Nivel2
La presencia del extraño individuo que durante unos minutos rondó los alrededores de mi hogar, me ha provocado extrañas ensoñaciones durante mi descanso. No las recuerdo de forma lúcida, pero he despertado con una extraña sensación de paz interior, algo que no sentía desde hacía bastante tiempo. Me siento bien, así que saldré a dar un paseo después del desayuno.
Empiezo a degustar mi pan tostado untado en mermelada y enciendo la televisión. Un reportero meteorológico emite un mensaje de alerta.
–El temporal que se instaló en el país durante las últimas horas, intensificará su fuerza debido a los vientos húmedos procedentes del sur. Tengan especial cuidado si se ven obligados a desplazarse por carretera, y traten de evitarlo en la medida de lo posible.
Asimiló con desagrado la advertencia, pero necesito salir igualmente. ¿Qué hace una mujer hermosa en estos casos? Llamar al amigo con coche. Busco entre mis contactos.
–¡Alberto! ¿Cómo estás? ¿Te apetece dar un paseo?.
–¡Qué alegría volver a oírte, Eva! ¡Claro que sí, me arreglo un poco y paso a recogerte enseguida!.
Quince minutos después de terminar la llamada, Alberto llega con su coche de alta gama y estaciona vacilante al lado de mi jardín. De todas formas, ya no tengo razón para ocultarme y la vida sigue.
–¡Hola, princesa! –Alberto luce radiante, igual de atractivo y carismático que siempre.
–Hola, Alberto –le saludo mientras me subo en el asiento del copiloto.
–Me tenías preocupado –pone su mano en mis muslos.
–He estado algo nerviosa –me cuesta disimular la incomodidad que me produce su gesto varonil.
La lluvia cae cada vez con más fuerza, acompañada ahora por un moderado vendaval.
–¡Vaya un día para hacer picnic! –ironiza Alberto –podemos ir a comer y luego al cine; ¿Qué te parece?.
–¡Me parece estupendo! –asiento, ante la falta de otras ideas por mi parte.
Alberto reanuda la marcha, y justo antes de tomar el desvío a la derecha, veo una silueta a través del espejo retrovisor. Un extraño “flashback” estalla en mi mente.
–¡Espera! ¡Vuelve! Creo haber visto a alguien dentro del jardín.
Mi íntimo amigo pisa el freno con fuerza, sobresaltado por mi reacción. Casi choco mi frente contra la luna del coche.
–¿Dónde? ¿En tu casa? –Alberto empieza a maniobrar para volver al punto de salida –¿tienes algún problema con alguien?.
–¡No! Pero te aseguro que hay alguien en mi jardín.
–Tranquila, muñeca –me responde con media sonrisa, presumiendo su marcado bíceps –si le tengo que partir la cara a cualquier “pringao” será todo un placer.
Ni siquiera sé por qué, pero incluso cuando Cristian vivía, Alberto me derretía con estas estupideces de “machitos”. Volvemos hasta la entrada de mi jardín, pero no conseguimos ver a nadie.
–Espérame aquí, está lloviendo muy fuerte. Echo un vistazo rápido y vuelvo, no te preocupes.
Alberto se baja del vehículo y entra en mi jardín con pasos valientes y decididos. No le importa ni la lluvia ni el viento, como tampoco parece asustarle un posible asaltante. O al menos si tiene miedo, lo disimula bastante bien.
–¡No hay nadie! Y si lo hubo, se ha dado cuenta de que es mejor no tocarme las narices.
–Disculpa, Alberto. Como te dije, he estado algo indispuesta, no quería preocuparte. Seguro me ha fallado la vista.
–Nada que disculpar, bombón. Venga, elige restaurante y película. Hoy toca divertirse.
La película ha resultado ser un auténtico tostón, pero al menos he salido de casa. Alberto me ha invitado a merendar en la cafetería de al lado del cine, aunque solo he pedido un café, ya que quedé bastante llena en el restaurante.
–Oye, Eva. Si quieres… podría pasar la noche contigo –me dice con tono “despistado”.
–Te lo agradezco, Alberto, pero… –me froto los ojos, sin saber muy bien qué responder –Bueno, sabes que todo está muy reciente, y no me sentiría cómoda.
–Pero Eva; ¿Cuándo te había importado? Además, ya está m… –le lanzo una mirada profunda y cortante –vale, está bien, tranquila. Lo decía por si llegaba algún intruso…–ríe y toca mi barbilla con un gesto de aparente simpatía.
Estamos sentados al lado de un gran ventanal, desde el cual veo como el viento arremete con fuerza y hace bailar la copa de los árboles. Nunca antes me había parado a observar detenidamente este tipo de fenómenos atmosféricos como lo hago ahora. De una extraña forma, siento como si los vientos tuvieran la capacidad de hablar, y me quisieran transmitir entre sus ráfagas, algún mensaje que nunca había querido recibir.
Alberto conduce en dirección a mi casa, manteniendo una velocidad reducida a causa de la lluvia y la proximidad de la noche. No ha dejado de charlar durante todo el trayecto. Yo, sin embargo, me he dedicado más bien a seguirle la corriente. Mi idea principal era dar un paseo, pero bueno, ya está el día hecho y a punto de llegar a mi casa.
–¡Eva! ¿Te llamo mañana? –me pregunta desde el coche, cuando estoy a punto de entrar a mi hogar.
–¡Ya te digo, Alberto! –le respondo sin girar mi cabeza hacia él. Parece no darse cuenta de la dificultad de abrir la puerta con el paraguas queriendo volar.
–¡Vale! ¡Espero tu llamada!.
Consigo abrir y sin decirle ni adiós, cierro la puerta antes de que reanude la marcha. Por fin, hogar, dulce hogar. Tiro el paraguas semi abierto al suelo y enciendo todas las luces.
De pronto vuelvo a sentirme en paz. Me siento en el sofá y prendo el televisor. Nuevamente, las noticias climatológicas ocupan la pantalla.
–Joder… –miro la bombilla del salón, que como la noche anterior, empieza a guiñar, esta vez de forma más agresiva, hasta que se apaga por completo.
La oscuridad, junto a un silencio abrumador provocan cierto nerviosismo en mí, y siento la necesidad de subir la persiana. Al hacerlo, un escalofrío recorre mis entrañas. Ahí está nuevamente. Ese extraño e intimidante hombre, con la misma capucha de ayer, quieto y mirándome, bajo el manto de una lluvia torrencial.
Me quedo paralizada, intentando distinguir su rostro. Pero lo único que consigo ver con claridad son sus grandes manos entreabiertas. Intento bajar la persiana nuevamente, pero parece haberse atascado. Un relámpago alumbra toda la calle, y la bombilla de la sala se enciende y se apaga incansablemente.
Me doy cuenta de que el extraño visitante comienza a acercarse a mi jardín, lo cual provoca que mi corazón se desboque entre palpitaciones, y como por arte de magia, la persiana cede y baja violentamente. La luz vuelve a iluminar la casa, y la televisión a mostrar las noticias.