El zumbido de la máquina en la clínica me sacude como un latido que no controlo. Estoy tumbada en una camilla, con el gel frío extendido por mi vientre, mientras una doctora mueve un transductor sobre mi piel. Hace una hora, un dolor agudo me dobló en dos en mi apartamento, y el pánico me llevó aquí. La pantalla muestra un borrón, pero ese pequeño punto latiendo es mi ancla, el hijo de Luca Moretti, y por un momento, temo haberlo perdido. Mi corazón late desbocado, y aunque la doctora me asegura que todo está bien, el alivio no llega. Salgo con una nueva foto del ultrasonido en mi bolso, pero mis piernas tiemblan mientras camino por las calles de Brooklyn.
El aire fresco me golpea, y me detengo junto a una tienda de bagels, respirando hondo. El dolor fue breve, pero suficiente para record
