Capítulo 1
—Mercy, es la última vez que te lo digo, o controlas tu carácter y tu rebeldía o te voy a enviar a un internado, todavía eres menor de edad y tengo el derecho de educarte como yo lo crea conveniente —. Dijo mi padre furioso al recibir el reporte del instituto.
Yo lo escuchaba mirando hacia la ventana, no me atrevía a mirarlo a la cara porque sabía que tenía razón, era el tercer instituto del que me expulsaban desde que había comenzado el bachillerato, y no, no es que no tuvieran razones para hacerlo, pero yo parecía tener un imán para los problemas, cada vez que pasaba algo malo en el colegio, estaba involucrada y metida hasta el cuello.
Mi padre, Alexander Durand, el empresario del año, junto con mi madre formaron un imperio, juntos controlaban todas las navieras del país y de algunas otras partes del mundo, nunca me faltó nada, pero el hecho de que mis padres estuvieran de viaje la mayor parte del año, me daba la pauta para hacer mi santa voluntad.
Y no, no es que mis padres no me dieran atención, los dos me amaban y yo a ellos, siempre fueron un gran ejemplo de amor y de unidad familiar, es que simplemente mi carácter era…explosivo, por decirlo de alguna manera.
—Lo siento papá, te prometo que esta vez me voy a esforzar para que no vuelva a suceder, pero por favor, no me mandes a ningún internado — supliqué tratando de contener las lágrimas.
—Hija, tú sabes que te amo y creo, que tanto tu madre como yo, te hemos consentido demasiado, debimos ponerte más límites, esto ya se salió de control.
—Mercy, esta vez voy a apoyar la decisión de tu padre, me va a doler mucho enviarte al internado, pero sé que será por tu bien — dijo mi madre tomando mi mano.
—Mamá ¡No! Por favor, solo pido una oportunidad más, prometo que voy a poner todo de mi parte para concluir el bachillerato con las mejores notas —. Me abracé a ella, sabía que si había alguien que podía convencer a mi padre de desistir en sus planes, era mi madre; siempre admiré la relación que había entre ellos, eran la pareja perfecta, se amaban y se complementaban tanto en la vida, como en los negocios y soñaba con algún día, encontrar un hombre que me amara así, como Alexander Durand, amaba a su esposa.
—El problema hija, es que te han expulsado, no te quieren ya en el colegio y lo peor es que arrastraste a Lucy contigo, Enzo y Shayla están furiosos con su hija, van a enviarla a un bachillerato público, para que aprenda a valorar lo que tiene.
—Iré al bachillerato público también, pero por favor papá, no me mandes a un internado.
—Está bien, voy a gestionar tu matrícula en el bachillerato público, pero será tu última oportunidad, solo faltan unos meses para que concluya el año escolar, será complicado que te pongas al día con todas las materias, pero si lo logras, volveré a confiar en ti.
—¡Gracias papá! Te prometo que no te voy a fallar, estarás muy orgulloso de mí, voy a ser una estudiante modelo, igual que lo fuiste tú y lo fue mi mamá, no los voy a defraudar.
Lo abracé y aunque quiso hacerse el duro, terminó por abrazarme, él siempre decía que yo era su más grande tesoro a pesar de los celos de mi hermano menor, que, aunque se sabía amado, siempre se quejaba de que yo era la hija consentida.
Corrí a mi habitación, tenía que llamar a Lucy para saber cómo le había ido con sus padres, ella, a diferencia de mí, tenía un hermano mayor, Enzo, que se pasaba la vida molestándonos, pero cuando estábamos en problemas, era el primero en defendernos, era también como un hermano para mí, la cercanía de mis padres con los suyos, nos hizo crecer como una gran familia.
—¿Lucy? La cosa está que arde, mi padre amenazó con enviarme a un internado si me vuelven a correr del instituto.
—¿Ves lo que provocas? A mí ya no me salva nadie de ir a un instituto público, mi padre está furioso, dice que me enviará a estudiar a otro país para alejarme de tu mala influencia.
—¿Mala influencia yo? ¿A caso te puse un arma en la cabeza? Las dos nos metimos en esto y tenemos que afrontar las consecuencias juntas.
—Ya lo sé amiga, solo te estoy diciendo lo que me dijo mi padre. Por favor Mercy, no quiero irme del país tú sabes que yo no soy tan fuerte, no quiero que me alejen de mi familia.
—No te preocupes nena, nos esforzaremos y juntas sacaremos el bachillerato adelante, en unos meses seremos mayores de edad, solo hay que hacer todo lo posible para seguir juntas. Yo convencí a mis papás de ir al bachillerato público, así que no nos separaremos.
—¿En verdad? No sé si alegrarme o llorar.
—Pues llora, pero de felicidad amiga, hemos estado juntas desde que nacimos, no podemos dejar que nos separen, si tenemos que ir a la cárcel, iremos las dos.
—¡Mercy! No lo digas ni en broma, mi madre dice que yo soy capaz de lanzarme a un barranco para ir detrás de ti y a veces creo que tiene razón, por favor, promete que no haremos más locuras.
—Te prometo que seremos las alumnas mejor portadas de ese instituto, pero eso sí, nunca nos convertiremos en nerds.
—Creo que eso es lo que necesitamos, tendremos que estudiar mucho si queremos graduarnos este año, y de no convertirnos en nerds, no veo de qué otra manera lo lograremos.
—Lucy, es un instituto público, siempre habrá un nerd que necesite ganar algo de dinero y nos haga las tareas a cambio.
—¿Estás loca? ¿Todavía no iniciamos y ya estás pensando en sobornar a alguien más para hacer tus deberes?
—Es una broma, estás muy tensa, tienes que relajarte, lo conseguiremos te lo aseguro. ¿Alguna vez te he fallado en algo?
—¿En verdad quieres que te conteste a esa pregunta?
—Bueno…No, no contestes, pero confía en mí, esta vez todo va a salir bien.
Tras colgar la llamada me recosté en mi cama y recordé algo que había pasado hacía ya algún tiempo, un poco más de dos años, antes de que me corrieran del penúltimo instituto.
Era hora de entrar a clases y yo corría porque ya iba tarde, llevaba los libros en la mano tratando de acomodarlos porque estaban en mi locker hechos un desastre, al dar la vuelta en el pasillo choqué con él, un joven profesor que nunca había visto en el instituto.
Mis libros cayeron al piso y me agaché a recogerlos al mismo tiempo que él, se inclinó para ayudarme. Era un hombre muy joven y apuesto, de no más de veinticinco años, alto, moreno y con una sonrisa hermosa.
— Lo siento — dije nerviosa sin dejar de mirar su boca, y sin atreverme a mirarlo de nuevo a los ojos.
— No te preocupes, estoy buscando el aula 7 ¿Sabes dónde es? — Preguntó y algo me hizo pensar que estaba igual de nervioso que yo, quizá porque era su primer día como docente.
— Sí, yo voy para allá ¿Usted es el nuevo profesor de literatura?
— Así es, me llamo Liam Williams ¿Y tú?
— Mercy, Mercy Durand.
Solo tomé una clase con él, ese mismo día me expulsaron del colegio y lo que más me dolió, fue no volver a verlo. Desde ese día, no había dejado de pensar en él, era tan guapo y su voz tan varonil, que se quedó grabada para siempre en mis pensamientos.
Ese era mi secreto, ni siquiera Lucy que era mi mejor amiga, sabía que yo tenía un amor oculto, un amor platónico, y que cada vez que me quedaba sola en mi habitación, cerraba los ojos y recordaba ese momento en que nuestras miradas se cruzaron por un instante.
Coloqué una almohada entre mis piernas y respiré profundamente, quizá era una locura de mi juventud, de mi despertar s****l de adolescente, pero cada vez que pensaba en él, disfrutaba tallar mi monte venus en la almohada.
Cerraba mis ojos y dejaba que el borde de la almohada rozara con mis bragas, lo hacía primero lentamente, despacito, cerrando los ojos para visualizar mejor su rostro, mi respiración se comenzaba agitar y podía sentir como mis bragas se humedecían pidiendo que acelerara la fricción, cada vez más fuerte hasta que mi centro palpitaba tan fuerte, que me hacía convulsionar de una manera tan placentera, que se había convertido en un vicio para mí, al grado de hacerlo todas las noches, para soñar con él. Liam Williams, el joven profesor de literatura.
Yo no sabía lo que era el amor, nunca me había enamorado, tal parecía que los chicos en el colegio me temían, mis padres tenían una posición económica muy importante, incluso, me llegaron a apodar “La hija del millonario” lo cual no me hacía ninguna gracia, puesto que sentía que no me veían por mí misma, sino por ser hija de Alexander Durand.
Cómo lamentaba no poder volver a aquél instituto, daría lo que fuera por volver a verlo, aunque sea una vez más, me abracé a la almohada para recuperarme de mi orgasmo y respiré profundo tratando de conservar su imagen en mi mente.