El zumbido de las pantallas en la sala de juntas de Moretti Enterprises me pone los nervios de punta, pero es la mirada de Victoria Lang lo que realmente me tiene al borde. Estoy de pie junto a mi laptop, presentando un análisis de seguridad, cuando ella interrumpe con un gesto elegante, su vestido rojo cortando el aire como una advertencia. Sus ojos me recorren, y siento que sabe más de lo que debería, como si mi secreto estuviera escrito en mi frente.
— Elena, tu informe es… interesante —dice, su voz melosa mientras se levanta, caminando hacia la pantalla—. Pero me pregunto si estás tan concentrada como deberías. ¿Hay algo que debamos saber?
El equipo se queda en silencio, y mi pulso se acelera. No puedo dejar que me intimide, no delante de todos.
— Mi concentración está en el trabajo, Victoria —respondo, mi tono firme, proyectando el gráfico siguiente—. Si tienes dudas, revisa los datos.
Ella suelta una risita baja, apoyándose en la mesa.
— Oh, no dudo de tus habilidades —dice, su sonrisa afilada—. Solo me preocupa que… otras prioridades puedan distraerte. ¿No es así, Luca?
Luca, sentado al frente, me mira, pero su expresión es inescrutable. Quiero gritarle que no tiene idea, que mi prioridad es este bebé que crece dentro de mí, pero me trago las palabras, apretando los puños bajo la mesa.
— Todos tenemos prioridades —respondo, mirando a Victoria a los ojos—. Y las mías están aquí.
Ella arquea una ceja, pero no insiste, volviendo a su asiento. La reunión termina, y mientras recojo mis cosas, siento su mirada clavada en mi espalda. Salgo de la sala, mi corazón latiendo desbocado, y necesito aire. Tomo el metro hasta Central Park, donde el atardecer pinta el cielo de naranja y los árboles susurran con la brisa. Me siento en un banco, sacando el ultrasonido de mi bolso. La imagen del pequeño punto latiendo me hace contener el aliento. Este es mi hijo, el hijo de Luca, y no puedo seguir callando. Pero cada vez que pienso en decírselo, el miedo me paraliza. ¿Y si no lo quiere? ¿Y si Victoria tiene razón, y Luca no es más que un playboy que juega conmigo?
Camino por un sendero, esquivando a un grupo de niños que corren, y pienso en anoche, en el restaurante, en la forma en que su mano en mi cintura me hizo olvidar todo. Quise confiar en él, pero las palabras de Victoria me persiguen. ¿Qué sabe? ¿El embarazo? ¿O algo más? Mi teléfono vibra, y mi estómago se retuerce al ver un mensaje de Luca: “Necesito verte. Mi despacho, mañana, 9 a.m. No más evasivas”. Mi corazón se acelera, y el parque parece girar a mi alrededor. ¿Hablar? ¿Sobre el bebé? ¿O sobre algo más? La imagen de su rostro, congelado tras mi confesión parcial, me persigue. No parecía enojado, pero tampoco feliz. Y esa llamada de su hermano… ¿Qué era tan urgente? ¿Su empresa? ¿Victoria? ¿O algo peor?
Vuelvo a mi apartamento, dejando el bolso en la mesa. El silencio me envuelve, roto solo por el goteo de un grifo que debería arreglar. Me siento en el sofá, mirando la ciudad desde la ventana. Las luces de Manhattan brillan a lo lejos, un mundo que parece inalcanzable. Quiero odiar a Luca por hacerme sentir así, pero no puedo. Cada vez que pienso en él —en sus manos, en su voz, en la forma en que me miró anoche— algo dentro de mí se enciende. Pero ese fuego viene con miedo, y no sé si estoy lista para enfrentarlo.
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El eco de una sirena corta el aire nocturno, resonando contra los ventanales de mi loft en SoHo como un grito que no puedo ignorar. Estoy de pie junto a la barra, con un vaso de bourbon en la mano que no he probado, mirando las luces de la ciudad que parecen burlarse de mi caos interior. Acabo de enterarme por mi asistente que Victoria Lang filtró rumores sobre el escándalo de mi padre a la prensa, y el nombre Moretti está en todos los titulares digitales. Pero eso no es lo que me tiene al borde. Es Elena Harper, con su confesión de que el bebé es mío, y la forma en que se aleja cada vez que intento acercarme. Esta noche, la invité a mi loft, decidido a romper esa barrera, y mi corazón late con una mezcla de deseo y temor que no reconozco.
El timbre suena, y el sonido me saca de mi trance. Abro la puerta, y Elena está ahí, con un abrigo n***o que resalta su figura y el cabello suelto cayendo sobre sus hombros. Sus ojos oscuros me recorren, llenos de cautela, pero también de algo que me enciende: curiosidad.
— No esperaba que me llamaras tan pronto, cara mia —digo, mi voz baja, invitándola a entrar. Le ofrezco un agua, notando que sigue evitando el alcohol, un detalle que me intriga más cada día.
— Esto es trabajo, Luca —responde, quitándose el abrigo y dejándolo en el sofá. Su tono es firme, pero sus dedos tiemblan mientras sostiene la copa—. ¿Qué quieres?
Sonrío, apoyándome en la barra con una calma que no siento.
— Podemos hablar del proyecto —miento, dando un paso hacia ella—. O podemos hablar de lo que realmente importa.
Ella arquea una ceja, cruzándose de brazos.
— No tengo nada más que decir —replica, pero su voz vacila, y sus mejillas se tiñen de rosa.
No me rindo. Pongo una canción suave, un tema de piano que llena el loft con un aire íntimo, y extiendo una mano.
— Baila conmigo —propongo, mi tono cargado de desafío.
— Esto es una locura —dice, pero sus ojos no se apartan de los míos. Toma mi mano, y la atraigo hacia mí, mi mano en su cintura, la otra sosteniendo la suya. Nos movemos, lentos, y el calor de su cuerpo contra el mío me hace olvidar todo lo demás.
Su respiración se acelera, y cuando mi mejilla roza la suya, un gemido suave escapa de sus labios. Quiero besarla, hundirme en ella, pero hay una tensión en su postura que me detiene. Mis dedos suben por su espalda, y ella se tensa, pero no se aleja.
— No confías en mí, ¿verdad? —pregunto, mi voz ronca, mientras seguimos el ritmo.
— Quiero confiar —responde, su aliento cálido contra mi piel—. Pero no sé si puedo.
Sus palabras me duelen, pero antes de que pueda responder, la atraigo más cerca, y nuestros labios se encuentran. El beso es como un incendio, urgente y hambriento, y ella responde, sus manos enredándose en mi camisa. La guío hacia el sofá, cayendo juntos en un enredo de deseo. Sus labios recorren mi cuello, y mis manos exploran su cintura, subiendo por su espalda. El mundo se desvanece, y por un momento, solo estamos nosotros, el fuego consumiéndonos.
Pero mi teléfono vibra en la mesa, rompiendo el hechizo. Lo ignoro, profundizando el beso, pero Elena se tensa y se aparta, su respiración entrecortada.
— Contesta —dice, su voz temblando, retrocediendo en el sofá.
— No importa —respondo, intentando acercarla otra vez, pero ella niega con la cabeza.
— Sí importa —insiste, señalando el teléfono—. Siempre hay algo más.
Maldigo en voz baja, agarrando el teléfono. Es Matteo, y su nombre me pone en alerta. Contesto, mi tono tenso.
— ¿Qué, Matteo? —gruño, en italiano.
— La prensa tiene más, Enzo —dice, su voz urgente—. Documentos sobre papá. Esto va a estallar mañana.
Cuelgo, mirando a Elena, que está de pie junto al ventanal, con las manos en los bolsillos. La distancia entre nosotros es un abismo, y siento que se aleja más con cada segundo.
— Tengo que irme —dice, agarrando su abrigo—. Esto fue un error.
— Elena, espera —empiezo, pero ella ya está en la puerta, desapareciendo en el ascensor. Me quedo solo, con el sabor de su beso en los labios y una furia que no sé hacia dónde dirigir.