Capítulo 3

3532 Words
Capítulo 3   Tamborileo con los dedos sobre mi escritorio, no logro concentrarme en nada. Tengo que terminar de hacer papeleo, tengo que prepararme el almuerzo y quizá sacar un poco de voluntad para bajar a la piscina y hacer un poco de natación ¡Pero no puedo! No logro concentrarme en nada y eso me hace sentir asqueado de mí mismo. Anoche mi hija me dijo que su amiga iba a tener que venir todos los días para “Cocer como loca” unos tops que le venden a una tienda local. No pude dejar de pensar en ello toda la noche ¡No pegué ni un ojo! La idea de tener a Pippi en mi casa, todos los días, me aterra. Es decir, dadas las circunstancias internas actuales, realmente me siento extraño con esa chica cerca. Miro mi reloj, son la una y media, según el mensaje de Cheyenne, Pippi debe de llegar dentro de media hora. Me llevo las manos al rostro, sacudo la cabeza y suelto un gruñido. Esto es estúpido, soy un hombre de treinta años, empresario exitoso, y soy alto, no debería de estar pasando por esto. Cierro los puños con fuerza, no debo de hacer tanto lío. Solo fue un desliz de mi mente, nada más, no tiene por qué ser trascendental. No tiene por qué ser trascendental… el timbre de mi intercomunicador suena… Respiro hondo. Es solo la amiga de Cheyenne, la misma chica que conozco desde hace una década. Mi mente está confundida, pero debo de calmarme. Es la mejor amiga de mi hija, debo de volver a verla de esa forma y no como una mujer con buen cuerpo. Presiono el botón del intercomunicador…   — ¿Hola?   — Señor McAlister, soy Pppi   — Ah, Pippi… — me quito el sudor de la frente — Llegaste… — dejo mis papeles a un lado, presiono el botón para abrir la reja principal — Ahora te abro   — Ok señor McAlister Me levanto del escritorio, vuelvo a respirar profundamente y camino fuera de mi oficina. Repítetelo Ian, no es una mujer cualquiera, es la chica que conoces desde hace una década, la mejor amiga de tu hija, la pelirroja que pasa la mayor parte de su día en tu casa. Además, eres un adulto, ella una adolescente ¿Qué carajos haces pensando en el cuerpo de una adolescente? Bajo las escaleras y atravieso el recibidor, puedo ver la silueta de Pippi a través del vidrio de la puerta. Tomó la perilla y la giro. Ante mí aparece la pelirroja, con su cabello en sus habituales dos trenzas. Tiene una caja de herramientas color azul en una mano y una botella de agua en la otra. Nuevamente está usando shorts, pero con una camiseta holgada color blanco, ese color también se le ve bien. La chica me sonríe, cuando sonríe sus ojos brillan, le devuelvo el gesto y me hago a un lado para que entre.   — ¿Qué tal Pippi? Pregunto, la chica me mira.   — Pues estresada — saca un papel de su bolsillo — Me esperan días ocupados, señor McAlister — hace un puchero — Pero bueno, es Sabrina, no podemos quedar mal con nuestra primera clienta   — Ese es el espíritu Celebro, ella ríe.   — Estaré en la habitación de Cheyenne — dice, caminando hacia las escaleras — Dijo que cogiera dinero de nuestros fondos, pero creo que aún queda tela, al menos de color rojo y azul… — se encoge de hombros, la sigo por las escaleras — Quizá me inspire un poco y cree algún diseño patrio, ya se acerca julio   — Eso suena bien   — Sí… — llegamos a la segunda planta — Tendré que coser como loca   — Algo así dijo mi hija   — Aish… bueno… mejor me doy prisa   — Yo voy a estar en mi oficina, cualquier cosa… tócame la puerta   — Ok seño McAlister — sonríe — Por cierto, se ve bien sin barba   — ¿En serio? — paso mi mano por mi mentón — Me afeité cuando llegué a casa   — Se ve de veinte y no de treinta — suelta una risita — Mejor me doy prisa   — Yo igual Pippi no dice nada más, corre hacia la habitación de mi hija. Camino por el pasillo hacia mi oficina, entro en ella y cierro la puerta. Suelto un suspiro, me miro en el espejo. No me veo tan mal, tiene razón, aunque estoy acostumbrado a la barba ligera, quizá deba andar afeitado de ahora en adelante. En fin, mejor continúo con mi papeleo o no terminaré nunca y Kelly me matará. Vuelvo a abrir mi carpeta y sigo leyendo los documentos. Por alguna razón hay una baja en los ingresos de uno de mis hoteles, y no una baja común, esta es una caída importante y me parece extraño. El hotel está en una zona turística, nuestro hotel tiene salida a la playa y brinda muchos servicios, como alquiler de yates. Es una zona donde todo el año tenemos clientela fuerte. Si esto sigue así, tendré que irme a Ibiza y realmente no me apetece hacer eso. Pero los negocios son negocios y tengo que averiguar porque estamos cayendo, el Grupo McAlister no suele tener pérdidas tan grandes en ninguno de sus negocios y no quiero ser el eslabón débil. Tomo mi computador y comienzo a redactar los documentos para Kelly, el gerente del hotel y el gerente regional. Quiero un informe completo de todo lo que se está haciendo, desde cuantos jabones se están comprando hasta el estado de las instalaciones. Además, quiero una reunión con los de contabilidad. Dependiendo de lo que decida, quizá deba de meterle presión a los de marketing. Es la temporada fuerte y no podemos perder. Una llamada entra a mi computador…   — Hola papi El rostro de mi hija salta en mi pantalla.   — Hola Princesa — sonrío — ¿Cómo está Grecia?   — Bonita y soleada — contesta, está en pijama — Mamá estuvo todo el día en unos acantilados, fotografiando a sus modelos — hace una cara de aburrimiento — Yo estuve en la piscina del hotel todo el día   — Eso noto, estás algo bronceada   — ¿A sí? — mi hija bufa — Odio broncearme — río, eso es algo típico de mí — Pedí que me instalen un toldo encima de mi silla, pero supongo que no funcionó   — Échate más bloqueador solar   — Aish… — vuelvo a reír — Por cierto… ¿Pippi está en casa?   — Sí, llegó hace como una hora   — Genial — mi hija alza los brazos en señal de festejo — Es que, en serio nos he metido en un lío   — ¿A sí?   — Sí, te lo dije anoche — Cheyenne niega con la cabeza — Sabrina, la dueña del “Gato n***o”, nos pidió un lote más de tops, pero quiere una cantidad descomunal para dos simples adolescentes con dos máquinas de coser   — Oh…   — Sí, y la pobre de Pippi lo tendrá que hacer sola   — Que mal…   — ¡Lo sé! — vuelvo a reír, mi hija es un poco dramática, supongo que a su edad todo es digno de drama — Dale fuerzas papá   — ¿Qué?   — Sí, hazle un sándwich, mantenla alimentada, sabes que Pippi funciona más con algo de comida en el estómago   — Ah… bueno, supongo que más tarde puedo ofrecerle algo para merendar   — Gracias papá, tienes que ser buen anfitrión   — Técnicamente tú eres la anfitriona, yo solo fungí de portero   — Como sea papá, necesito que Pippi se concentre y se dedique solo a coser   — Pues llámala y vigílala   — No puedo   — ¿Por qué no?   — Porque tendría que estar pegada en el teléfono para que no se distraiga — rueda los ojos — Y… probablemente nos pongamos a chismear, lo cual hará peor las cosas   — Pero, tampoco puedo estar vigilándola, tengo trabajo y…   — Papá, diriges un centenar de hoteles en el mundo, vigilar que mi amiga esté cosiendo será pan comido   — Eh… bueno…   — En fin, te dejo papi, ya me voy a dormir   — Ok hija…   — Adiós, besos, te quiero   — Yo también te quiero… Cheyenne cuelga la llamada. Definitivamente no le haré caso a mi hija, ya tengo suficiente con mi trabajo como para controlar lo que su amiga hace. Sin embargo, sí le haré caso con respecto a ser un buen anfitrión. Es decir, no es que no lo sea, pero normalmente Cheyenne es la que se encarga de atender a su visita, no yo, así que supongo que en algún momento le tendré que ofrecer una bebida o un sándwich, ya que sí me consta que la pelirroja trabaja mejor con comida en el estómago. Suelto un suspiro y me vuelvo a levantar de mi escritorio. Salgo de mi oficina y camino por el pasillo. La verdad, me siento aliviado de no sentirme incómodo con la pelirroja en mi casa. Todo mi debate y sufrimiento interno no valió la pena, porque no me siento nada incómodo como lo estuve durante la semana o ayer mientras dejábamos a Cheyenne en el aeropuerto. Me alegra y alivia que todo esté volviendo a la normalidad para mí. Pippi es la mejor amiga de mi hija y lo será siempre.   — ¡Vamos Mackenzie! — me detengo en el pasillo — ¡Concéntrate mujer! — me acerco a la puerta, la pelirroja está brincando en medio de la habitación, rodeada de telas regadas por el suelo — ¡Ya deja de distraerte! — estira los brazos y comienza a hacer una especie de calistenia, lanzando todo su cuerpo hacia adelante, tocando sus pies con las manos y dejando a la vista su trasero — ¡Tienes que ponerte a trabajar o no ganaremos dinero! ¡Y necesitas el dinero! — sigue haciendo sus estiramientos, esos shorts son demasiado cortos para que haga ese tipo de estiramientos, trago saliva — ¿Señor McAlister?   — Eh… Mierda, fui descubierto observándola.   — Oh… — se ríe — Estuve dibujando — señala el caballete con un par de dibujos de diseños de ropa — Y no he cocido nada aún   — Ah… bueno… — me aclaro la garganta — ¿Deseas algo de beber?   — ¡Oh! — exclama, volviendo a sonreír, ella es muy risueña — No gracias señor McAlister, traje mi propio botellón — me señala el artilugio con su nombre escrito a mano por todas partes — Y aún tengo agua   — Ah… ok… — asiento con la cabeza — Bueno, si se te antoja algo me tocas la puerta de mi oficina   — Ok, gracias…   — Bien… te dejo seguir brincando, digo… — me río, ella también — Te dejo seguir trabajando   — Gracias señor McAlister Asiento con la cabeza y me doy media vuelta. Eso salió bien, al menos no la vi de la forma en la que la he estado viendo estos últimos días ¡Y en realidad no la veo de una forma pervertida! Solo la veo como una mujer atractiva. Sí, lo admito, hice cosas pensando en ella una noche y ayer mientras me duchaba, pero ya no más, debo de controlar esos pensamientos. Soy un hombre y ella la amiga de dieciséis años de mi hija. Entro de nuevo en mi oficina y camino hacia mi escritorio. Tomo mi computador y comienzo a leer el documento que vengo escribiendo. Me ha alegrado el día la llamada de mi hija, en verdad la extraño, la casa se siente extraña sin ella. Ya no puedo decir nada sobre el silencio, ya sabía que los gritos de Pippi ayudarían a combatirlo, pero eso no reemplaza el hecho de que mi hija está en Grecia y yo en Jersey. Tal vez deba de hacer un viaje con mi hija, ya que nunca lo hemos hecho. O sea, sí la he llevado a Disney cuando era pequeña, pero nunca he salido del país con ella. Siento los ojos pesados. Tal vez pueda usar a Ibiza como excusa para viajar con ella… suelto un bostezo… sería lindo ir a Ibiza con Cheyenne… y Pippi…     Abro los ojos, me duele un costado de la cara. Parpadeo varias veces, aún estoy en mi oficina y mi cabeza reposa sobre el teclado de mi computador. Pero el dolor de las teclas contra mi piel no es lo que me ha despertado. Miro hacia la puerta cerrada de mi oficina, nuevamente escucho los golpes del otro lado. Miro el reloj sobre mi escritorio, son las siete de la noche, han pasado cuatro horas. Los golpes en la puerta regresan…   — ¿Señor McAlister? — más golpes — ¿Está ahí? ¿Señor McAlister?   — Sí… — contesto, estirándome y bostezando — Dame un segundo… — me levanto de mi escritorio y camino hacia la puerta — Me quedé dormido   — Eso lo explica todo La pelirroja se ríe.   — Lo siento… ¿Pasó algo?   — Sí… este… — baja la mirada y de nuevo me mira, tiene las mejillas sonrojadas — Me preguntaba si habría algo de comer… — se lleva una mano al abdomen — Tengo hambre…   — ¡Oh! Sí… ven, bajemos a la cocina — caminamos hacia las escaleras — ¿Avanzaste con tu trabajo?   — Apenas e hice unos tres — llegamos a las escaleras — ¿Y usted?   — Me quedé dormido — le recuerdo, ella comienza a reír — Eso lo contesta todo   — Sí, de echo que sí   — Me dolía la cabeza y supongo que esa fue la razón…   — ¿Se siente mal? Llegamos a la planta baja.   — No, solo es estrés   — Ah… — caminamos a través de mi casa — Si se siente muy estresado, póngase a brincar por la habitación, eso siempre me funciona   — Sí, me di cuenta Volvemos a reír.   — Es un buen método, señor McAlister — entramos en la cocina — Aunque dormir un poco no hace daño   — La verdad que no, me siento más relajado — abro mi refrigerador — ¿Qué se te antoja?   — Acepto lo que me ofrezca Me giro a ver a la adolescente pelirroja, ella está sentada en la barra.   — Mmm… pues hay pizza de anoche, puedo hacer macarrones con queso… — sigo revisando — Un sándwich, hay latas de sopa de tomate…   — Un sándwich estaría bien   — Genial — acepto, caminando a la alacena por el pan integral — Sándwich será   — Sorpréndame con su creatividad   — Eso haré — saco la mayonesa y la coloco en la barra — ¿Quieres algo para tomar?   — Le diría un café, pero hace mucho calor para uno   — ¿Bebes café? — arqueo las cejas, cortando verduras — Cheyenne bebé solo jugos   — Lo sé, pero no puedo vivir sin el café o me quedaría dormida a todas horas   — Con razón eres tan hiperactiva — río — ¿No duermes lo suficiente durante la noche?   — Es que a veces me desvelo dibujando — contesta — Es como si los diseños me atormentasen cada vez que cierro los ojos, entonces tengo que dibujarlos — tomo un par de aguacates, se me antoja un sándwich con guacamole — Y cuando me doy cuenta, ya son las tres de la mañana   — Wow…   — Sí… — apoya la cabeza en una mano — ¿Nunca ha tenido algo que lo atormente internamente?   — Eh… — me aclaro la garganta, coloco el pan en la plancha y agrego un poco de queso — Sí, supongo que sí — me atrevo a contestar — Ya sabes… cosas del trabajo Le doy la espalda, cierro los ojos por un par de segundos y de nuevo los abro. No pienso decirle que lo que me ha estado atormentando últimamente es ella, sonaría espantoso y probablemente huiría despavorida. Es que, la verdad, no me entiendo en estos momentos. No sé si lo que me está pasando es alguna crisis existencial por llegar a los treinta o alguna extraña clase de menopausia masculina. Porque, en serio, no es normal que me atraiga físicamente una adolescente, menos una que conozco desde que era pequeña.   —  Pues a mí me pasa algo similar — comienza a juguetear con una de sus trenzas — Los diseños atormentan mi mente, es como si tuviese la necesidad de dibujar todo lo que se viene a mi mente — se ríe — Debe creer que estoy loca   — No lo creo — echo las verduras en la plancha — Me recuerdas a alguien   — ¿A sí? — pregunta, me giro a verle — ¿A quién?   — A la madre de Cheyenne — contesto, regresando mi atención a la comida — Ella solía ser igual de apasionada por el diseño   — Oh… — sirvo los sándwiches en dos platos y los corto por la mitad — ¿Aún no la supera?   — ¿Qué…? — la miro, me mira de forma inquisitiva — No, no es eso… — dejo los sándwiches en la barra, ella toma uno de los platos — Es decir, la conozco desde que tenía tu edad, fue mi primera y única novia — saco fruta del refrigerador — Y estuvimos juntos por mucho tiempo… — lanzo la fruta y hielo en la licuadora — Obvio me afectó cuando nos separamos, pero… hace años que las cosas no eran buenas en nuestra relación, así que tampoco es que haya sufrido — ella asiente, sirvo la bebida en vasos y me siento en la barra, frente a la pelirroja — Pero no quita el hecho de que es una persona especial para mí y… sigue siendo mi amiga — me encojo de hombros — Y ese apasionamiento hace que la recuerde   — Oh…   — Buen provecho — empujo un vaso delante de ella — Coctel de fruta sin alcohol   — Gracias señor McAlister — Pippi comienza a comer el sándwich — Está bueno   — Me alegra que te guste, estaba pensando en abrir mi propio camión de comida y vender sándwiches   — ¡Oh! — ríe — Pues avíseme dónde se va a estacionar, para ir siempre a disfrutar de sus sándwiches — sonríe, no puedo evitar imitarla — ¡Salud!   — Salud… — chocamos vasos — ¿Cómo está tu madre?   — Bien… — se encoge de hombros — Ella no ha superado a mi padre aún — le da un sorbo a su bebida, pasando su lengua por sus labios como siempre hace — No sé cómo no puede superar a alguien como él, después de todo lo que nos hizo… — comienza a juguetear con una de sus trenzas — El desgraciado tenía otra familia, con hijos mayores que yo, en la universidad… — suelta una risita sarcástica — Ahora entiendo por qué nunca tenía dinero…   — Lo lamento…   — Mmm… — le da una mordida a su sándwich — Fue difícil asimilar que soy la hija bastarda y que en realidad mi familia era su “Familia falsa” — toma otro sorbo a su bebida, volviendo a hacer ese gesto con la lengua, me gusta ver cómo hace ese gesto con la lengua — Pero bueno, su “Verdadera Esposa” vino con sus hijos y nos echaron a patadas de nuestra casa, ahora vivimos en esa pequeña casa con el jardín tan diminuto… — reposa su cabeza en una de sus manos — A veces quisiera que su “Verdadera Esposa” jamás hubiera descubierto la verdad, así yo podría seguir viviendo mi farsa…   — Lo lamento Pippi… — nos miramos fijamente, tiene los ojos café claros, casi ámbar — Debió de haber sido muy difícil para ti…   — Sí… — se encoge de hombros — Pero me reconforta saber que el bastardo perdió todo en sus dos divorcios, sé que ahora vive en un pequeño departamento en Brooklyn porque debe de pagar la universidad de dos de sus hijos y mi manutención, no le alcanza ni para comprarse un cigarrillo — se ríe — Y además Cheyenne me ayudó mucho… — sonríe — Creando “Ginger and Blondie”, para ayudarme con mi situación financiera — termina su coctel, volviéndose a lamer los labios — Ella es mi hermana, no mi amiga   — Sé que ella siente lo mismo por ti   — Lo sé… Nos volvemos a mirar, ella sonríe y sus ojos brillan.   — ¿Te gustó el coctel?   — Sí, estuvo rico, cuando abra su camión de comida deberá agregarlo a su menú — suelto una carcajada, ella me imita — Sabe señor McAlister…   — Dime…   — A veces quisiera que usted fuese mi padre… — abro ligeramente la boca, no sé qué decir — Cheyenne y usted tienen una increíble relación… la envidio   — Me siento alagado…   — Ahora debe de pensar que soy alguna clase de chica con problemas anímicos a causa de sus padres Se ríe, sus mejillas están sonrojadas, está avergonzada.   — No… — sonrío — La verdad, Pippi, te aprecio bastante…   — Gracias señor McAlister — me devuelve la sonrisa — Yo también lo quiero…
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