El reloj marcaba las 22:47 cuando Kael entró en su oficina , una sala vetusta que había decidido mantener intacta desde la muerte de su padre. El lugar olía a cuero antiguo, madera barnizada ,la lluvia que golpeaba con insistencia los ventanales. No había en esa oficina, ni pantallas de televisión , ni dispositivos tecnológicos de última generación para la época . Solo un escritorio robusto, una lámpara de luz ámbar y sobre una bandeja de plata y un teléfono móvil de los primeros modelos, pesado y grande, con la pintura descascarada en los bordes. Él se negaba a cambiarlo. No por capricho, sino por seguridad. Nadie sospechaba que el Rey aún usaba esa reliquia, por eso era el canal perfecto.
Se sirvió un vaso corto de whisky dorado, lo dejó reposar unos segundos en la mano y luego, con la
