Nivel 1. Prólogo
Cuando llega la noche
Nivel1. Primera parte
Prólogo
Bienvenido/da al velatorio de Cristian. El chico de cabello n***o y frondoso que se encuentra en ese ataúd era mi novio. Hace dos días tuvo un accidente de tráfico cuando volvía de su trabajo, las primeras lluvias otoñales tornaron resbaladizo el pavimento, y en una curva llegó el fin de su existencia. Todos los días llegaba a casa a la misma hora, rara era la ocasión que adelantase su regreso, más habitual sería un posible retraso por alguna quedada con compañeros o alguna que otra hora extra, y yo lo sabía.
Pero esa tarde/noche en concreto, su atraso se alargó de más y empecé a preocuparme. A las once de la noche recibí una llamada del hospital junto a la trágica noticia, y con gran rapidez y desasosiego fui hasta allí, pero cuando llegué, Cristian ya había muerto. Ni siquiera pude despedirme de él, darle el último beso ni pedirle perdón. Sí, quería pedirle perdón, pero era tarde.
–Lo siento, Eva –me dicen todos y cada uno de los presentes.
Miro hacia el exterior a través del ventanal del tanatorio, y veo llegar a Alberto en su elegante BMW n***o. Ayer le avisé de lo ocurrido y al parecer ha venido a darme el pésame. Lo veo bajarse del coche, vestido con vaqueros bien adheridos a sus fornidas piernas y chaqueta oscura de cuero cubriendo su torso. Es un hombre bastante atractivo y adinerado. Entra al tanatorio y se dirige directamente a mí.
–¡Cuánto lo siento, Eva! –me dice al mismo tiempo que me estruja entre sus brazos.
–No quería que esto pasara.
–Por supuesto, Eva. Nadie desearía algo así. No fue tu culpa.
Alberto sabe que me siento culpable, y no es para menos. Pero ahora no quiero pensar en ello, solo quiero que esto pase, que le den sagrada sepultura y seguir con mi vida lo mejor que pueda. No pienso enamorarme en un largo tiempo, pues esa idea me causa náuseas. Cuando era niña creía en romances, en la adolescencia conocí a Cristian y me dí cuenta de que cuando la economía falla, los sentimientos tambalean. ¿Cómo es posible que en toda nuestra historia como humanos, aún sigamos creyendo que el amor no entiende de clases?.
–Bueno, Eva. Sobra que te diga que cualquier cosa que necesites, solo tienes que llamarme.
–Gracias, Alberto –clava sus ojos verdes en mí, con cierto aire de “remordimiento”. Entonces se da media vuelta y sale del recinto.
Yo permanezco en plena quietud junto al ataúd, observando el hermoso c*****r de Cristian, sin poder evitar que las lágrimas vuelvan a resbalar por mis mejillas.
Nivel1. Segunda parte
Ha pasado una semana desde el sepelio de Cristian. Ahora la más implacable soledad es mi única compañía. La única persona con quien tengo algo de contacto es Alberto, un ex compañero de universidad que ha triunfado en la vida, algo que Cristian no había logrado aún. La verdad que estaba enamorada de él, pero mis necesidades materiales… esos vacíos materiales que nos confunden, como los odio ahora que la soledad me asusta.
Camino por la casa tratando de dominar mis nervios, de calmar las voces de mi mente que me recuerdan mi egoísmo. Como quisiera que alguien que no sea Alberto me acompañase en este momento, para decirme que todo este dolor es pasajero y podré superarlo. Pero lo único que oigo es la lluvia que arrecia en la calle, y los chorros de agua que descienden desde los canalones de los tejados golpeando violentamente contra el suelo. Enciendo la televisión para poner alguna serie de humor o alguna cosa que pueda distraerme, por lo que empiezo a “zapear” de un canal a otro, como quien desea encontrar algo que ni siquiera sabe lo que busca.
Dirijo mi mirada a la ventana y me quedo absorta durante al menos un minuto, entre la manta de agua que baña los cimientos de las casas colindantes. Aún no es de noche, pero no tardará mucho, pues las farolas alimentadas por energía solar empiezan a brindar sus luces. El ambiente es tan hermoso como sombrío. De pronto, el tendido eléctrico de mi casa empieza a fallar, la bombilla del salón empieza a guiñar de forma intermitente hasta que al fín, todo queda a oscuras.
Me levanto del sofá y me acerco al cristal de la ventana, para percatarme de algo que llama mi atención. Las luces de las farolas también se han apagado, algo difícil de comprender ya que su fuente de energía es independiente a la de la calle. Tal y como está la situación; sin luz y sin tele, junto a una profunda tristeza que me envuelve, decido subirme a mi habitación. Entro en el cuarto y lo primero que hago es subir la persiana, necesito inundarme de la poca luz ambiental que queda en el día de hoy.
Abro los cristales del ventanal y saco tímidamente mi rostro hacia fuera. Las gotículas de agua acarician mi cara y proporcionan un ligero alivio en mi atormentada conciencia.
De pronto, me doy cuenta de que a pesar de la lluvia y la inminente llegada de la noche, me parece haber visto a alguien merodeando por mi calle. No estoy segura de si realmente era una persona o un efecto óptico, ya que ahora no consigo distinguir a nadie. Miro con curiosidad de un lado a otro, y entonces vuelvo a percibir la silueta. Debe estar a unos quince metros de mi posición, y parece ser la figura de un hombre, vestido con una especie de capucha oscura y del cual no consigo vislumbrar su rostro. Intuyo que debe medir aproximadamente un metro noventa, y una anchura considerable de espalda. Dicho de otra manera, parece un hombre muy alto y fuerte, lo cual me lleva a sospechar de Alberto.
Pero enseguida lo descarto, ya que este hombre no parece haber salido de ningún vehículo y Alberto es de los que van al baño en coche.
Mi sorpresa aumenta a medida en que me voy dando cuenta de que ese señor, extraño caminante bajo la lluvia y cubierto por una simple capucha, me está observando al igual que yo a él. Da varios pasos y vuelve a detenerse, algo que entiendo como una señal de que mis sospechas son ciertas. Aparte de eso, el extraño no realiza un solo movimiento, solo me mira. Y mientras lo hace, de forma extraña e inexplicable, mi ansiedad va desapareciendo. Un “clic” a mis espaldas me alerta de que la luz ha vuelto nuevamente, y vuelvo la mirada para confirmarlo. Entonces vuelvo a mirar en dirección al desconocido, pero ya no está ahí.