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CAPÍTULO 1
NARRADOR OMNISCIENTE
Para ser digno rival de una persona, cómo primera regla no escrita pero bien conocida: tienes que llegar al nivel de ese alguien. No podían existir rivales más justos que ellos dos.
Abigail fue la primera en nacer, así que le ganó desde el comienzo de la historia. Después, con su ingenio, Oliver empezó a sobresalir, con su inteligencia, Abigail empezó a rebasar, con su estrategia, Oliver igualó, y con la tranquilidad impasible de quién lleva la delantera y ventaja desde el inicio, Abigail tomaba ventaja en cada paso que daba Oliver.
¿De dónde provenía aquella rivalidad ferviente entre ambos? ¿Cómo nació? Era desconocido para todos, incluyéndolos a ellos mismos. No sabían si era porque sus padres, Bastian Werner y Elijah Donovick eran famosos empresarios reconocidos, dejando la vara demasiado alta para cualquiera, incluyendo a sus propios hijos. Ellos jamás pidieron a sus hijos el seguir sus caminos en el mundo de los negocios, ambos dejaron que sus primogénitos caminaran sus propios caminos y trazaran sus metas y objetivos personales sin intromisión alguna. Fueran cuáles fueran, serían apoyamos incondicionalmente.
Sin embargo, si había algo que igualaba a Bastian y Elijah, era la auto exigencia y perfección. Cualidades las cuales —ya sea por buena o muy mala suerte— heredaron todos sus hijos, sin excepción.
Abigail Werner creció viendo a su padre siendo un gélido e intrépido hombre de negocios, de pocas palabras y audaces elecciones sin dar marcha atrás ni segundos miramientos. Nunca le vio perder, y es que Bastian Werner no perdía. Como su primera hija, haría lo que fuera para honorar el apellido de su reconocida familia con orgullo, porque si había algo que la definiera, era el orgullo, la meticulosidad y la determinación. Si su padre nunca perdía, ella no sería la primera en hacerlo.
Oliver Donovick creció viendo a su padre escalar en agigantados pasos en el mundo de los negocios con habilidad y desenvoltura, siendo implacable y justo. Su padre le consideraba su mano derecha mejor amigo. Como su primer hijo, daría lo que fuera por mantener lo que había creado su padre a pesar del escándalo provocado por las malas elecciones del pasado originadas por su abuelo, su padre era su mayor modelo a seguir.
Daría lo que fuera por hacerlo sentir orgulloso y hacer explotar fastuoso imperio familiar que su padre había hecho crecer con tanto esfuerzo, porque si había algo que le definiera, era su intrepidez y... Determinación. Oliver era callado, de contadas o ninguna palabra en general, regalándole a las personas la falsa creencia de ser “atontado”, ocultando con su fachada lo excesivamente metódico y calculador que podría ser.
¿Qué tan cierto puede ser aquella frase de que el agua mansa también ahoga?
Abigail Werner quería vivir la historia de amor de sus padres, deseaba conformar una familia y cuando su corazón se rompe por nadie más que el único enemigo que había conocido en toda su vida, eso cambia.
Su vida meticulosamente planeada se derrumba en pedazos cuando Oliver Donovick vuelve de Italia con un firme propósito.
Un error de parte de ella, el arrepentimiento que la carcomió través de los años, ¿Serán suficientes para que dé su brazo a torcer y se atreva a conquistar al hombre que perdió?
Tomar las riendas del imperio familiar y llevarse por delante a quién se pusiera por el medio. Él se había prometido a sí mismo no permitir que inútiles sentimentalismos se volvieran a interponer en su camino, no había fuerza terrenal que pudieran lograrlo. No después de que la mujer que había amado y adorado con todas sus fuerzas, así cómo el amor que compartían sus padres, él pensó que lo había logrado siendo un joven.
Se equivocó.
Tal amor sólo se consigue una vez cada siglo para ciertos privilegiados y él no había tenido la dicha de ser uno de los elegidos. Se trasplantaría un corazón de acero, porque su órgano no volvería a latir desesperado por los engaños de unos tan dulces como venenosos labios como los de la mujer que nunca había dejado de adorar.
No, no volvería a caer por esos tormentosos, abismales y cristalinos ojos azules. No lo haría, fuera lo que fuera, no lo haría.
Abigail y Oliver soñaban con hallar el amor que sus respectivos padres habían tenido la fortuna de encontrar.
Abigail y Oliver pensaron que encontrarían entre ellos el amor que sus padres habían hallado en el pasado.
De esos amores únicos, irrepetibles, irremplazables.
Almas gemelas.
De esos amores que duran para siempre. Que son por y para siempre.
Eso fue lo que pensaron, después de aquella decepción, llegaron a la conclusión de que tal amor sólo existía en seleccionadas personas privilegiadas. Según ellos, no iban a tener la dicha de encontrar ese amor, así como lo hicieron sus padres. ¿O si encontrarían el amor verdadero al final del día?
Perfecta. Esa era la última palabra con la que podía describir a Abigail Werner según Oliver, que pensaba que era la mujer más insufrible del planeta y aún así, se las arreglaba para ser el ser humano más perfecto que pudo haber conocido.
Bastian Werner y Elijah Donovick nunca la habían pedido algo a sus hijos, nunca habían sido de la clase de padres exigentes que usaban a sus hijos para lograr sus objetivos.
¿Qué sucede cuando eso cambia repentinamente?
¿Qué pasa cuando luego de no pedir nada, requieres una sola cosa?
Sólo una cosa.
Un asunto muy difícil de lograr.
Difícil, pero nada imposible para una Werner o un Donovick.
Cuando en un reencuentran luego de largos años sin verse, sus padres hacen una apuesta.
¿Cuál es el resultado de la mezcla entre las dos personas más meticulosas que pueden existir?
Oliver y Abigail tienen el mismo objetivo.
¿Qué sucede cuando combinas el templado y duro frío alemán con el sofocante e
implacable calor de Italia?
ABIGAIL WERNER
4 AÑOS ATRÁS
Veintitrés.
Hoy es mi último día con veintitrés años de edad.
Deslizo mis dedos con cautela por mi suave y sedoso cabello largo naturalmente platinado para detallar que mi maquillaje esté tan pulcro cómo a la perfección, mi maquillista como siempre ha realizado un trabajo impecable. Mis labios se encuentran bordados de un rojo intenso en conjunto al maquillaje profundo en mis ojos lagunosos, adornados de un delineado filoso junto a unas pestañas de un largo dramático que me hace ver como si no fuera yo misma. Ese es el objetivo.
La idea de hacer una gran fiesta por mi cumpleaños no es precisamente mía, sino de mi papá, que ha sido pionero en celebrar por todo lo alto mi aniversario literalmente desde mi primer año de vida, que realizó una enigmática fiesta que quedó para el recuerdo de todos mis conocidos, algún que otro desconocido y la boca de la ciudad en su momento.
Él ha sido tan exagerado en celebrar mis minúsculos logros, si mi madre me comentó que hizo un gran alboroto llamando a toda la familia cuando di mis primeros pasos, podrán dimensionar que tan extra es con mis cumpleaños.
De vez en cuando mi familia se halla conversando sobre lo grande, asombrosa y exagerada que fue la fiesta de mi primer año de edad. Me atrevo a decir que invitó a aproximadamente todos los trabajadores de la empresa… ¡De todas las sedes!
Quién sabe cuánto dinero se habrá gastado en el asunto.
En la familia no hay secretos a excepción de uno: cuánto dinero gastó con exactitud el señor Bastian Werner en la fiesta del primer año de Abigail Werner.
El tema ha sido debate en diversos almuerzos, cenas y reuniones familiares. Mis abuelos maternos apuestan contra mis abuelos paternos montos millonarios absurdamente altos mientras que mi madre inspecciona el rostro de mi padre en respuesta y él sólo disimula viendo a cualquier otro lado que no sea el semblante de mi madre. Ella quería algo discreto y mi padre como buen esposo se ofreció a la planificación de la “discreta reunión privada” sólo para descubrir que la supuesta reunión privada y familiar no era más que todo un evento mediático.
Evento que incluía mi propio parque de diversiones, cabe acotar. No me imagino cuál habrá sido el semblante de mi mamá, pero qué no daría para ver su reacción. Desde entonces, las festividades de mis cumpleaños han sido asunto de qué hablar.
Según él, después de la boda con mi madre, el día más importante de su vida fue cuando nació su primera primogénita. Es decir, yo.
No sólo es así conmigo, con el de mis hermanos también es lo mismo. Fue él quién sembró esa costumbre. Algunos de ellos han elegido dejar de hacer toda una festividad al respecto y otros al contrario, si pudieran lanzar un cohete al cielo para anunciar que celebra su cumpleaños, fácilmente lo harían. Me pregunto si se les habrá ocurrido alguna vez… Ya creo yo que no, porque si no, ya lo hubiesen hecho.
En mi caso, no veo el cumplir años como un año más, lo veo como uno menos y me hago una lista mental de todas las metas y objetivos que todavía no he sido capaz de cumplir.
En secreto, soy demasiado exigente conmigo misma, nadie sabe la batalla que se libra en mi cabeza por haberme impuesto a mí misma ser el orgullo de mi padre.
Él ni siquiera me ha pedido tal cuestión, he sido yo desde el primer día de consciencia y soplo que ha querido enorgullecerle.
Debo de admitirlo, amo celebrar mi cumpleaños por todo lo alto, por lo que me reservaré en secreto la idea del cohete en mis pensamientos —evitando que mis hermanos me roben la idea antes—, para el año que viene. Ha sido mi extravagante y fashionista tía Astrid quién me ha dado la idea de la temática de éste año: un flamante baile de máscaras.
Veo mis grandes y sobresalientes curvas, herencia directa de mi madre, entallando el delicado vestido rojo confeccionado por la más alta costura para sostener la máscara y amarrarla por detrás.
—¿Necesitas ayuda con eso? —escucho que preguntan detrás de mí, subo la mirada para ver a mi padre entallado en un traje ambientado en el baile que le hace lucir cómo un pirata lo haría. Sonrío asintiendo con la cabeza.
—Siempre necesitaré de tu ayuda, papá —confieso con nostalgia, para soltar el nudo chueco que hice. Él se acerca para amarrar bien la máscara, al voltear, me da un cálido abrazo en el que puedo sentir la seguridad, confianza y fuerzas que sólo él podría brindarme.
—Siempre serás mi niña pequeña —me dice sonriendo con facilidad. Eso es una hazaña, con lo serio que es mi padre, sólo le sonríe a aproximadamente quince personas y la mayoría es parte de la familia, en especial, a mi madre—. Mi niña bonita. Estoy orgulloso de ti, Abigail, espero que nunca lo olvides. Yo te amo más, siempre te amaré más.
—Lo dudo —le reto, levantando una ceja a lo que él me ve cómo si fuera un reto—. Justo allí… Heredaste mi determinación. Esa es mi hija.
—Siempre haré todo lo que esté en mis manos para enorgullecerte, padre.
—Eso no es necesario —me asegura, posando sus manos en mis hombros, brindándome la convicción—. Estoy orgulloso de ti desde el mismo día en que abriste tus ojos al mundo. No tienes que hacer nada más que ser tú misma, Abigail. Escucha mi consejo, siempre, no importa qué, se tú misma.
Ese es el problema… Que no lo creo. Siempre debo de dar más.
—Gracias, papá —le agradezco, para volver a engullirnos en un abrazo.
—Siempre estaré para ti, hasta mi último aliento de vida, hija —me dice, con todo el amor que me profesa y yo le devuelvo con dicha—. Ahora vamos a tu cumpleaños.
Mi padre me ofrece su brazo y yo le sostengo para encaminarnos a la gran fiesta. Cómo una escena de telenovela, nos posamos al inicio de la larga escalera para observar a las personas desde mi vista. Ahí lo busco en vano, porque no logro encontrarlo.
A él.
Se siente mal, olvídalo, Abigail. Sácalo ya mismo de tu mente y se tu corazón. Olvídalo. No te pierdas en esos ojos miel. Olvídalo, no está bien. No está bien en ningún sentido. No está bien.
No sé cuántas veces me he repetido esa frase hasta clavarme entre ceja y ceja el convencimiento de que yo no siento nada, que simplemente estoy confundida. Me he dicho tanto lo mismo incontables oportunidades que casi he llegado a afectar mi última neurona achicharrada de tanto pensar al respecto. ¿Cómo puede ser posible enamorarse…? ¡Imposible!
Yo enamorada no estoy.
Y menos de un niñ…
Yo no estoy enamorada de el, es imposible, no está bien ni es correcto.