CAPITULO 2

1244 Words
La copa de champagne estaba helada entre sus dedos, pero no lo suficiente como para calmar el incendio en su pecho. Había tomado la primera que ofreció el mesero que pasaba cerca, sin siquiera mirarlo. Su atención estaba atrapada en todo lo demás: los trajes que olían a éxito, los relojes que costaban más que su departamento, las risas educadas de gente que no necesitaba reír. —Esto no es para mí —pensó, dando un pequeño sorbo al borde de cristal. Se colocó cerca de una columna de mármol, semioculta por una planta ornamental, y desde ahí observó el espectáculo. Se sentía como una intrusa en una ópera cara: sabía que todo era bonito, sabía que debía estar impresionada… pero no podía evitar pensar en lo artificial que resultaba todo. Las mujeres brillaban, los hombres hablaban como si cada palabra fuera un trato cerrado. Ella, en cambio, solo trataba de mantener la compostura. ¿Qué demonios hago aquí? Un trago más. Otro poco de valor líquido. Y entonces lo vio. Él. Alexander Dorne. Estaba de espaldas a ella, hablando con tres hombres que parecían clones: todos trajeados, todos con sonrisas que no llegaban a los ojos. Uno de ellos le palmeaba el hombro, otro levantaba la copa como si brindaran por su omnipotencia. Alexander no sonreía. Solo escuchaba. Imponente. Intocable. Pura amenaza vestida de Armani. Freya tragó saliva. No por miedo. Era otra cosa. Algo más profundo. Más físico. Como si su cuerpo hubiera identificado el peligro antes que su mente. —Tranquila, Lennox. Solo es otro hombre rico con complejo de dios. Aunque ninguno de los otros hombres en esa sala le provocaba ese hormigueo bajo la piel. Volvió la mirada hacia el techo. Chandelier de cristal, música suave, conversaciones en voz baja. Y sin embargo, el aire se sentía espeso. Como si algo fuera a explotar en cualquier momento. Como si ese fuera el tipo de noche que cambia el curso de los días. Freya giró un poco el cuerpo, ocultando mejor la incomodidad detrás de una postura ensayada: una pierna cruzada sobre la otra, la copa en la mano como si estuviera acostumbrada a este tipo de eventos, como si no se sintiera fuera de lugar, como si perteneciera. Fingir también era parte del trabajo. —Seguro ni me ha visto, —pensó, bajando la mirada hacia su reflejo en el líquido dorado— y mejor así. Lo último que necesito es llamar la atención de un hombre como él. Su mirada volvió al salón. Alexander seguía conversando, imperturbable, perfecto, rodeado de ejecutivos que parecían orbitar a su alrededor como satélites alrededor de un sol oscuro. Había algo en su quietud que inquietaba. Como si no necesitara moverse para dominar el espacio. Y por un segundo —solo uno— Freya tuvo la extraña impresión de que sabía exactamente dónde estaba ella. Pero él no giró. No buscó su mirada. No la recorrió con los ojos ni se acercó. Nada. Indiferencia total. Y eso fue lo que más la perturbó. Porque, en silencio, Freya Lennox estaba acostumbrada a causar efecto. No buscaba miradas, pero las recibía. No pedía atención, pero la generaba. Excepto con él. Alexander Dorne ni siquiera había parpadeado. Ella bebió otro sorbo, más largo esta vez, como si pudiera tragarse la incomodidad. "Quizá eso era lo que me molestaba. No que me ignorara. Sino que me hiciera sentir como si yo tampoco lo estuviera viendo." Pero él estaba ahí. Y aunque no lo mirara, aunque no se acercara… sabía exactamente que ella estaba en la sala. Solo que aún no era el momento. El sonido agudo del micrófono al activarse interrumpió el murmullo elegante de la sala. Un hombre de cabello canoso y traje azul medianoche subió al pequeño podio del fondo. Le dieron un aplauso educado, breve, mecánico. Freya ni siquiera miró al principio, ocupada en escanear posibles rutas de escape disimuladas. Pero entonces lo escuchó: —Damas y caballeros, les agradecemos su presencia en esta noche tan especial para el futuro de la innovación y el liderazgo joven. Y ahora, tengo el honor de presentarles al principal patrocinador y arquitecto de este proyecto internacional. Un hombre cuya visión ha redefinido el concepto de poder ejecutivo a nivel global… Freya sintió que algo se comprimía en su estómago. No. No podía ser. —…el CEO de Vallencourt Global. Señor Alexander Dorne. El salón explotó en aplausos elegantes. Y cuando ella levantó la mirada… Ahí estaba. Subiendo los escalones del escenario con la calma de quien no tiene prisa porque sabe que el mundo se detiene por él. El smoking n***o, la camisa abierta apenas por debajo del cuello, sin corbata. La postura perfecta, el mentón ligeramente elevado, la mirada seria. Y cuando tomó el micrófono… Silencio. Su voz era grave. Limpia. Controlada. —Buenas noches. Solo eso. Una palabra y el salón entero contuvo el aire. —No voy a hacerles perder tiempo con frases inspiradoras ni cifras infladas. Están aquí porque fueron seleccionados. Porque tienen algo que ofrecer. O al menos… eso espero. —Una pausa breve, quirúrgica—. Este concurso no es caridad. No vine a salvar sueños románticos de emprendedores con sed de likes. Esto es un campo de prueba. Un par de risas nerviosas en la sala. Freya no rió. Solo lo miró, con la mandíbula ligeramente tensa. —Los proyectos serán evaluados por resultados, no por buenas intenciones. Y a partir de mañana, ya no serán aspirantes: serán socios. Y todo socio tiene responsabilidades. Incluyendo obedecer ciertas reglas. —Y ahí miró, al azar… o no tan al azar, justo hacia donde ella estaba parada. No la sostuvo. No la sostuvo. Pero la tocó. Con los ojos. Apenas un segundo. Y siguió. —Les deseo suerte. La van a necesitar. Cuando bajó del escenario, el salón volvió a respirar. Los murmullos comenzaron otra vez. Freya apretó la copa entre los dedos. Ya no era champagne lo que tenía en la garganta. Era fuego. La música volvió a fluir con suavidad, las copas tintinearon, y el mundo pareció reiniciar su ritmo tras el discurso. Freya se mantuvo en su rincón, fingiendo calma. Pero por dentro, su mente hervía. ¿Qué clase de “reglas” mencionó? ¿Por qué había sentido que hablaba directamente con ella? Estaba por dejar su copa vacía en la bandeja de un mesero cuando lo sintió. No lo escuchó acercarse. No olió su perfume hasta que ya lo tenía demasiado cerca. Y no supo que era Alexander Dorne hasta que su voz —suavemente cortante— rozó su oído como una advertencia. —Así que tú eres Freya Lennox. Ella giró lentamente, alzando la mirada para encontrarse con él. Más alto de lo que esperaba. Más cerca de lo que era cómodo. Más intenso de lo que era justo. No sonreía. No tendía la mano. Solo la observaba con esos ojos grises que parecían leer más de lo que mostraban. —Trabajaremos juntos. —Su voz era baja, precisa, como el sonido de una llave girando una cerradura invisible—. Solo espero que no me decepciones. Y sin esperar respuesta, sin mirarla una vez más, se alejó. Como si no acabara de sembrar algo en su pecho. Como si no acabara de marcar territorio con una sola oración. Freya parpadeó. Tardó un par de segundos en recordar cómo respirar. "¿Qué carajos fue eso…?" Y entonces, lo supo. Estaba en peligro.
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