Juegos de oficina

1262 Words
El cursor parpadea en mi pantalla, pero mis dedos están congelados. Estoy en una sala de juntas en el piso 50 de Moretti Enterprises, rodeada de paredes de vidrio que reflejan el skyline de Manhattan, pero mi mente no está en los códigos que debería estar revisando. Está en él. Luca Moretti, mi jefe, el hombre que me dejó embarazada en una noche que no puedo olvidar, está a dos mesas de distancia, hablando con un equipo de ingenieros. Su voz, con ese acento ítalo-americano que me eriza la piel, se cuela en mi concentración, y cada vez que levanto la vista, sus ojos verdes me atrapan como si supieran mi secreto. No lo saben. No pueden saberlo. Pero el peso de lo que llevo dentro me aplasta con cada mirada. Han pasado dos días desde nuestro encuentro en el pasillo, cuando su presencia me desarmó y esa mujer, Victoria, me miró como si fuera una presa. Desde entonces, he intentado mantenerme invisible, hundida en mi trabajo, pero Luca no me lo hace fácil. Sus “buenos días” son demasiado cálidos, sus preguntas sobre el proyecto demasiado personales, y cada roce accidental —un dedo que roza mi mano al pasar un documento, un hombro que choca en un pasillo— enciende una chispa que no puedo permitirme. Estoy embarazada de él, por Dios, y aún no sé cómo decírselo. O si debería decírselo. — ¿Elena, tienes el análisis de vulnerabilidades listo? —pregunta Clara, la directora de tecnología, sacándome de mi espiral. Todos me miran, y siento el calor subir por mi cuello. — Sí, está en el servidor —respondo, forzando una sonrisa mientras envío el archivo. Luca me observa, con una media sonrisa que no sé si es profesional o algo más. Maldita sea, ¿por qué tiene que ser tan guapo? Su traje gris abraza cada línea de su cuerpo, y ese mechón de cabello que cae sobre su frente me recuerda cómo lo enredé entre mis dedos esa noche. La reunión termina, y me quedo recogiendo mis cosas, esperando que todos salgan para evitar otro encuentro con Luca. Pero cuando levanto la vista, está ahí, apoyado en la puerta, con los brazos cruzados y esa mirada que me desarma. — ¿Siempre eres tan seria en el trabajo? —pregunta, su voz baja, cargada de un coqueteo que no debería funcionar pero lo hace. Da un paso hacia mí, y el espacio entre nosotros se reduce. — Solo cuando mi jefe me distrae —replico, intentando sonar sarcástica, pero mi voz sale más temblorosa de lo que quiero. Me giro hacia mi laptop, fingiendo organizar archivos, pero su risa suave me envuelve. — ¿Te distraigo, cara mia? —dice, y el apodo me golpea como un recuerdo de esa noche. Se acerca, y su mano roza la mía al tomar un bolígrafo que no necesita. El contacto es breve, pero suficiente para acelerar mi pulso—. Me halaga. — No te halagues tanto —respondo, cruzándome de brazos para poner una barrera—. Estoy aquí para trabajar, no para… lo que sea que estés haciendo. Sonríe, lento y peligroso, y se inclina, apoyando una mano en la mesa, tan cerca que puedo oler su colonia. — ¿Y si quiero hacer más que trabajar contigo? —susurra, sus ojos fijos en los míos. Por un segundo, olvido el secreto, el miedo, todo. Solo existe él, y la tentación de rendirme es tan fuerte que duele. Pero entonces recuerdo: el embarazo, su reputación, la “cita real”. Retrocedo, agarrando mi bolso como un escudo. — Tengo que irme —digo, y salgo de la sala antes de que pueda detener me, mis tacones resonando en el pasillo de vidrio. El resto del día es un borrón de reuniones y código, pero Luca está en cada esquina, en cada sombra. Cuando salgo de la oficina, el aire fresco de Manhattan me golpea, pero no alivia el nudo en mi pecho. Mi teléfono vibra, y es un mensaje de Luca: “Reunión de última hora en el rooftop de The Standard. Proyecto urgente. 20:00”. Mi estómago se retuerce. ¿Una reunión? ¿O una trampa? Llamo a Sofía mientras camino al metro, necesitada de su voz para no colapsar. — ¡Elena! ¿Ya le dijiste al multimillonario que va a ser papá? —pregunta, su entusiasmo chocando con mi ansiedad. — No, y no estoy segura de querer hacerlo —admito, esquivando a un ciclista en la acera—. Es un playboy, Sofía. ¿Qué si no le importa? ¿Qué si piensa que quiero su dinero? — O tal vez te sorprenda —replica, su voz firme—. No lo sabrás hasta que hagas. Tienes que hablar con él, Elena. Por ti, por el bebé. — Lo sé, pero… —suspiro, mirando el cielo que se oscurece—. Me invitó a un bar esta noche. Dice que es trabajo, pero no sé si creerle. Sofía suelta un chillido que me hace apartar el teléfono. — ¡Eso es una cita disfrazada! Ve, Elena. Mira qué quiere. Y si no es el hombre que necesitas, al menos lo sabrás. Cuelgo con un nudo en la garganta, pero sé que tiene razón. No puedo seguir huyendo. Me cambio en casa, poniéndome un vestido azul que no grita “cita” pero me hace sentir menos fuera de lugar. El rooftop de The Standard está lleno de luces parpadeantes, mesas con velas, y un murmullo de conversaciones sofisticadas. Luca está en una esquina, con una camisa negra que resalta cada músculo, y cuando me ve, su sonrisa me corta el aliento. — Llegas tarde, cara mia —dice, levantándose para recibirme. Su mano roza mi espalda al guiarme a la mesa, y el contacto me quema. — No es una reunión, ¿verdad? —pregunto, sentándome y cruzándome de brazos. El skyline brilla detrás de él, pero mis ojos están en los suyos. — Depende de cómo definas “reunión” —responde, con una chispa en la mirada. Pide un vino para él y un agua para mí, y me pregunto si nota que no bebo alcohol. No, no puede saberlo. Todavía no. — Luca, estoy aquí para trabajar —insisto, aunque mi voz suena débil. La música suave y las velas hacen que esto se sienta peligrosamente íntimo. — Y yo quiero trabajar contigo —dice, inclinándose hacia mí—. Pero también quiero entender por qué sigues huyendo de mí. Trago saliva, buscando una respuesta que no revele demasiado. Pero su mano roza la mía sobre la mesa, y la chispa me traiciona. Quiero contarle todo, pero el miedo me paraliza. ¿Y si no le importa? ¿Y si soy solo una más en su lista? — No estoy huyendo —miento, apartando la mano—. Solo… no sé quién eres realmente. Me mira, y por un segundo, hay algo en sus ojos —dolor, tal vez— que no esperaba. Pero luego sonríe, esa sonrisa que desarma. — Entonces déjame mostrártelo —dice, su voz baja, cargada de promesas—. Quédate esta noche, Elena. Sin juegos, sin citas reales. Solo nosotros. El corazón me late desbocado, y la tentación es tan fuerte que duele. Pero el secreto pesa como una piedra en mi pecho, y sé que no puedo rendirme. No hasta que sepa quién es Luca Moretti, y si hay espacio para mí —para nosotros— en su mundo.
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