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CASADA CON EL CEO HEREDERO DE SANTA CLAUS

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Dos años después de perder al pilar de la familia, la Navidad se convirtió en un recordatorio doloroso para Wanda Fisher y su pequeño hijo Salomón Evans. Ella intenta ser fuerte, vivir con su perdida, y siguió adelante por el bien de su pequeño.En el Polo Norte, mientras tanto, el caos estalla cuando Papá Noel — o el legendario Santa Claus— se rompe la pierna en un accidente vergonzoso provocado por un reno adolescente. Su hijo menor, Nicolás Claus Maes, CEO heredero de la fábrica de juguetes y domador de renos, es obligado a ocupar el trineo por primera vez y terminar la encomienda.Y en su primer viaje comete el error más grave de la tradición navideña:deja que un niño lo vea y no borrarle la memoria.Ese niño es Salomón Evans.Tras prometer guardar el secreto, Nicolas le concede un deseo, por eso cuando llega el día una semana despues, el pequeño pide un deseo en su cumpleaños:que Nicolás se convierta en el esposo de su madre. Porque cree que sería el único hombre que los haría felices.La magia antigua —caprichosa e inquebrantable— envía el deseo directo al Polo Norte. Y Nicolás, atrapado entre deber y destino, debe viajar a Noruega para convivir con Wanda bajo identidad humana… aunque cada día que pasa, fingir se vuelve más difícil.Pero cumplir un deseo tan puro jamás ha sido sencillo.Porque la pregunta que nadie se atreve a hacer es:¿qué pasa cuando un deseo infantil tiene más poder que el propio Santa Claus… dos adultos se encuentran y empiezan a sentir cosas nuevas,y el amor empieza a mezclarse con la magia?

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Sustituyendo a Santa Claus el día de Navidad.
El viento blanco del Polo Norte ruge como una bestia antigua. En medio de una pequeña ventisca de nieve, Santa Claus —el mismísimo rey de la Navidad, un hombre de casi seiscientos años (pero con 55 años humanos) — jala con fuerza las riendas de un reno joven y testarudo que brilla con su pelaje hermosisimo bajo la nieve. A su lado, su hijo menor, Nicolás Claus Maes, competía con él como cuando era niño tiempo atrás. Parecían dos niños sin supervisión en ese momento. —¡Vamos, Papá, pareces un viejo! —grita Nicolás de 27 años, riendo mientras su reno avanzaba con un salto elegante—. ¿O es que ya no te queda magia en los huesos? —Tengo más magia que tú vida, muchacho, soy el rey del polo norte —rie Santa, con las mejillas rojas por el frío y la emoción—. ¡No me vas a ganar así que este por vencido! — Jamás. Si gano me vas a regalar lo que te pida. Estaban compitiendo a escondidas, porque la señora Claus les había prohibido entrenar renos nuevos sin supervisión. Pero esa noche, Santa quería demostrar que aún era el más fuerte, el más rápido… el verdadero espíritu de la Navidad. El reno joven, excitado por la competencia, corrió más rápido y quería dar un salto enorme en un pequeño risco. Santa tiró de la cuerda para frenarlo porque sabía que no lo cruzaría y no podía malgastar magia en esas tonterías, pero el animal resbaló en una placa de hielo. Todo ocurrió en un parpadeo: —¡Detente animal! Un resbalón muy aparatoso. Un rugido que todos los animales del bosque oyeron. Un crujido seco cuando su cuerpo se fue de bruces al suelo. Y Santa cayó al suelo helado, con la pierna torcida en un ángulo imposible de imaginar. —¡PAPÁ! —gritó Nicolás, soltando su reno y corriendo hacia él. Su cara de pánico hablaba más que cualquier cosa. Santa, pálido como la nieve, apretó los dientes. —No… le digas a tu madre… Auch ...duele. —Creo que eso será algo imposible, padre. Aunque te lleve a escondidas debo llevarte ante la doctora de la aldea —con su magia redujo el dolor de su padre. — Llévame a casa, tal ves mañana amanezca mejor. Que tu madre no nos vea porque sinó, seremos vegetales en su guiso. Nicolas sube a su padre al reno como puede y lo lleva devuelta lo más rápido que puede. Y la primera persona con la que se topan bajándolo del reno, es la señora Claus. — ¿Pero qué demonios les pasó? Nicolas y su padre se pusieron blancos del susto. — No es lo que crees, mamá. Estará bien, solo rodó un chin. — ¿Ahh...si? Déjalo que camine solito. Cuando lo baja del reno su pierna colgaba como espagueti. Santa intenta dar un paso pero no puede, su hijo lo sostiene. — ¡Por los santos renos, se rompió la pierna! — No te angusties mujer, ni la siento. Luego de ser atendido por el personal médico, el señor Claus terminó con un yeso en la pierna hasta la cadera. Esa misma noche, en el gran salón del Polo Norte se proclamó una reunión de emergencia, el espacio retumbaba con la furia de la señora Claus, roja como un volcán en erupción, mientras su esposo en sillas de ruedas toma chocolate caliente y se hace la victima más de la cuenta para que no lo regañen o lo dejen sin sus galletas favoritas. —¿CUÁNTAS veces les dije que no montaran renos nuevos solos? —brama, señalando a su esposo en la silla de ruedas—. ¡Tiene la pierna rota! ¡A UNA SEMANA DE NAVIDAD! Nicolás traga saliva. Hace creer que lee un libro en una esquina. El consejo de duendes estaba en una encrucijada, sus rostros verdes tensos, caminando de un lado a otro con sus bigotes temblando de preocupación. El anciano líder del consejo habló con un tono grave: —La Navidad no puede detenerse. Debe haber un Claus en el trineo y así entregar los juguetes por cada chimenea. La mirada de toda la sala cayó sobre el pobre Nicolás. El muchacho palideció. Y el libro rodó de sus manos. —Yo… ¿yo? No puedo reemplazar a papá. No estoy listo. Que lo haga mi hermano. La señora Claus se cruzó de brazos, firme como un árbol centenario. —A tu hermano, recién le nació un bebé, no puede descuidar a su esposa y sus otros cinco hijos requieren atención especial— añade su padre. —Padre solo soy un ceo heredero, no soy tú, no estoy listo aún. —Entonces más vale que te prepares. Porque si un Claus no vuela esa noche… el mundo entero perderá la magia. Nicolás sintió que el suelo se abría bajo sus pies. —Pero… ¿y si fallo? solo te acompañé algunas veces cuando era un niño. La señora Claus lo miró con una seriedad que no dejaba espacio a dudas. —Nicolás… la Navidad no espera. Y tú tampoco podrás hacerlo. Vas a tener que poner, alma, corazón, magia y desiciones...todo en esto. Afuera, el reno golpeó la nieve con inquietud, mientras la aurora boreal destellaba hermosa como siempre. — ¡Bien! Lo haré pero que conste que no quiero hacerlo. — Gracias hijo. La preparación regalos para el mundo, comenzó al amanecer, cuando el Polo Norte se ilumina con un resplandor rosado y una semana después todo estaba listo. Los doce renos principales fueron llevados al patio central. Nicolás respira hondo. Cada reno lo observaba como si supiera exactamente que él, el hijo impulsivo y rebelde de Santa Claus, estaba por tomar el mando del trineo más importante del mundo. Los duendes, organizados como un ejército diminuto, iban y venían cargando cajas de juguetes, rollos de pergamino y campanas tintineantes. Y siendo colocados dentro del saco mágico. El jefe de renos, un elfo de barba larga llamado Tyndall, se acercó con una libreta en la mano. —Nicolás Claus —dice con formalidad—, aquí están tus doce compañeros de vuelo. Recuérdalos bien. Ellos sentirán tu miedo… o tu liderazgo. Deja que la magia fluya en ti. Nicolás traga saliva mientras los renos se alineaban con elegancia: Trueno, Relámpago, Cometa, Comelón, Truvir, Danzarín, Brioso, Saltarín, Vortex, Aura, Neblín… y Boreal, el más joven y terco. —Ellos te aceptarán —dice Tyndall, ajustando las riendas con precisión— si tú te aceptas como Santa Claus. Nicolás acarició el hocico de Boreal, quien bufó, como recordándole la caída de su padre. —Tienes que portarte bien hoy… —susurra. El reno le dio un cabezazo suave, como disculpándose. Dentro del taller principal, los duendes revisaban la gran Lista de Navidad, un pergamino que se extendía por metros, lleno de nombres, direcciones, deseos… y advertencias. Nicolás se pasó la mano por el cabello. —¿Y cómo se supone que lea todo esto y lo entregue en una noche? La duende escribana, Liri, lo miró por encima de sus lentes miniatura. —Como lo hizo tu padre durante quinientos años —respondió con un suspiro—. Con magia, joven Claus. Chasqueó los dedos y la lista brilló en rojo y verde. —Se actualizará sola mientras vuelas. Solo confía. —¿Y los regalos? Liri señaló los miles de cajas apiladas antes de cerrar el saco mágico. —Cada una está marcada. Ni una sola se pierde. Solo tienes que… entregarlas correctamente. —Sin equivocarme —murmuró Nicolás. —Exactamente. —Liri frunce el ceño—. No cometas el error de tu abuelo con los calcetines explosivos. Nicolás abre los ojos horrorizados. —¿Explosivos? Esa no me la sabía del abuelo. —Largo cuento. En fin… ¡a trabajar! La hora exacta de la noche finalmente llega. El cielo estrellado parecía contener la respiración. Nicolás, vestido con el traje rojo adaptado a su tamaño enorme—un poco más ajustado, más jovial, más moderno— tomó las riendas del trineo. La señora Claus le acomodó la bufanda. —Hazlo bien, por tu padre y nuestra reputación, por favor no te quedes dormido—susurra. Santa, desde su silla de ruedas en el balcón de hielo, levanta el pulgar. —Te estaré vigilando… trata de no matar a nadie y de no equivocarte con las entregas. —¡Papá! El consejo entero observaba. Incluso los renos parecían más callados de lo normal. Nicolás inhaló. El trineo vibró, preparado para romper el cielo. —Vamos… —susurra dejando salir su magia—. A Noruega primero. Los renos dieron un salto y el mundo entero desapareció bajo ellos. La nieve se volvió un borrón, luego un espejismo, y al instante estaban atravesando el viento ártico hacia la primera ruta de la noche. Noruega: Longyearbyen— 00:01 a.m. El pueblo estaba cubierto de una capa gruesa de nieve silenciosa. Las luces de las casas titilaban como estrellas terrestres. Nicolás aterrizó en un tejado angosto, casi perdiendo el equilibrio. —Ok… carajos, la primera casa —dijo ajustando sus guantes mientras el trineo flotaba en el aire, toma el saco mágico de juguetes —. No puedo arruinar esto. Miró la lista que flotó ante él: SALOMON EVANS – NIÑO DE 7 AÑOS Estado: Niño bueno. Regalo: Tren de madera y un libro ilustrado. Nicolás sonríe. —Fácil. Se desliza hasta la chimenea, murmurando: —Esto lo vi miles de veces cuando acompañaba a papá de niño… entrar, dejar regalo, salir. Simple. Respira… y salta. Cae dentro de la casa con un golpe seco. —Ay… debo usar magia para amortiguar la caída sino, me voy a romper el culø. Se levantó sacudiendo la nieve y las cenizas, pero se detuvo de golpe. Porque ahí, frente al árbol iluminado, con unos ojos enormes y llenos de brillo… Estaba Salomón Evans, despierto, mirándolo directamente con su pijama de renos, con un vaso de leche en las manos y el chorrito de leche cayendo por la comisura de sus labios de la impresión. —¿Santa…realmente existes o vienes a robarnos? —susurró el niño. Nicolás se quedó congelado. Literalmente. Los renos relincharon desde el tejado, como si supieran que algo estaba a punto de salirse de control.

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