El peso de la verdad

999 Words
El monitor emite un pitido suave, y el gel frío en mi vientre me hace estremecer. Estoy en una clínica de Brooklyn, tumbada en una camilla, con una enfermera que mueve un transductor sobre mi piel. La pantalla muestra una imagen borrosa, pero ahí está: un pequeño punto que late, un corazón que no puedo creer que sea real. Mi hijo. El hijo de Luca Moretti. El peso de esa verdad me aplasta, y aunque la enfermera sonríe y dice que todo está bien, siento que el aire se me escapa. ¿Cómo llegué aquí? Hace un mes, mi vida era solo códigos y café; ahora, estoy sola en una sala estéril, enfrentando una realidad que no pedí. — Todo se ve perfecto —dice la enfermera, limpiando el gel con una toalla—. ¿Es tu primer hijo? Asiento, incapaz de hablar. Mi mente está en Luca, en su sonrisa peligrosa, en la forma en que sus manos me hicieron olvidar quién soy. Quiero odiarlo por convertirme en esta versión de mí misma —asustada, perdida, atrapada—, pero no puedo. Cada vez que pienso en él, siento un calor que no tiene derecho a existir. Salgo de la clínica con una foto del ultrasonido en mi bolso, un recordatorio de que esto no es un sueño. Es mi vida ahora. Camino hasta Central Park, buscando claridad en el aire fresco de la mañana. Los árboles están teñidos de otoño, y las hojas crujen bajo mis zapatillas. Me siento en un banco, mirando a corredores y paseadores de perros, gente que vive sin el peso de un secreto como el mío. Saco la foto del ultrasonido y la miro, trazando el contorno de ese pequeño punto con el dedo. ¿Cómo le digo a Luca que va a ser padre? ¿Cómo le digo a un hombre que vive entre galas y rascacielos que una noche de error cambió todo? Su reputación de playboy, las fotos en Google con modelos en sus brazos, me persiguen. Y luego está Victoria, esa mujer de mirada afilada que apareció en la cena, insinuando que conoce a Luca mejor de lo que yo jamás podría. La duda me carcome, pero también hay una chispa de esperanza, estúpida y traicionera, que me susurra que tal vez él no es lo que parece. Mi teléfono vibra, y es un mensaje de Sofía: “¿Cómo fue la cita? ¡Cuéntame todo!”. Sonrío a pesar de mí misma. Sofía es mi ancla, la única que sabe la verdad, pero no estoy lista para hablar. No todavía. Guardo el teléfono y me quedo en el parque, practicando en mi cabeza las palabras que no sé si alguna vez diré: “Luca, estoy embarazada. Es tuyo”. Cada versión suena más ridícula que la anterior. ¿Y si se ríe? ¿Y si no me cree? ¿Y si no le importa? De vuelta en Moretti Enterprises, el rascacielos de cristal me recibe con su frialdad habitual. Estoy en una sala de juntas, revisando un informe de seguridad, pero mi mente está en el ultrasonido que llevo en el bolso. Luca entra, y el aire se carga al instante. Lleva un traje azul oscuro que abraza cada músculo, y su mirada encuentra la mía antes de saludar al resto del equipo. Intento concentrarme en mi laptop, pero su presencia es como un imán, tirando de mí aunque sé que debería resistir. La reunión termina, y los demás se van, pero Luca se queda, apoyado en la mesa con esa sonrisa que me deshace. — ¿Siempre trabajas tan tarde, cara mia? —pregunta, su voz baja, cargada de un coqueteo que no debería funcionar pero lo hace. — Solo cuando hay plazos —respondo, intentando sonar profesional, pero mi voz tiembla. Cierro la laptop, buscando una excusa para irme, pero él se acerca, bloqueando mi camino. — No puedes seguir evitándome, Elena —dice, y su tono es más serio ahora. Se inclina, tan cerca que puedo oler su colonia, y su mano roza la mía al tomar un bolígrafo que no necesita. El contacto es breve, pero suficiente para acelerar mi pulso. — No te evito —miento, retrocediendo hasta que mi espalda choca con la mesa. Mi bolso está en el suelo, y rezo para que la foto del ultrasonido no se caiga. No estoy lista para que la vea. No estoy lista para nada de esto. — Mientes fatal —replica, y su sonrisa se suaviza, casi tierna. Se acerca más, y por un segundo, creo que va a besarme. Sus labios están a centímetros, y mi cuerpo traiciona mi mente, inclinándose hacia él. Quiero rendirme, dejar que me envuelva, pero el peso del secreto me detiene. — Luca, no —susurro, mi voz apenas audible. Pero no me alejo, y él no retrocede. Su mano sube a mi mejilla, rozándola con una suavidad que me deshace. — Dime qué te pasa, Elena —dice, sus ojos verdes buscando los míos—. No eres la misma desde la cena. Quiero contárselo. Quiero soltar el peso que me aplasta, pero las palabras se atascan. Antes de que pueda hablar, la puerta se abre, y Clara, la directora de tecnología, entra con una carpeta en la mano. — Luca, necesitamos tu firma —dice, ajena a la tensión. Luca se aparta, y el momento se rompe. Agarro mi bolso y salgo, mis piernas temblando mientras corro al ascensor. En mi apartamento, me dejo caer en el sofá, con el ultrasonido en la mano. La imagen me mira, acusadora, y siento que el secreto me consume. No puedo seguir así, escondiéndome, huyendo. Luca merece saberlo, pero cada vez que lo intento, el miedo me paraliza. ¿Y si no quiere esto? ¿Y si no me quiere a mí? Pero mientras miro esa pequeña mancha en la foto, sé que no puedo seguir callando. No por mí. Por mi bebé.
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