La ciudad brilla como un diamante en bruto, pero esta noche, mis ojos no están en las luces de Manhattan. Están en ella. Elena Harper. La mujer que se coló en mi mundo y lo puso patas arriba con una sola noche. Estoy en mi loft en SoHo, con los ventanales abiertos al caos de la ciudad, y el jazz suave de Miles Davis llenando el aire. He invitado a Elena bajo el pretexto de “revisar archivos” para el proyecto de ciberseguridad, pero ambos sabemos que esto no es solo trabajo. Quiero descifrarla, entender por qué huye de mí, por qué sus ojos guardan algo que no me dice. Y maldita sea, quiero volver a sentirla cerca.
El timbre suena, y mi pulso se acelera. Abro la puerta, y ahí está ella, con un vestido gris que abraza sus curvas de una manera que debería ser ilegal. Su cabello oscuro cae en ondas sueltas, y sus ojos recorren el loft con una mezcla de curiosidad y cautela. No es la primera vez que está aquí, pero esta vez es diferente. No hay gala, no hay malentendidos. Solo nosotros, y una tensión que podría incendiar la ciudad.
— Bienvenida, cara mia —digo, mi voz baja, cargada de esa promesa que sé que la desarma. Le ofrezco una copa de agua, notando otra vez que evita el alcohol. Es un detalle que no paso por alto, aunque no lo menciono.
— Esto es trabajo, Luca —replica, aceptando la copa con dedos temblorosos—. No estoy aquí para… lo que sea que estés planeando.
Sonrío, apoyándome en la isla de la cocina. El loft está iluminado por luces tenues, y el skyline parpadea como un telón de fondo. Quiero romper esa fachada suya, ver a la Elena que se rindió en mi sofá hace semanas.
— ¿Y si no estoy planeando nada? —miento, dando un paso hacia ella—. Solo quiero tu opinión sobre los informes. Eres la experta, después de todo.
Ella suelta un bufido, cruzándose de brazos, pero sus mejillas se tiñen de rosa.
— No me trago eso —dice, su tono sarcástico, pero hay un brillo en sus ojos que me dice que no está tan cerrada como quiere parecer—. Muéstrame los archivos y acabemos con esto.
La guío al sofá, donde he dejado una tablet con los informes, pero no me siento a su lado. En cambio, pongo una canción más lenta, un tema italiano que mi madre solía tararear. La música envuelve el loft, y veo a Elena tensarse, como si supiera que estoy cambiando las reglas.
— ¿Qué haces? —pregunta, su voz un poco más alta, mirando la tablet como si fuera un salvavidas.
— Crear ambiente —respondo, extendiendo una mano—. Baila conmigo, cara mia.
— Esto es una mala idea —dice, pero sus ojos no se apartan de los míos, y cuando toma mi mano, siento una chispa que me recorre. La atraigo hacia mí, una mano en su cintura, la otra sosteniendo la suya, y comenzamos a movernos, lentos, al ritmo de la música.
El loft se desvanece, y solo estamos nosotros, nuestros cuerpos tan cerca que puedo sentir el calor de su piel. Su respiración se acelera, y cuando rozo su mejilla con la mía, un gemido suave escapa de sus labios. Quiero besarla, borrar la distancia que insiste en poner, pero hay algo en su postura —rígida, casi asustada— que me detiene.
— ¿Por qué sigues luchando contra esto? —susurro, mi boca cerca de su oído. Su aroma —jazmín, fresco, inconfundible— me envuelve, y tengo que contenerme para no apretarla más.
— Porque no te conozco, Luca —responde, su voz temblorosa pero firme—. Y no sé si quiero hacerlo.
Sus palabras me golpean, no porque duelan, sino porque son ciertas. No me conoce, no realmente. Soy Luca Moretti, el CEO que lo tiene todo, pero también el hombre que lleva un escándalo familiar como una sombra. Quiero decirle que no soy solo el playboy que aparece en las revistas, pero antes de que pueda hablar, ella se aparta, rompiendo el baile.
— Necesito aire —dice, caminando hacia el ventanal. Su silueta contra las luces de la ciudad es hipnótica, pero hay una tensión en sus hombros que no entiendo.
— Elena, ¿qué pasa? —pregunto, acercándome pero manteniendo la distancia. Quiero tocarla, pero sé que no es el momento—. No eres la misma desde la cena.
Ella se gira, sus ojos brillando con algo que no puedo descifrar. Por un segundo, pienso que va a soltar lo que sea que la tiene tan cerrada, pero solo sacude la cabeza.
— No es nada —miente, y su voz se quiebra—. Solo estoy cansada.
Quiero presionarla, pero mi teléfono vibra en la mesa, rompiendo el momento. Es un mensaje de Victoria Lang, y mi estómago se tensa al leerlo: “Cuidado con tu nueva analista, Luca. No todo es lo que parece”. Frunzo el ceño, mirando a Elena, que está de espaldas, observando la ciudad. ¿Qué sabe Victoria? ¿Y por qué me importa tanto?
— Tengo que irme —dice Elena de repente, agarrando su bolso—. Gracias por… los archivos.
— Elena, espera —empiezo, pero ella ya está en la puerta, su figura desapareciendo en el ascensor antes de que pueda detenerla. Me quedo solo, con la música todavía sonando y el mensaje de Victoria quemándome en la mano.
Me sirvo un whisky, mirando el skyline desde el ventanal. Elena Harper no es como las demás. No es solo una conquista, aunque una parte de mí quiere reducirla a eso para mantener el control. Pero no puedo. Hay algo en ella —en su sarcasmo, en su forma de resistirme, en ese secreto que sé que guarda— que me tiene atrapado. Victoria está jugando, como siempre, pero su mensaje despierta una duda que no puedo ignorar. ¿Quién es Elena, realmente? Y, más importante, ¿por qué siento que necesito saberlo todo sobre ella?
Me siento en el sofá, con el vaso en la mano, y pienso en esa noche en mi penthouse. Fue más que pasión. Fue algo que no puedo nombrar, algo que me asusta. Siempre he sido el hombre que no se ata, el que toma lo que quiere y sigue adelante. Pero con Elena, no quiero seguir. Quiero quedarme. Y eso me aterra más que cualquier escándalo.