—No me provoques así, princesa —murmuró Zelek con una voz que había adquirido una cualidad ronca que ella no había escuchado antes—. Porque tal vez la próxima vez no pueda controlarme tanto como lo hice ahora…
Era una advertencia que llevaba tanto promesa como amenaza, revelando que el príncipe lobo había estado conteniendo impulsos que iban mucho más allá de simple afecto cortés. Había algo salvaje en sus ojos verdes que hablaba de un Alfa que luchaba por mantener su civilización ante instintos mucho más primitivos.
Vera sintió como un rubor se extendía por sus mejillas, pero no retrocedió. En lugar de eso, se acercó más a él y colocó sus manos sobre su pecho, sintiendo los músculos duros que se tensaban bajo las pieles de invierno que llevaba puestas.
—¿Y si no quiero que te controles
