Durante todo este proceso, Brielle lo observó con una pizca de interés y algo más que no quería examinar demasiado de cerca. La manera en que los músculos de él se movían bajo la piel bronceada y perlada de sudor de Sadrac, cómo las cicatrices de batalla creaban un mapa de su historia personal grabado en carne, la forma en que su cuerpo emanaba fuerza incluso en su estado herido... todo contribuía a una fascinación que la desconcertaba y que le avergonzaba admitir que le gustaba.
«Me gusta su cuerpo, nada más, porque del resto es un odioso viejo amargado y cruel», pensó Brielle, ahí de pie viendo como él se recostó en la cama, extendiendo su pierna herida en una posición que permitiera el acceso fácil para el tratamiento.
Esa fue la llamada indirecta de Brielle para que se acercara a la
