Dieciocho

1741 Words
El papel cruje en mis manos, y el ultrasonido parece pesar una tonelada. Estoy en una clínica de Brooklyn, sentada en una silla de plástico que chirría, con el eco de un latido llenándome los oídos. La doctora me sonríe, diciendo que todo está bien, pero no me siento bien. Estoy embarazada de Luca Moretti, y aunque le dije que es suyo, la forma en que salió corriendo tras esa llamada me dejó con un nudo en el pecho. No sé si quiere esto, si me quiere a mí, y la duda me está destrozando. Salgo de la clínica, metiendo la foto en mi bolso, y el aire fresco de octubre me golpea como un recordatorio de que no puedo seguir huyendo. Camino por las calles de Brooklyn, esquivando charcos y carritos de café. Mi apartamento está a unas cuadras, un refugio de cables y tazas sucias que no se compara con el loft de Luca. Anoche, en su espacio de luces tenues y jazz italiano, casi me rindo otra vez. Su mano en mi cintura, su aliento en mi oído, me hicieron olvidar por un segundo el secreto que me quema. Pero luego apareció su hermano, Matteo, con esa mirada que gritaba problemas, y salí corriendo. Como siempre. En mi apartamento, me dejo caer en el sofá, mirando el techo agrietado. Quiero escribirle a Luca, decirle todo, pero mis dedos tiemblan sobre el teléfono. ¿Qué digo? ¿“Oye, ese bebé que mencioné, es tuyo, y por cierto, estoy aterrorizada”? La idea suena ridícula, y dejo el teléfono en la mesa, frustrada. El timbre suena, y mi corazón da un vuelco. No estoy esperando a nadie, pero cuando abro la puerta, Sofía está ahí, con una bolsa de donuts y una sonrisa que no encaja con mi estado de ánimo. — Te ves fatal —dice, entrando como un torbellino. Deja la bolsa en la mesa y se sienta, cruzando las piernas—. ¿Qué pasó en el loft? ¿Le dijiste todo o sigues jugando a las escondidas? Suspiro, dejándome caer a su lado. — Le dije que el bebé es suyo —admito, mi voz baja—. Pero luego su hermano apareció, y… no sé, Sofía. Todo se siente mal. Ella frunce el ceño, sacando un donut y empujando la bolsa hacia mí. — ¿Mal cómo? —pregunta, mordiendo el dulce—. Ese hombre te mira como si quisieras comerte viva. ¿Qué te detiene? — Todo —respondo, mirando el donut como si fuera una bomba—. Es Luca Moretti, Sofía. Un multimillonario con una vida que no incluye a alguien como yo. Y luego está esa mujer, Victoria, con sus insinuaciones. Y su hermano, que apareció hablando de rumores. No sé en qué me metí. Sofía suelta un bufido, limpiándose el azúcar de los dedos. — Elena Harper, eres una genio que se abrió camino desde Brooklyn. No eres menos que nadie. Y si Luca no puede manejar esto, es su problema. Pero no puedes seguir callando. Ese bebé merece un padre, y tú mereces saber dónde estás parada. Sus palabras me golpean, pero el miedo no se disipa. Quiero creer que Luca podría ser más que el playboy de las revistas, pero las imágenes de él con modelos, la sonrisa afilada de Victoria, y la llegada de Matteo me persiguen. — No sé cómo decírselo todo —admito, mi voz temblando—. Cada vez que lo intento, algo me detiene. ¿Y si no quiere esto? ¿Y si piensa que quiero su dinero? — Entonces déjalo decidir —responde Sofía, apretando mi mano—. No puedes criar a ese bebé sola por miedo, Elena. Tienes que ser valiente, aunque sea lo más difícil que hayas hecho. Asiento, aunque el nudo en mi pecho no se afloja. Sofía se queda un rato, llenando el apartamento con su risa y sus historias, pero cuando se va, el silencio me envuelve. Me siento en la cama, mirando la foto del ultrasonido. Ese pequeño punto latiendo es mi hijo, y Luca merece saberlo todo, aunque me aterra su reacción. Mi teléfono vibra, y mi estómago se retuerce al ver un mensaje de Luca: “Necesito verte. Oficina, mañana, 8 a.m. No huyas esta vez”. Mi corazón se acelera, y el apartamento parece cerrarse a mi alrededor. ¿Hablar? ¿Sobre el bebé? ¿O sobre algo más? La imagen de su rostro, congelado tras mi confesión, me persigue. No parecía enojado, pero tampoco feliz. Y esa llamada de su hermano… ¿Qué era tan urgente? ¿Su empresa? ¿Victoria? ¿O algo peor? Me levanto, mirando la ciudad desde mi ventana. Las luces de Manhattan brillan a lo lejos, un mundo que parece inalcanzable. Quiero odiar a Luca por hacerme sentir así, pero no puedo. Cada vez que pienso en él —en sus manos, en su voz, en la forma en que me miró en el loft— algo dentro de mí se enciende. Pero ese fuego viene con miedo, y no sé si estoy lista para enfrentarlo. (...) La ciudad respira caos, pero mi despacho es un remanso de silencio que no me engaña. Estoy en Moretti Enterprises, con el skyline de Manhattan cortando el horizonte a través del ventanal, pero mi mente está atrapada en Elena Harper. Su confesión —el bebé es mío— me tiene dando vueltas como un animal enjaulado. No estoy listo para ser padre, no con mi vida de contratos y rumores, pero la idea de ella, de nosotros, me enciende de una manera que no esperaba. La invité a mi oficina esta mañana, decidido a obtener respuestas, pero cada vez que pienso en sus ojos oscuros, en su forma de esquivarme, algo dentro de mí se tambalea. Un golpe en la puerta me saca de mis pensamientos. Elena entra, con una blusa blanca que abraza sus curvas y unos jeans que me hacen querer olvidarme de todo. Su cabello oscuro está recogido, pero un mechón suelto cae sobre su mejilla, y tengo que contenerme para no apartarlo. — Dijiste que querías hablar —dice, su voz firme pero temblorosa, quedándose junto a la puerta como si planeara escapar. — Siéntate, cara mia —respondo, señalando la silla frente a mi escritorio. Mi tono es suave, pero hay una urgencia que no puedo ocultar. Ella cruza los brazos, pero se sienta, sus ojos evitando los míos. — No soy tu cara mia —replica, con un filo en la voz que me intriga—. ¿Qué quieres, Luca? Me levanto, rodeando el escritorio para acercarme. El aire entre nosotros se carga, como siempre, y me apoyo en el borde, lo bastante cerca para oler su perfume de jazmín. — Quiero la verdad —digo, mi voz baja—. Me dijiste que el bebé es mío, pero sigues huyendo. ¿Por qué no me lo contaste desde el principio? Ella traga saliva, sus dedos apretando el bolso en su regazo. — Porque no sabía cómo —responde, su voz apenas un susurro—. No sabía si te importaría, o si pensarías que quiero algo de ti. Sus palabras me golpean, y doy un paso más cerca, inclinándome hacia ella. — ¿Crees que no me importa? —pregunto, mi tono más duro de lo que pretendo—. Elena, esto no es un juego. Es un hijo. Nuestro hijo. Sus ojos se abren, y por un segundo, veo una chispa de esperanza, pero luego se apaga. — No sé quién eres, Luca —dice, levantándose, su voz temblando—. Eres un multimillonario, un playboy, y yo… yo no encajo en tu mundo. Quiero responder, decirle que ella es lo único que quiero en este maldito mundo, pero la puerta se abre, y Clara entra con una carpeta, rompiendo el momento. — Luca, el cliente de Tokio necesita una respuesta —dice, ajena a la tensión. Elena aprovecha para levantarse, agarrando su bolso. — Tengo que irme —murmura, y antes de que pueda detenerla, sale, sus pasos resonando en el pasillo. Maldigo en voz baja, mirando la ciudad a través del ventanal. No puedo dejar que esto termine así. Le envío un mensaje: “Trattoria Dell’Arte, 7 p.m. No es una reunión. Es personal”. Luego me dirijo a la sala de juntas, pero mi mente está en ella. En el restaurante, el aroma a albahaca y tomate llena el aire, y la mesa apartada que elegí está iluminada por velas. Elena llega, con un vestido azul que resalta sus curvas y una mirada que mezcla desafío y nerviosismo. Nos sentamos, y el camarero trae agua para ella y un vino para mí. — No estoy aquí para juegos, Luca —dice, cruzándose de brazos—. ¿Qué quieres? — Quiero entenderte —respondo, inclinándome hacia ella. Mi mano roza la suya al pasar el pan, y siento una chispa que no puedo ignorar—. No me dejas pensar con claridad, cara mia. — Tal vez no quiero que pienses —responde, su voz temblando, y por un segundo, sus ojos brillan con deseo. Compartimos un postre, nuestras cucharas chocando, y el roce de su dedo contra el mío me hace querer besarla aquí mismo. La música cambia a algo más lento, y la invito a bailar. Ella duda, pero toma mi mano, y nos movemos entre las mesas, su cuerpo tan cerca que siento el calor de su piel. Mi mano descansa en su cintura, y cuando mi mejilla roza la suya, un gemido suave escapa de sus labios. — No confías en mí, ¿verdad? —pregunto, mi voz baja, mientras seguimos el ritmo. — Quiero confiar, pero no me lo pones fácil —responde, sus ojos esquivándome. Quiero decirle que ella es diferente, que no quiero que sea otra conquista, pero mi teléfono vibra en mi bolsillo. Lo ignoro, pero Elena lo nota. — Contesta —dice, deteniendo el baile—. Siempre hay algo más importante. — Nada es más importante que esto —respondo, pero el maldito teléfono sigue sonando. Lo saco, viendo un mensaje de Victoria Lang: “Cuidado con tu analista, Luca. Los secretos tienen un precio”. Mi estómago se tensa, y miro a Elena, que está observando la ciudad a través del ventanal, ajena a la tormenta que se avecina.
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