De esa manera los dos comenzaron a moverse lentamente alrededor del árbol sagrado, creando un vals sin música que era guiado más por instinto que por entrenamiento formal. Sadrac mantenía su postura rígida, sintiéndose fuera de su zona de confort, pero determinado a cumplir con lo que había prometido. Brielle, por el contrario, se movía con una gracia natural que hablaba de años de entrenamiento en danzas élficas tradicionales. Su rostro irradiaba una felicidad pura que transformaba todo el ambiente del salón, como si su alegría fuera contagiosa incluso para las piedras viejísimas del castillo. —¡Qué suerte que tus funcionarios no pueden vernos! —exclamó Brielle con una risita musical que hizo eco por todo el salón—. ¿Qué pensarían del temible Rey de Pyrion bailando alrededor de un árbol

