Diecisiete

976 Words
Las luces de SoHo parpadean como un latido, pero mi corazón late más fuerte, atrapado en el enigma que es Elena Harper. Estoy en mi loft, con un vaso de whisky en la mano, aunque no lo he tocado. La ciudad brilla a través de los ventanales, pero mi mente está en el almuerzo de ayer, en la forma en que sus dedos rozaron los míos, en el deseo que vi en sus ojos antes de que huyera otra vez. Embarazada. De mí. La confesión me tiene dando vueltas, y no sé si estoy listo para lo que significa. Pero sé una cosa: no puedo dejarla ir. Por eso la invité esta noche, bajo el pretexto de “discutir el proyecto”. Es una mentira, y ambos lo sabemos. El timbre suena, y mi pulso se acelera. Abro la puerta, y ahí está ella, con un vestido n***o que abraza sus curvas como si quisiera torturarme. Su cabello oscuro cae en ondas, y sus ojos recorren el loft con cautela, como si temiera una trampa. No la culpo. Después de Victoria y sus malditas insinuaciones, yo también estoy en guardia. — Bienvenida, cara mia —digo, mi voz baja, cargada de esa promesa que sé que la desarma. Le ofrezco un agua, notando otra vez que evita el alcohol. Es un detalle que no paso por alto, pero no lo menciono. — Esto es trabajo, Luca —replica, aceptando la copa con dedos temblorosos—. No estoy aquí para juegos. Sonrío, apoyándome en la isla de la cocina. El loft está iluminado por luces tenues, y el jazz suave de Coltrane llena el aire, creando un ambiente que no es precisamente profesional. — ¿Y si no quiero jugar? —miento, dando un paso hacia ella—. Solo quiero tu opinión sobre los informes. Eres la experta. Suelta un bufido, cruzándose de brazos, pero sus mejillas se tiñen de rosa. — No me trago eso —dice, su tono sarcástico—. Muéstrame los archivos y acabemos con esto. La guío al sofá, donde he dejado una tablet con los informes, pero no me siento a su lado. En cambio, cambio la música a algo más lento, una balada italiana que mi madre solía escuchar. La tensión entre nosotros se intensifica, y veo a Elena apretar la tablet como si fuera un escudo. — ¿Qué haces? —pregunta, su voz subiendo un tono, mirando la tablet como si pudiera salvarla. — Crear ambiente —respondo, extendiendo una mano—. Baila conmigo, cara mia. — Esto es una mala idea —dice, pero sus ojos no se apartan de los míos. Toma mi mano, y la atraigo hacia mí, una mano en su cintura, la otra sosteniendo la suya. Nos movemos, lentos, al ritmo de la música, y el mundo se desvanece. Su cuerpo está tan cerca que siento el calor de su piel, el roce de su vestido contra mi camisa. Su respiración se acelera, y cuando mi mejilla roza la suya, un gemido suave escapa de sus labios. Quiero besarla, borrar la distancia, pero hay algo en su postura —rígida, casi asustada— que me detiene. — ¿Por qué sigues luchando contra esto? —susurro, mi boca cerca de su oído. Su aroma de jazmín me envuelve, y tengo que contenerme para no apretarla más. — Porque no soy una de tus conquistas, Luca —responde, su tono afilado, deteniendo el baile. Sus palabras me golpean, y retrocedo, sorprendido por la intensidad en sus ojos. — No quiero que lo seas —replico, y la sinceridad en mi voz me sorprende. No estoy acostumbrado a esto, a querer más que una noche. Pero con Elena, todo es diferente. Ella me mira, sus ojos brillando con algo que no puedo descifrar. — No sabes lo que quieres —dice, su voz baja pero firme—. Eres Luca Moretti, el hombre que lo tiene todo. ¿Qué podría ofrecerte alguien como yo? Sus palabras me duelen, porque no son ciertas. Quiero decírselo, explicarle que ella es más que cualquier conquista, pero antes de que pueda hablar, mi teléfono vibra en la mesa. Es Matteo, y mi estómago se tensa. No quiero contestar, pero Elena lo ve. — Contesta —dice, retrocediendo—. Siempre hay algo más importante. — No hay nada más importante —respondo, pero el maldito teléfono sigue sonando. Lo agarro, viendo su nombre, y contesto, mi voz tensa. — ¿Qué, Matteo? —gruño, en italiano. — Los rumores están fuera de control, Enzo —dice, su tono urgente—. La prensa tiene nombres, fechas. Esto va a explotar. Maldigo en voz baja, mirando a Elena, que está junto al ventanal, observando la ciudad. Cuelgo, pero antes de que pueda acercarme, la puerta del loft se abre, y Matteo entra sin avisar, con su chaqueta de cuero y una expresión que grita problemas. — ¿Qué haces aquí? —pregunto, mi tono duro. — No podía esperar —responde, mirando a Elena—. ¿Ella es…? — No ahora —corto, dando un paso hacia él. Elena se gira, sus ojos pasando de Matteo a mí, llenos de confusión. — Tengo que irme —dice, agarrando su bolso—. Esto fue un error. — Elena, espera —empiezo, pero ella ya está en la puerta, desapareciendo en el ascensor. Matteo suelta un silbido, apoyándose en la pared. — Esa chica es un problema, Enzo —dice, con una sonrisa que no me gusta. — Cállate —replico, mi voz fría. Pero mientras miro el lugar donde Elena estaba, sé que tiene razón. Elena es un problema, pero uno que no quiero dejar ir. Y con Matteo aquí, hablando de rumores que podrían destruir todo, la tormenta está cada vez más cerca.
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