03. La decisión de la princesa

1080 Words
Brielle, que seguía escondida escuchando todo, sintió un escalofrío recorrer su espalda que nada tenía que ver con el frío perpetuo del reino de Talisia. Nunca había escuchado a su padre hablar de ella en esos términos, como si fuera una posesión, un objeto que solo había nacido para ser entregado al mejor postor, en el fondo le dolió un poquito oírlo hablar así. —¡Es un anciano para ella, padre! —insistió Dael, cambiando de táctica para ver si hacía entender a su padre—. ¡Le dobla la edad! Brielle apenas tiene dieciocho años. Puede que sea vista como adulta para considerarla en matrimonio, pero sigue siendo una niña en muchos aspectos. No tiene la malicia ni la maldad suficiente para sobrevivir al lado de una bestia como él. Si deseas casarla, podría ser con alguien influyente de nuestro reino, o un Rey más dócil ¿No la bestia de fuego? ¡Es una locura! El rey, que no parecía escuchar razón dijo: —Si es una niña, entonces esto le servirá para que madure de una vez —respondió el Rey Elfo con indiferencia—. Ya es hora de que deje atrás sus fantasías infantiles y asuma su lugar en el mundo. Dael apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron más blancos aún, porque ya de por sí, él era bastante pálido. —¿Y no te preocupa en absoluto que sea un hombre lobo? —insistió el principe, ahora tocando el tema de sus evidentes diferencias— ¿Un ser de fuego? ¿El elemento opuesto al nuestro? ¿Has olvidado las antiguas leyendas, padre? El fuego y el hielo no pueden coexistir sin que uno destruya al otro. Y justo después de decir eso, Dael se tensó. Sus orejas puntiagudas se movieron ligeramente, como captando un sonido imperceptible para los demás. Con lentitud, el principe, giró su cabeza hacia el rincón donde Brielle se ocultaba, y sus ojos azules, idénticos a los de su hermana, miraron directamente a la rendija donde casualmente la princesa andaba escuchando y viendo todo. Al ver que Dael se enteró de su presencia, Brielle retrocedió sintiendo su corazón latir con fuerza como si la hubieran encontrado con las manos en la masa. Así era su hermano, su magia era fuerte y podía sentir su presencia incluso si ella la "disminuía" para no ser hallada. —Sal de ahí, Brielle —ordenó su padre, siguiendo la mirada de Dael—. Sé que estás escuchando, te sentí desde hace rato —declaró, diciendo de esa forma que todo lo que dijo, fue para que ella también oyera. Con un suspiro resignado, Brielle empujó la pequeña puerta disimulada y emergió a la luz del salón del trono. Con una seriedad forzada, caminó hacia ellos con la barbilla en alto, y luego comenzó a alizar su vestido de seda azul pálido conforme avanzaba hacia los dos hombres Elfos. —Escuché lo necesario, padre, hermano, y realmente no quiero que se desate una guerra —dijo Brielle con seriedad, sorprendiendo al par de monarcas—. Si mi matrimonio con ese Rey Lobo puede evitar el derramamiento de sangre de nuestro pueblo, entonces acepto. Al escucharla, Dael la miró con incredulidad. —No sabes lo que estás diciendo, Brielle —contestó Dael con una sonrisa condescendiente, como quien escucha a una niña decir algo absurdo. —Lo sé perfectamente —replicó ella con firmeza—. Y no soy ninguna niña como tú me vez, hermano. Mi primer sangrado, que me convirtió en mujer según nuestras tradiciones, ocurrió hace ya cinco años. Desde entonces soy una mujer, te guste o no. El príncipe se sonrojó visiblemente mientras su padre carraspeaba incómodo. —Eso no te hace preparada para... esto —murmuró Dael, eligiendo cuidadosamente sus palabras. —Además —continuó Brielle, ignorando el comentario del príncipe —, siempre he querido descubrir qué existe más allá de nuestras fronteras de hielo. Quizás esta sea mi oportunidad. —Sus ojos brillaron con la emoción de lo desconocido—. Tal vez ese "Lobo de Fuego" del que tanto hablan con temor no sea la bestia que describen, sino un hombre fascinante y distinto a todos los que he conocido. Una sonrisa triste se dibujó en el rostro de Dael. Su hermana siempre había soñado con aventuras y horizontes lejanos, le gustaba leer mucho y meterse en mundos de fantasía, pero esto no era una aventura ni un cuento ficticio, si aceptaba, iría directo a una trampa mortal. —Y no está demás decir que, si ese lobo es una bestia como dicen, ¿se les olvidó que yo he domado a un par de criaturas invernales? Se lo que debo hacer. El principe Elfo suspiró y el Rey ni dijo nada. —Esto no es como domar a las criaturas invernales de las montañas, hermana —advirtió con voz suave—. Estas son bestias de otro tipo. Son hombres lobo que dominan el fuego. Les encanta la guerra y la destrucción. Es su naturaleza. —Aun así, deseo ir —insistió Brielle con terquedad, aunque una parte de ella comenzaba a temblar ante la idea de lo que realmente significaba su decisión—. No tenemos muchas opciones, ¿verdad, padre? El rey Adair estudió a su hija, mirándola de pies a cabeza. —No, no las tenemos —confirmó—. Pero me complace ver que comprendes la situación, hija mía. Prepararé el mensaje de aceptación de inmediato. Le daremos una respuesta positiva al Rey Sadrac. Dael miró a su hermana pequeña con horror. Podía ver en los ojos de ella que no tenía idea, absolutamente ninguna idea, de en qué se estaba metiendo. Literalmente, se estaba arrojando a la boca del lobo. Y este no era cualquier lobo; era un lobo de fuego, la antítesis de todo lo que ella era. —Brielle... —comenzó Dael, pero se detuvo al ver la determinación en la mirada de su hermana. Era demasiado tarde. La princesa de hielo había tomado su decisión, sin saber que el destino que la esperaba en el Reino de Fuego pondría a prueba no solo su fortaleza, sino la verdadera naturaleza de su corazón cálido en un mundo de llamas. Y mientras tanto, a miles de kilómetros de distancia, en su trono de obsidiana, el Rey Lobo aguardaba la respuesta que le traería a la princesa de hielo directo a sus garras.
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