Catorce

1101 Words
Los taxis amarillos pasan zumbando, y el bullicio de Manhattan me envuelve como un torbellino que no puedo esquivar. Camino por la Quinta Avenida con las manos en los bolsillos, el bolso apretado contra mi cuerpo, como si pudiera proteger el secreto que lleva dentro. Ayer le dije a Luca que estoy embarazada, pero no que es suyo, y ese silencio me está comiendo viva. Cada paso es un recordatorio de mi cobardía, de cómo dejé que una llamada lo interrumpiera, de cómo salí corriendo de su despacho como si el mundo se fuera a derrumbar si me quedaba. Y tal vez se derrumbe. Porque Luca Moretti, con su sonrisa peligrosa y su mundo de rascacielos, no es el tipo de hombre que encaja con una analista de Brooklyn y un bebé en camino. El aire de octubre es fresco, y las luces de las tiendas parpadean a mi alrededor, pero no me detengo. No sé a dónde voy, solo sé que necesito moverme, respirar, alejarme de la imagen de Luca, de sus ojos verdes preguntándome si el bebé es suyo. No puedo seguir así, guardándome la verdad como si fuera una bomba a punto de explotar. Pero cada vez que pienso en decírselo, el miedo me paraliza. ¿Y si no le importa? ¿Y si piensa que quiero su dinero? ¿Y si soy solo una más en su lista de conquistas? Mi teléfono vibra, y el nombre de Sofía ilumina la pantalla. Quiero ignorarlo, pero sé que no me dejará en paz. Respondo, y su voz irrumpe como un rayo de sol en mi tormenta. — ¡Elena! ¿Qué demonios pasó ayer? —exclama, su tono una mezcla de preocupación y exasperación—. ¿Le dijiste al multimillonario que es el papá o no? — No —admito, deteniéndome en una esquina. Los peatones me esquivan, y un vendedor ambulante grita sobre pretzels calientes—. Le dije que estoy embarazada, pero… no pude terminar. — ¿No pudiste terminar? —repite, y casi puedo verla agitando las manos—. Elena Harper, ¿cómo dejas eso a medias? ¡Tienes que hablar con él! — Lo sé, Sofía —respondo, mi voz quebrándose—. Pero no es tan fácil. Estaba a punto de decírselo cuando su teléfono sonó, y yo… me dio pánico. — Okay, respira —dice, su tono suavizándose—. Estoy en mi apartamento. Ven ahora mismo. No vas a resolver esto caminando sin rumbo. Cuelgo, mirando el cielo gris que amenaza con lluvia. Sofía tiene razón. No puedo seguir vagando. Tomo el metro hasta su apartamento en Williamsburg, un espacio lleno de plantas y fotos coloridas que contrastan con mi estado de ánimo. Cuando entro, ella está en la cocina, sirviendo café, su melena rizada rebotando mientras me señala un taburete. — Siéntate y suéltalo todo —ordena, empujando una taza hacia mí—. ¿Qué pasó exactamente? Me dejo caer en el taburete, mirando el café como si tuviera respuestas. — Le dije que estoy embarazada —empiezo, mi voz baja—. Pero antes de que pudiera decir que es suyo, su teléfono sonó, y salió corriendo. No sé si quiere saberlo, Sofía. No sé si le importa. Ella frunce el ceño, apoyando los codos en la barra. — No puedes asumir eso, Elena —dice, su tono firme—. Ese hombre te miró en la gala como si fueras la única en el mundo. Y en el rooftop, ¿qué? ¿Eso fue nada? Tienes que darle una chance. — ¿Y si no la quiere? —pregunto, mi voz temblando—. Es un multimillonario, Sofía. Tiene una vida que no incluye a alguien como yo, mucho menos a un bebé. Sofía suelta un bufido, inclinándose hacia mí. — Elena Harper, eres una genio que se abrió camino desde Brooklyn. No eres menos que nadie. Y si Luca Moretti no lo ve, es su problema. Pero ese bebé merece un padre, y tú mereces saber dónde estás parada. Sus palabras me golpean, pero el miedo no se disipa. Quiero creer que Luca podría ser más que el playboy de las revistas, pero la imagen de Victoria Lang, con su vestido rojo y su sonrisa afilada, me persigue. ¿Qué quiso decir con que no todo es lo que parece? ¿Sabe algo? ¿O solo está jugando con mi cabeza? — No sé cómo decírselo —admito, trazando el borde de la taza con el dedo—. Cada vez que lo intento, me paralizo. ¿Y si piensa que quiero su dinero? ¿O que fue un error? — Entonces déjalo decidir —responde Sofía, apretando mi mano—. No puedes criar a ese bebé sola por miedo, Elena. Tienes que ser valiente, aunque sea lo más difícil que hayas hecho. Asiento, aunque el nudo en mi pecho no se afloja. Terminamos el café en silencio, y cuando salgo, el aire fresco de Williamsburg me golpea. Camino hacia el metro, con las palabras de Sofía resonando. Tiene razón. No puedo seguir callando. Pero mientras bajo las escaleras, mi teléfono vibra con un correo que me detiene en seco. Es de Clara, la directora de tecnología de Moretti Enterprises: “Necesitamos tu análisis para mañana, reunión a las 10 a.m.”. Mi corazón se acelera, y el vagón del metro parece cerrarse a mi alrededor. Volver a la oficina significa enfrentar a Luca otra vez. La imagen de su rostro ayer, congelado tras mi confesión, me persigue. No parecía enojado, pero tampoco feliz. Y esa llamada… ¿Qué era tan importante? ¿Su empresa? ¿Victoria? ¿O algo más? Me siento en un banco del vagón, apretando el bolso contra mi pecho. La foto del ultrasonido está ahí, un recordatorio de que esto no es solo sobre mí. Es sobre mi bebé. Y Luca merece saberlo, aunque me aterra su reacción. De vuelta en mi apartamento, me quito la chaqueta y miro la ciudad desde mi ventana. Las luces de Manhattan brillan a lo lejos, un mundo que parece inalcanzable. Quiero odiar a Luca por hacerme sentir así, pero no puedo. Cada vez que pienso en él —en sus manos, en su voz, en la forma en que me miró en el rooftop— algo dentro de mí se enciende. Pero ese fuego viene con miedo, y no sé si estoy lista para enfrentarlo. Mañana iré a esa reunión. Mañana intentaré decírselo. Pero mientras la ciudad murmura afuera, una duda me carcome. ¿Qué hará Luca cuando sepa la verdad?
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