Quince

1047 Words
Las pantallas parpadean con gráficos de ciberseguridad, pero mi mente está en cualquier parte menos en esta sala de juntas. Estoy en Moretti Enterprises, rodeado de ejecutivos que discuten vulnerabilidades de red, pero mis ojos están fijos en Elena Harper. Ella está al otro lado de la mesa, tecleando en su laptop con una intensidad que no engaña. Sus hombros están rígidos, sus ojos oscuros evitan los míos, y cada respuesta que le da a Clara, la directora de tecnología, es un monosílabo cortante. Embarazada. La palabra me golpea como un martillo, junto con su confesión de que el bebé es mío. Pero desde que salió corriendo de mi despacho, ha levantado un muro que no sé cómo derribar, y eso me está sacando de quicio. Clara termina la presentación, y los demás se levantan, recogiendo sus cosas. Elena se queda atrás, fingiendo revisar algo en su pantalla, pero sé que está evitándome. No hoy. Me acerco, apoyándome en la mesa junto a ella, lo bastante cerca para que mi colonia la envuelva. — ¿Siempre eres tan callada en las reuniones, cara mia? —pregunto, mi voz baja, cargada de ese coqueteo que sé que la desarma. Levanta la vista, sus ojos brillando con algo entre enojo y nerviosismo. — Solo cuando no tengo nada que decir —responde, cerrando su laptop con un clic seco—. Si me disculpas, tengo trabajo. Intenta levantarse, pero pongo una mano en su silla, deteniéndola sin tocarla. — No tan rápido —digo, inclinándome hacia ella. Su perfume de jazmín me golpea, y tengo que contenerme para no acercarme más—. Me dijiste que el bebé es mío, Elena. ¿Y luego qué? ¿Huyes otra vez? Sus mejillas se tiñen de rosa, pero no retrocede. — No estoy huyendo —replica, su voz temblando—. No sé qué quieres de mí, Luca. — Quiero la verdad —respondo, mi tono más serio ahora—. ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué sigues poniendo distancia? Traga saliva, apretando el bolso contra su pecho. — Porque no es tan simple —dice, sus ojos esquivando los míos—. No sé cómo hacer esto. Quiero presionarla, pero antes de que pueda hablar, la puerta se abre, y Victoria Lang entra, con un informe en la mano y una sonrisa que corta como vidrio. — Luca, necesito tu opinión en esto —dice, su tono meloso, pero sus ojos están en Elena, evaluándola—. Oh, ¿interrumpo? — Sí —respondo, mi voz dura, pero Victoria no se inmuta. Deja el informe en la mesa, sus dedos rozando los míos de una manera que sé que es calculada. — Elena, qué placer verte otra vez —dice, su sonrisa afilada—. Espero que estés disfrutando de Moretti Enterprises. Aunque… algunas cosas no son lo que parecen, ¿verdad? Elena se tensa, sus dedos apretando el bolso con más fuerza. — Estoy aquí para trabajar, Victoria —responde, su voz firme pero quebradiza—. Si me disculpas… Se levanta, pero yo me pongo de pie, bloqueando su camino. — No hemos terminado —digo, mi tono más suave, casi suplicante. No quiero que huya, no otra vez. Victoria suelta una risita baja, recogiendo el informe. — Los dejo con su… conversación —dice, saliendo con un movimiento de caderas que me irrita. La puerta se cierra, y el silencio entre nosotros es ensordecedor. — ¿Qué fue eso? —pregunta Elena, sus ojos brillando con enojo. — Victoria siendo Victoria —respondo, dando un paso hacia ella—. Pero no estamos hablando de ella. Estamos hablando de nosotros. — No hay un “nosotros” —replica, retrocediendo—. Esto es un error, Luca. Sus palabras me golpean, pero no la dejo ir. La sigo, acorralándola contra la pared de vidrio. Estamos tan cerca que puedo sentir el calor de su cuerpo, ver las pecas en su nariz. — No es un error —susurro, mi mano rozando su brazo—. Dime qué te pasa, Elena. Ella abre la boca, pero antes de que pueda hablar, mi teléfono vibra en mi bolsillo. Lo ignoro, pero ella no. — Contesta —dice, su tono cortante—. Parece que siempre tienes algo más importante. — Nada es más importante que esto —respondo, pero el maldito teléfono sigue sonando. Lo saco, viendo el nombre de Matteo. Maldigo en voz baja, contestando. — ¿Qué, Matteo? —gruño, en italiano. — Los rumores están creciendo, Enzo —dice, su tono urgente—. Alguien habló con la prensa sobre papá. Esto se va a poner feo. Cuelgo, mirando a Elena. Está retrocediendo, con el bolso apretado contra el pecho. — Tengo que irme —dice, y antes de que pueda detenerla, sale de la sala. No la sigo. No puedo, no con Matteo en mi cabeza. Pero no dejaré que esto termine así. Le envío un mensaje: “Almuerzo, Trattoria Dell’Arte, 1 p.m. No es negociable”. Luego me dirijo a mi despacho, pero mi mente está en ella. En el restaurante, el aroma a albahaca y tomate llena el aire, y la mesa apartada que elegí está iluminada por velas. Elena llega, con una blusa azul que resalta sus curvas y una mirada que mezcla desafío y nerviosismo. Nos sentamos, y el camarero trae una botella de agua para ella y un vino para mí. — No estoy aquí para juegos, Luca —dice, cruzándose de brazos—. ¿Qué quieres? — Quiero entenderte —respondo, inclinándome hacia ella. Mi mano roza la suya al pasar el pan, y siento una chispa que no puedo ignorar—. No me dejas pensar con claridad, cara mia. — Tal vez no quiero que pienses —responde, su voz temblando, y por un segundo, sus ojos brillan con deseo. Compartimos un postre, nuestras cucharas chocando, y el roce de su dedo contra el mío me hace querer besarla aquí mismo. Pero mi teléfono vibra otra vez. Es Matteo, con un mensaje: “La prensa tiene nombres. Esto es serio”. Maldigo, mirando a Elena, que está observando su plato, ajena a la tormenta que se avecina.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD