Diecinueve

1759 Words
El vagón del metro traquetea, y el chirrido de los frenos me sacude como si quisiera arrancarme el secreto que llevo dentro. Estoy apretujada entre un tipo con auriculares y una mujer que huele a perfume caro, con mi bolso pegado al pecho como si pudiera proteger el ultrasonido que guarda. La ciudad pasa en un borrón por las ventanas, pero mi mente está atrapada en Luca Moretti, en el baile de anoche, en la forma en que su mano en mi cintura casi me hizo olvidar el peso de mi silencio. Le dije que el bebé es suyo, pero no pude terminar, no pude enfrentar la pregunta en sus ojos. Y ahora, cada estación que pasa en este maldito tren me recuerda que estoy huyendo otra vez. Bajo en Williamsburg, esquivando turistas y charcos. El aire de octubre es frío, y mi chaqueta no es suficiente para el viento que corta las calles. Camino hacia el apartamento de Sofía, mi único refugio en este caos. No quiero hablar, pero sé que ella no me dejará esconderme. Subo las escaleras, y cuando toco el timbre, la puerta se abre de golpe, revelando a Sofía con una camiseta de colores y una expresión que no acepta excusas. — Entra antes de que te arrastre —dice, tirando de mi brazo. Su apartamento está lleno de plantas y fotos, un contraste con mi desorden en Brooklyn. Me empuja hacia el sofá y deja una taza de té en mis manos—. Habla. ¿Qué pasó con el multimillonario? ¿Le dijiste todo o sigues jugando a las escondidas? Miro el té, el vapor subiendo como un velo que no oculta mi miedo. — Le dije que el bebé es suyo —admito, mi voz baja—. Pero no pude… no pude terminar. Había tanta tensión, Sofía, y luego su hermano apareció, hablando de rumores. Ella frunce el ceño, sentándose a mi lado. — ¿Rumores? —pregunta, cruzando los brazos—. ¿Qué clase de rumores? — No lo sé —respondo, encogiéndome de hombros—. Algo sobre su familia. Y luego está Victoria, esa mujer que siempre aparece con sus insinuaciones. No sé qué está pasando, pero me asusta. Sofía suelta un bufido, arrebatándome la taza para obligarme a mirarla. — Elena Harper, eres una genio que se abrió camino desde nada. No puedes dejar que el miedo decida por ti —dice, su tono firme—. Luca merece saber todo, y tú mereces saber dónde estás parada. ¿Qué te detiene? — Todo —respondo, mi voz temblando—. ¿Y si no quiere esto? ¿Y si piensa que quiero su dinero? ¿Y si esa Victoria sabe algo y lo usa contra mí? Ella me toma de las manos, apretándolas con fuerza. — No puedes controlar lo que piense Luca o esa víbora —dice, su voz suavizándose—. Pero puedes controlar lo que haces. No puedes criar a ese bebé sola por miedo, Elena. Tienes que ser valiente, aunque sea lo más difícil que hayas hecho. Asiento, pero el nudo en mi pecho no se afloja. Quiero creer que Luca podría ser más que el playboy de las revistas, pero las imágenes de él con modelos, la sonrisa afilada de Victoria, y la llegada de Matteo me persiguen. Sofía me abraza, y por un momento, el calor de su abrazo me da fuerza, pero cuando me suelta, el miedo regresa. — Tengo que irme —digo, levantándome—. Tengo trabajo que terminar. — No huyas, Elena —dice, siguiéndome hasta la puerta—. Prométeme que hablarás con él. — Lo intentaré —respondo, pero mi voz suena débil, y ambas lo sabemos. Camino de vuelta al metro, el cielo gris amenazando con lluvia. Mi teléfono vibra en el bolsillo, y lo saco, esperando un mensaje de Luca. Pero es un correo de Clara, la directora de tecnología, pidiéndome un análisis para mañana. Suspiro, guardándolo, pero mientras paso por una tienda de periódicos, un titular en una pantalla me detiene en seco: “Escándalo Resurge en Moretti Enterprises: ¿Secretos Familiares al Descubierto?”. Mi corazón se acelera, y me acerco, leyendo el artículo en mi teléfono. Habla de un desfalco antiguo, ligado al padre de Luca, con rumores de que alguien está filtrando detalles a la prensa. No menciona a Luca directamente, pero la palabra “Moretti” me golpea como un puñetazo. Me siento en un banco, el bullicio de la ciudad desvaneciéndose. ¿Es esto lo que Matteo mencionó? ¿Es por eso que Luca está tan tenso? Y, peor aún, ¿qué tiene que ver con Victoria? Su mensaje, insinuando que sabe más de lo que creo, me persigue. ¿Sabe del bebé? ¿O es algo más? Guardo el teléfono, apretando el bolso contra mi pecho. La foto del ultrasonido está ahí, un recordatorio de que esto no es solo sobre mí. Es sobre mi hijo, y Luca merece saberlo todo, aunque me aterra lo que pueda pasar. De vuelta en mi apartamento, me dejo caer en la cama, mirando la ciudad desde la ventana. Las luces de Manhattan brillan a lo lejos, un mundo que parece inalcanzable. Quiero odiar a Luca por hacerme sentir así, pero no puedo. Cada vez que pienso en él —en sus manos, en su voz, en la forma en que me miró anoche— algo dentro de mí se enciende. Pero ese fuego viene con miedo, y no sé si estoy lista para enfrentarlo. (...) El teléfono vibra en mi escritorio, y el nombre de Matteo parpadea como una advertencia. Estoy en mi despacho en Moretti Enterprises, con el skyline de Manhattan brillando bajo un cielo gris, pero mi mente está atrapada en un torbellino. Los rumores sobre el escándalo de mi padre —un desfalco que casi destruyó la empresa hace años— están resurgiendo, y cada mensaje de mi hermano es un clavo más en el ataúd. Pero no es solo eso. Elena Harper, con su confesión de que el bebé es mío, me tiene dando vueltas como un idiota. No estoy listo para ser padre, pero la idea de perderla, de no entender qué oculta, me está volviendo loco. Ignoro el mensaje y me levanto, ajustando mi traje. Necesito verla, ahora. Camino hacia la sala de juntas, donde el equipo de ciberseguridad está reunido, pero Elena no está. Su laptop está abierta, pero su silla está vacía. Clara, la directora de tecnología, me lanza una mirada interrogante. — Elena tuvo un imprevisto —dice, encogiéndose de hombros—. Envió su informe por correo. Asiento, pero mi mandíbula se tensa. ¿Otro imprevisto? ¿O me está evitando otra vez? Le envío un mensaje: “The Chelsea Room, 8 p.m. No acepto excusas”. Luego me dirijo a mi despacho, pero mi teléfono vibra otra vez. Es Matteo, con un mensaje que me hiela: “La prensa tiene documentos. Esto es serio”. Maldigo en voz baja, mirando el skyline. No puedo lidiar con esto ahora, no cuando Elena está en mi cabeza. En The Chelsea Room, un bar con luces tenues y música jazz, el ambiente es cálido, pero mi estado de ánimo es cualquier cosa menos acogedor. Me siento en una mesa apartada, con un whisky que no toco, esperando a Elena. Cuando entra, mi pulso se acelera. Lleva un vestido gris que abraza sus curvas, y su cabello oscuro cae en ondas sueltas. Pero sus ojos evitan los míos, y su postura es rígida, como si estuviera lista para correr. — Llegas tarde, cara mia —digo, levantándome para recibirla. Mi mano roza su espalda al guiarla a la mesa, y siento su cuerpo tensarse. — No soy tu cara mia —replica, sentándose con un bufido—. ¿Qué quieres, Luca? Me inclino hacia ella, apoyando los codos en la mesa. — Quiero entenderte —respondo, mi voz baja—. Me dijiste que el bebé es mío, y luego huyes. ¿Por qué sigues poniéndome barreras? Ella traga saliva, sus dedos jugueteando con el vaso de agua. — No estoy huyendo —dice, pero su voz tiembla—. Es solo… complicado. — Hazlo simple —replico, mi tono más duro de lo que pretendo—. ¿Qué me estás ocultando, Elena? Sus ojos se alzan, y por un segundo, pienso que va a soltar lo que sea que la tiene tan cerrada. Pero antes de que pueda hablar, una figura se detiene junto a nuestra mesa. Victoria Lang, con un vestido n***o que grita poder y una sonrisa que corta como vidrio. — Luca, qué sorpresa —dice, su voz melosa, pero sus ojos están en Elena, evaluándola—. ¿Otra reunión de trabajo? — Algo así —respondo, mi tono frío, pero Victoria no se inmuta. Se sienta sin invitación, cruzando las piernas. — Elena, pareces… tensa —dice, su sonrisa afilada—. Espero que no sea por el estrés del trabajo. O por… otros asuntos. Elena se tensa, sus dedos apretando el vaso. — Estoy bien, Victoria —replica, su voz firme pero quebradiza—. Solo estoy aquí por el proyecto. — Claro —dice Victoria, inclinándose hacia mí—. Luca, deberías ser más selectivo con quién dejas entrar en tu círculo. No todos son tan transparentes como parecen. Mi mandíbula se tensa, y quiero decirle que se largue, pero Elena se levanta de repente. — Tengo que irme —dice, agarrando su bolso—. Gracias por la invitación, Luca. — Elena, espera —empiezo, pero ella ya está caminando hacia la salida, su figura recortada contra las luces del bar. Victoria suelta una risita baja, apoyando una mano en mi brazo. — Cuidado, Luca —susurra—. Esa chica tiene secretos que podrían complicarte la vida. Me zafo de su agarre, furioso. — No te metas en mis asuntos, Victoria —replico, mi voz helada. Ella sonríe, pero no insiste, y se aleja, dejando su perfume en el aire. Me quedo solo, mirando el vaso de whisky. Elena está huyendo otra vez, y no sé por qué. Pero mientras la ciudad brilla afuera, una cosa está clara: no voy a dejarla ir. No con un hijo en camino, no con esta maldita atracción que me consume. Pero las palabras de Victoria, y los rumores que Matteo mencionó, me persiguen. ¿Qué está ocultando Elena? ¿Y qué tiene que ver con mi familia?
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