La ciudad nunca duerme, pero esta noche, yo soy el que está despierto, con el pulso acelerado y la mente atrapada en una mujer que no puedo descifrar. Elena Harper. Desde que la vi en la sala de conferencias hace unos días, no he podido sacarla de mi cabeza. No es solo el recuerdo de su piel bajo mis manos o el sabor de sus labios en mi penthouse. Es su forma de mirarme, como si quisiera confiar pero algo la detuviera. Y maldita sea, quiero saber qué es. Por eso estoy aquí, en un restaurante italiano en el Upper East Side, esperando a que ella cruce la puerta para una “cena de trabajo” que ambos sabemos que es más que eso.
El lugar es un rincón de mi infancia: manteles blancos, velas parpadeantes, el aroma de albahaca y tomate flotando en el aire. He elegido una mesa apartada, junto a un ventanal que da a la calle, donde los taxis amarillos pasan como destellos en la noche. Mi camisa negra está desabotonada en el primer botón, y me he asegurado de que el vino sea el mejor de la carta. No es que necesite impresionar a Elena, pero quiero verla bajar la guardia, aunque sea por un momento.
Ella entra, y el aire se me atasca en el pecho. Lleva un vestido azul oscuro que abraza sus curvas, más sencillo que el de la gala, pero igual de devastador. Su cabello está suelto, cayendo en ondas sobre sus hombros, y sus ojos oscuros recorren el lugar antes de posarse en mí. Hay un destello de nerviosismo en ellos, pero también esa chispa desafiante que me tiene obsesionado.
— Llegas tarde, cara mia —digo, levantándome para recibirla. Mi mano roza su espalda al guiarla a la silla, y siento su cuerpo tensarse bajo el contacto.
— No es una cita, Luca —replica, sentándose con una ceja arqueada—. Dijiste que era trabajo.
Sonrío, deslizando una copa de agua hacia ella. He notado que no bebe alcohol, y aunque no lo comento, me intriga.
— Depende de cómo definas “trabajo” —respondo, inclinándome hacia ella. La vela entre nosotros parpadea, reflejándose en sus ojos—. Podemos hablar del proyecto… o de por qué sigues evitándome.
Ella suelta un bufido, pero sus mejillas se tiñen de rosa.
— No te evito —miente, y su voz tiembla lo suficiente como para delatarla—. Estoy aquí, ¿no?
— Estás aquí —concedo, mi mirada fija en la suya—. Pero hay algo que no me estás diciendo, Elena. Y soy muy bueno descubriendo secretos.
Traga saliva, y por un segundo, pienso que va a soltar lo que sea que la tiene tan tensa. Pero en cambio, toma el menú, fingiendo interés en los platos.
— Entonces, ¿qué es tan urgente sobre el proyecto? —pregunta, su tono forzado.
Dejo que cambie de tema, por ahora. Pedimos —ravioli para ella, ossobuco para mí—, y mientras el camarero se aleja, me inclino, rozando su mano con la mía bajo la mesa. Es un toque breve, pero suficiente para hacerla contener el aliento.
— ¿Siempre eres tan profesional? —pregunto, mi voz baja, cargada de diversión—. Porque te recuerdo menos… contenida, la última vez que estuvimos tan cerca.
Sus ojos se abren, y el rubor se extiende por su cuello.
— Eso fue un error —dice, pero su voz no tiene la firmeza que quiere proyectar—. No va a repetirse.
— ¿Un error? —repito, arqueando una ceja—. No se sentía como un error cuando gemías mi nombre, cara mia.
— Luca —sisea, mirando a su alrededor como si temiera que alguien nos oyera—. Para.
Sonrío, pero me detengo, porque hay algo en su expresión —una mezcla de miedo y deseo— que me descoloca. No estoy acostumbrado a que las mujeres me resistan, pero Elena no es como las demás. Es un rompecabezas, y cada pieza que descubro me hace querer más.
El camarero trae el postre, una panna cotta que compartimos. Cuando mi cuchara roza la suya, nuestras manos se encuentran, y el contacto es como una chispa. Quiero besarla, aquí mismo, pero mi teléfono vibra en el bolsillo, rompiendo el momento. Es Matteo, mi hermano menor, y aunque quiero ignorarlo, su nombre en la pantalla me tensa. Respondo, manteniendo la voz baja.
— ¿Qué pasa, Matteo? —pregunto, en italiano, para que Elena no entienda.
— Problemas, Enzo —dice, usando el apodo que odio—. Ese asunto con papá… está saliendo a la luz otra vez. Necesitamos hablar.
Maldigo en silencio. El escándalo de nuestro padre —un desfalco que casi destruye Moretti Enterprises hace diez años— es un secreto que creí enterrado. Me froto la frente, sintiendo los ojos de Elena en mí.
— No ahora —respondo, cortante, y cuelgo. Pero cuando miro a Elena, su expresión ha cambiado. Hay sospecha en sus ojos, como si hubiera captado la tensión en mi voz.
— ¿Todo bien? —pregunta, su tono cauteloso.
— Solo familia —miento, forzando una sonrisa—. Nada importante.
Ella asiente, pero no parece convencida. Antes de que pueda reconducir la conversación, una figura se detiene junto a nuestra mesa. Victoria Lang, con un vestido rojo que grita poder y una sonrisa que corta como vidrio.
— Luca, qué sorpresa —dice, su voz melosa, pero sus ojos están en Elena, evaluándola—. ¿Interrumpo una reunión de trabajo… o algo más?
El aire se tensa, y siento a Elena retroceder en su silla. Victoria siempre ha sido un problema, con su ambición y su talento para encontrar mis puntos débiles. Pero esta vez, no estoy jugando su juego.
— Trabajo —respondo, mi tono frío—. Elena es parte del equipo de ciberseguridad.
— Qué encantador —dice Victoria, su sonrisa afilada—. Tienes un don para encontrar… talento, Luca. Aunque no siempre sabes en qué te metes.
Elena se tensa, y sus dedos aprietan el tenedor. Quiero decirle a Victoria que se largue, pero Elena se levanta de repente, dejando el postre a medio terminar.
— Tengo que irme —dice, su voz firme pero temblorosa—. Gracias por la cena, Luca.
— Elena, espera —empiezo, pero ella ya está caminando hacia la salida, su figura recortada contra las luces de la calle. Victoria suelta una risita baja, apoyando una mano en mi hombro.
— Cuidado, Luca —susurra—. Esa chica parece más complicada de lo que te gusta.
Me zafo de su agarre, furioso conmigo mismo por dejar que esto se descontrole. Pago la cuenta y salgo tras Elena, pero cuando llego a la calle, ya se ha ido, engullida por la ciudad. Me quedo parado, con el sabor de la panna cotta en la boca y una sensación que no reconozco apretándome el pecho. Elena Harper está huyendo otra vez, y no sé por qué, pero estoy decidido a descubrirlo.