, sino en medio de un renacer.
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