04. Los Elfos en el reino de los lobos

1291 Words
REINO DE PYRION SALÓN DE ESTRATEGIAS DEL PALACIO REAL Había transcurrido una semana desde que al reino Elfo de Talisia llegó la carta del Rey Lobo. Dos días después de recibir la misiva del monarca del reino de fuego, obtuvieron la respuesta afirmativa: aceptaban el trato de la unión matrimonial estratégica. Cuando el rey Sadrac supo que no habría guerra, esa pequeña parte de él que disfrutaba tomar las cosas por la fuerza se sintió desilusionada. Por lo visto, los Elfos de hielo eran muy pacíficos o fáciles de convencer. El punto era que ya venían en camino. Por eso, poco después de recibir la respuesta afirmativa —sin esperanzas de una batalla de conquista como siempre estaba acostumbrado—, el rey Sadrac ordenó que hicieran todos los preparativos para la boda. No quería perder tiempo: en cuanto la princesa Elfo pisara su tierra, se casaría con ella. Entre más rápido la atara a él, mejor. —¡Su majestad! —exclamó uno de sus guardias reales, inclinándose ante su Rey Alfa. Sadrac se encontraba en el salón de estrategias, sentado en su mesa de reuniones junto a varios de sus guerreros y funcionarios, cuando llegó aquel lobo beta con lo que parecían ser noticias importantes. —¿Qué ocurre? Habla ya. Si interrumpiste la reunión, espero que sea para algo importante —dijo el rey Sadrac con fastidio, pues estaban discutiendo asuntos de relevancia en ese momento. —¡Una comitiva del reino de Talisia ha llegado, su majestad! El Rey Elfo, con su heredero y la princesa, más otro séquito, han arribado y están afuera esperando. Cuando Sadrac escuchó eso, sonrió de una forma que a Zelek le causó gracia. Ahora que todo estaba prácticamente hecho, esperaba que resultara bien; después de todo, su hermano era su rey, y deseaba que se recuperara de su dolencia. —Avísale a todos los involucrados para que ejecuten los preparativos que ya les ordené. Lleven a la princesa Elfo a su habitación y comiencen a prepararla para su boda. En cuanto al Rey Elfo y su heredero, llévenlos a sus habitaciones y prepárenlos también. Si se niegan a colaborar, mátenlos —declaró Sadrac sin ceremonia alguna, mientras sujetaba su lanza para darse apoyo y ponerse de pie—. Iré a prepararme también. —Rápido, todos prepárense —declaró el príncipe Zelek a los funcionarios y guerreros presentes, mientras el Rey Lobo caminaba con su cojera lo más veloz que podía. Pensaba que su mal pronto sería curado; era humillante que fuera mediante magia élfica de hielo, pero ya nada era peor que permanecer en su condición actual. Mientras tanto, en la entrada del castillo, el Rey Elfo, su príncipe heredero y su princesa aún no descendían de la carroza. Esperaban que el rey los recibiera como dictaba la etiqueta: un Rey siempre recibía a otro Rey en la entrada de su castillo. Sin embargo, por el momento nadie aparecía. —¡Por todos mis antepasados! —exclamó el príncipe Dael, haciendo magia de hielo para refrescarse—. ¡Este lugar es un infierno! ¿Dónde está esa bestia lupina? ¿Por qué no viene a recibirnos? Brielle, que observaba desde la ventana, sentía como las gotas de sudor recorrían su frente. Era la primera vez en su vida que sudaba; sus ropas de invierno ahora se sentían sofocantes en esa tierra ardiente de Pyrion. El clima marcaba 34 grados centígrados, y ese era considerado uno de esos días "frescos", cuando ellos estaban acostumbrados a temperaturas muy por debajo de los cero grados. La Elfa, maravillada, se pasó una mano por su frente y vio cómo esta regresó húmeda. Con una enorme sonrisa, le mostró su mano mojada a su padre. —Mira, padre, hermano: me estoy derritiendo. ¡Es sorprendente! Esto demuestra que nuestro cuerpo realmente es de hielo, como dicen nuestras leyendas —dijo Brielle, fascinada al contemplar su sudor. Dael y su padre se miraron las caras, y justo cuando estaban a punto de responderle, les abrieron las puertas de la carroza con cierta violencia. —Bienvenidos al reino de fuego de Pyrion. Salgan de la carroza, por favor —les dijeron con tono cortante. Los príncipes y su padre se miraron entre sí. La primera en salir fue Brielle; cuando el hombre lobo le tomó la mano para ayudarla, después salió el rey Elfo, seguido de su príncipe heredero. Al abandonar la carroza, tuvieron que cubrirse el rostro con las manos para hacerse sombra, pues el sol era implacable. En cambio, Brielle alzó la vista al cielo, diciendo: —Padre, el sol aquí parece fuego... se siente tan extraño y fascinante —comentó con la vista hacia el cielo, pero con los ojos cerrados, sintiendo como su piel se calentaba de una forma que jamás había experimentado. «Mi hermana no está comprendiendo nada... que los dioses la protejan», pensó Dael, observando de reojo a Brielle, quien caminaba con los brazos extendidos hacia el cielo y el rostro dirigido directamente al sol. —¿Dónde está el rey Sadrac? —preguntó el Rey Elfo, pues ninguno de los presentes le daba esa aura real de "gigante" o "bestia" que tanto mencionaban los rumores. —El rey Sadrac los verá pronto. Ahora... —el guardia desenvainó su espada y los apuntó. Al instante, Brielle dejó de disfrutar del sol ardiente de Pyrion y se asustó al ver que todos los estaban amenazando con espadas, incluyendo a sus propios guardias Elfos, que también sacaron sus armas en respuesta. —Acompáñennos. La boda se llevará a cabo ahora mismo —declaró el guardia, mirándolos a todos con severidad. —¿Ahora mismo? —exclamó el Rey Elfo—. ¡Acabamos de llegar! Mi hija no puede casarse en el momento de pisar este reino. Primero quiero hablar con el rey Sadrac, que conozca a mi hija y... Las palabras del rey fueron interrumpidas cuando llegó el príncipe Zelek para ver a la familia real de Talisia. Lo primero que observó al verlos fue que todos eran de baja estatura y constitución delgada. Desde su perspectiva, había tres figuras pálidas frente a él, aunque sin duda alguna sabía cuál de todas era la princesa. La princesa Brielle era distinta a todo lo acostumbrado en el reino de Pyrion: poseía piel blanca como una perla, cabello liso y largo de un tono oscuro como el carbón, y sus ojos eran enormes y azules como el cielo despejado del reino de fuego. El príncipe Elfo era casi idéntico a ella, mientras que el rey también lucía cabello largo —más de lo normal en Pyrion— pero de un tono plateado. Por su parte, Brielle, al ver al príncipe Zelek, automáticamente asumió que era el Rey Lobo. Lo examinó de pies a cabeza: era alto, de piel bronceada que nunca había visto, al igual que todos los lobos que había observado hasta hace poco. Tenía un cuerpo musculoso, cabello rojizo oscuro y barba, algo poco común entre los Elfos. Ella alzó ambas cejas; no le parecía horrible ni una bestia, así que sonrió y le hizo una reverencia. —¿Eres mi futuro esposo, su majestad? —preguntó Brielle, encantada de la vida. Sin embargo, el principe lobo negó con la cabeza y también desenvainó su espada. —No, soy el principe Zelek —se presentó sin mucha pompa—. El rey Sadrac quiere que te prepares, princesa Elfa. En cuanto a ustedes, también deberán colaborar si no quieren morir aquí —dijo Zelek. En el fondo, no era que los estuvieran "amenazando" exactamente, sino que así se hacían las cosas en el reino de fuego: o seguías las órdenes al pie de la letra del rey Sadrac, o morías.
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