Abby.
Recién duchada y lista para salir, salgo del apartamento para encontrarme a mi vecino, el señor Smith, llamando a su perro desde su puerta. Otra vez. El señor Smith, es un jubilado de sesenta y dos años.
En su día trabajo como electricista, ahora se dedica exclusivamente a cuidar de su perro Bongo, y volverme delirantemente loca con sus charlas sin sentido.
-Señorita Abigail, un gusto saludarla esta mañana- mira mi cuerpo de forma lasciva, algo que ningún hombre con cara de abuelito debería hacer, en mi opinión.
Me estremezo.
-Igualmente, señor Smith- salgo casi a la carrera antes de que pueda atraparme en una de sus charlas.
Una vez en el bordillo paro un taxi, extremadamente cansada para caminar a casa de mis padres, a pesar de no haber hecho gran cosa en todo el día. Me bajo frente a la casa adosada de mi infancia, un lugar lleno de recuerdos felices que hoy en día están teñidos de tristeza.
Tratando de ignorar esto último, toco enérgicamente.
Quien abre la puerta no es otro que Lucas. Su mirada se ilumina desde dentro, sus iris verdes siendo iguales a los míos, aunque mis ojos son inclinados en los bordes; resultado de la herencia asiática de mi madre, al igual que el cabello liso, del color de la media noche.
En cuanto los genes llegaron a los gemelos, se inclinaron más hacia nuestro padre, su cabello de un rico marrón chocolate con inesperados destellos rubios al sol. Los destellos de mi cabello son más rojos en lugar de rubios. Pero no pienso quejarme.
Abro los brazos e inmediatamente Lucas se mete en ellos.
- ¡Abby Bee!- y de nuevo el estúpido apodo, pero no puede sino sacarme una sonrisa, cuando sale de la boca de uno de los pequeños diablillos que me lo puso en primer lugar.
No podían pronunciar Abby al principio, solo Bee. Luego comenzaron a unir los dos nombres para tratar de decir Abigail. El idiota mote se quedó, pero nunca puedo enojarme con ellos por la invención.
-Hola Luc, ¿Qué haces caminando?-sabía que debían de estar descansando.
Entro con él pegado a mi costado como una lapa.
-Dos horas al día para caminar por la casa- se sienta inmediatamente en el sofá, cuando paramos en la sala de estar- pueden ser incluso tres o cuatro si descanso lo suficiente.
Tyler sale de la cocina en ese instante, su gorrito de lana n***o, puesto firmemente sobre su cabeza calva. Las manchas moradas bajo sus ojos, más grandes de lo que deberían, pero su alegría al verme iguala la de su hermano.
-Abby Bee, has tardado en parecer por aquí hermana mayor- se desparrama en el sofá al lado de Lucas.
Ruedo los ojos.
-Vine hace dos días, Ty.
-Exacto, esa son cuarenta y ocho horas sin alguien que no nos trata como de cristal.
A su lado Luc asiente.
-Es cierto, podríamos volvernos locos sin algo de conversación humana normal.
-Sabiondos, tal vez para evitar que se vuelvan locos, debería hablar con su profesor para que les ponga tarea extra. ¿Qué les parece esa idea?
-Estamos enfermos, no podemos manejar demasiado esfuerzo- comenta Lucas.
-Exprimir nuestro cerebro para hacer los deberes extra nos cansara demasiado- continua Tyler.
-Y entonces mamá tendrá tu cabeza- añaden en estéreo.
Trato de mantenerme seria, realmente lo intento. Pero una media sonrisa aflora, mientras finjo golpearlos a ambos.
-Son demasiado inteligentes para su propio bien- finjo molestia y camino directamente a la cocina.
Escucho sus risas detrás de mí.
Encuentro a madre en la cocina con los ojos húmedos, solo escuchando la risa de sus hijos menores. La abrazo en silencio, el gesto mejor que las palabras.
No vamos a perderlos, quiero prometer.
Pero esa no es una promesa que pueda hacer.
Ella se separa de mí rápidamente antes de pasarme un par de galletas con chispas de chocolate. El chocolate es mi adicción personal.
-Estoy feliz de que decidieras venir hoy, se estaban aburriendo demasiado.
- ¿Qué tan mal están los síntomas?
-Empeorando cada día, pero cualquiera lo diría con lo felices y alegres que se ven.
-No son bebés. Se han vuelto conscientes de que desperdiciar el tiempo en lágrimas no les servirá de nada- alguien tenía que decirlo, porque aunque en apariencia fueran casi los niños que he conocido desde que nacieron, el cáncer y el tiempo transcurrido los ha cambiado de forma profunda. Cambios que espero, tengan la oportunidad de explorar.
-Lo sé, es solo que… - sacude la cabeza, estira la falda de su vestido y pega una sonrisa falsa en su rostro- no escuches a esta vieja, niña. Mejor cuéntame cómo te va en tu trabajo. ¿Has ganado otro caso?
No les he contado a mis padres que me echaron-renuncie al bufete Hesse &Asociados, mucho menos que estoy tratando de conseguir un puesto de niñera para poder ayudarlos. Nunca lo aprobarían.
-Estoy actualmente trabajando en uno bastante difícil- miento con la facilidad de una abogada, que tiene que aprender a manejar verdades, mentiras y medias verdades sin inmutarse- pero no puedo contarte los detalles, es confidencial.
- ¿Significa eso que tampoco podemos presumirlo con los vecinos, Abby Bee?- mi padre entra en la cocina, y a pesar de las nuevas líneas de expresión en su rostro, su sonrisa es genuina.
Inmediatamente lo abrazo.
-No, lo mejor es mantener esta información lejos de los vecinos. ¿Puedes resistirte a fanfarronear, papá?
-Lo intentare, Abby- me besa en la frente antes de apartarse.
Mi padre es un hombre de cincuenta y cinco años, cabello marrón con salpicaduras grises, y un cuerpo que se mantiene más o menos en forma gracias a sus años como marine. Trabaja como taxista desde los veintisiete y conoce la ciudad como a la palma de su mano.
-Vayan a la sala- madre nos echa de la concina- yo preparare algo y ustedes vigilen que los niños no se extralimiten.
-Claro mamá- muerdo las galletas que me ha dado, el sabor explotando en mi boca.
No puedo evitar hacer un pequeño ruidito de felicidad.
Los gemelos se sientan rectos en el sofá nada más vernos y ponen su mejor cara de cachorrito.
- ¿Podemos jugar Garena Fire papá? ¿Por favor?
Rony Clark nunca ha sido el estricto aquí, es más como un gran y blando oso de peluche. Sus tres hijos siempre supimos cómo aprovecharnos de ello.
-Bien, pero bajen el volumen.
- ¡Sí!
Mientras los gemelos conectan la consola y comienzan a matar gente virtual, yo solo me siento a su lado y disfruto de sus peleas. Las galletas y papá una compañía silenciosa