Sadrac arqueó una ceja, genuinamente sorprendido por su franqueza y porque ella tuvo la osadía de llamarlo estúpido. No muchas personas se atrevían a confrontarlo de manera tan directa, especialmente no mujeres que dependían de él para su supervivencia.
—No soy odioso, así como me has llamado, Elfa —replicó Sadrac con frialdad, como si estuviera explicando un hecho obvio, mostrando que, aunque supuestamente era de fuego, él era el verdadero “tempano de hielo” en medio de los dos—. Esta es simplemente mi personalidad. Soy directo, eficiente, y no tengo tiempo para endulzar mis palabras. Si no te gusta cómo hablo, ese es tu asunto, no el mío.
Brielle lo miró con una incredulidad absoluta, sacudiendo la cabeza como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.
—Pues déjeme decirle qué pers
