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RENACER EN LA SOMBRA

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Blurb

Elena, una joven de 17 años, es secuestrada y mantenida cautiva por Julián, su vecino obsesionado con ella. Durante cuatro años vive entre abusos, humillaciones y encierro. Logra escapar y huye a una ciudad lejana, donde descubre que su familia —a la que creía perdida— tiene influencia y poder. Mientras sana sus heridas físicas y emocionales, entrena su mente y cuerpo, forjando un nuevo destino: regresar no como la víctima, sino como la cazadora.

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EL VECINO DE MIRADA OSCURA
Capítulo 1 – El vecino de mirada oscura Elena caminaba descalza por el jardín de su casa, disfrutando la tibieza del pasto bajo sus pies. El verano estaba en su punto más alto y la brisa suave movía su cabello castaño. Era una tarde cualquiera en el pequeño barrio donde había crecido, un lugar que le parecía seguro, casi demasiado tranquilo. Ahí todos se conocían, todos saludaban, y la rutina diaria parecía repetirse como un eco sin fin. Apenas tenía diecisiete años, pero soñaba en grande: quería estudiar periodismo en la ciudad, escribir sobre historias que importaran, contar verdades ocultas. En su cuaderno de tapas gastadas había garabateado mil veces titulares ficticios, reportajes inventados, entrevistas a personajes que solo existían en su imaginación. “Un día saldré de aquí”, se repetía. Lo que no sabía era que alguien más, muy cerca de ella, ya había decidido que no iba a dejarla escapar. Julián, el vecino de al lado, la observaba desde la ventana del segundo piso de su casa. Lo hacía con la naturalidad de quien no teme ser descubierto, aunque siempre procuraba moverse en las sombras. Era unos diez años mayor, callado, con un aire extraño que incomodaba a cualquiera que lo tratara demasiado. Nadie hablaba mucho de él. Solo se sabía que vivía solo desde hacía años, que rara vez recibía visitas y que trabajaba en algo que no compartía con nadie. Elena, como muchos en el barrio, apenas le dedicaba un saludo cortés cuando se cruzaban. Sin embargo, con el tiempo había notado su mirada: larga, insistente, como si la desnudara en silencio. La primera vez pensó que era casualidad, la segunda que quizás estaba exagerando. Pero la tercera vez que lo descubrió mirándola fijamente desde el portón de su casa, algo en su interior se estremeció. “Es solo un vecino raro”, se dijo, intentando convencerse. Pero su instinto le susurraba otra cosa. Esa tarde, mientras recogía flores silvestres para su madre, notó que Julián estaba en el límite de las dos propiedades, aparentemente arreglando un arbusto. —Buenas tardes, Elena —dijo con voz grave. —Buenas —contestó ella, sin detenerse. El hombre sonrió de manera extraña, una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos. —¿Te gusta salir mucho por las noches? Te he visto volver tarde más de una vez. Elena frunció el ceño. No recordaba haberlo visto en esas ocasiones. —Supongo que como cualquier chica de mi edad… nada fuera de lo normal. —Claro —respondió él, mirándola demasiado tiempo antes de volver a su arbusto—. Solo ten cuidado. La ciudad está llena de peligros. Esa advertencia le dejó un sabor amargo. ¿Era una preocupación genuina o una amenaza velada? Al entrar a su casa, Elena decidió no contar nada a sus padres. Su madre estaba demasiado ocupada con el trabajo y su padre pasaba largas horas viajando. Además, pensó que tal vez estaba exagerando. Pero los días siguientes, las sensaciones se hicieron más fuertes. Encontró un pequeño regalo envuelto en papel dorado frente a su puerta: una pulsera barata de cuentas negras. No venía con nota ni con explicación. La dejó a un lado, convencida de que algún niño del barrio la había dejado allí. Al día siguiente apareció otra cosa: una fotografía de ella caminando hacia la escuela. Esta vez el miedo fue imposible de ignorar. ¿Quién la había seguido? ¿Quién se había atrevido a dejar esa prueba frente a su casa? Esa noche no pudo dormir. Desde su ventana veía las luces apagadas de la casa de Julián y se preguntaba si era su imaginación la que lo colocaba como sospechoso. Elena no sabía que Julián llevaba años planeando todo. La había observado crecer, había estudiado sus rutinas, sabía cuándo estaba sola, qué caminos tomaba, con quién hablaba y hasta qué comida prefería. En su mente enferma, ella ya le pertenecía, aunque nunca la hubiera tocado. El golpe final llegó una semana después. Elena volvía de una reunión con amigas, entrada ya la noche. Caminaba por la calle silenciosa del barrio, distraída con la música en sus auriculares. No notó la furgoneta estacionada frente a una casa en remodelación, ni la sombra que se movió con rapidez hacia ella. El olor penetrante de un paño húmedo le cubrió la boca y la nariz antes de que pudiera gritar. Sus ojos se abrieron con un terror puro, intentando luchar contra los brazos que la sujetaban con fuerza. La música seguía sonando en sus oídos mientras el mundo se volvía n***o. Lo último que vio fue el reflejo de unas luces amarillentas en el parabrisas del vehículo y el rostro de Julián mirándola con calma, como si hubiera esperado ese momento toda su vida. Cuando despertó, estaba atada a una cama metálica en un cuarto frío y sin ventanas. La oscuridad olía a humedad, a encierro, a condena. Su corazón golpeaba tan fuerte que apenas podía escuchar sus propios pensamientos. —Bienvenida a tu nuevo hogar —dijo la voz grave de Julián desde algún rincón. Elena supo, en ese instante, que su vida tal como la conocía había terminado.

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