Preludio
—Hemos llegado.
—¿Aquí viven sus padres?
—Sí.
me adelanto un poco, pero veo que él no me sigue.
—No pensará quedarse allí parado, ¿o sí?
Fernando observa mi casa con duda, se quita sus lentes de sol y detalla demasiado, creo que no quiere ingresar.
—¿Por qué se queda allí? ¿Qué le pasa? Usted fue el que quiso hacer esto, ¿quiere que nos regresemos?
—No, no. Tenemos que hacerlo.
—Entonces ¿Por qué lo piensa tanto? ¡Ash! No debí seguirle la corriente, no quería viajar; pero usted insistió.
—Ya, vamos.
El niega con la cabeza y me sigue.
Ambos nos detenemos frente a la casa de mis padres, le doy un par de golpes a la puerta hasta esperar que abran.
Me sentía un poco nerviosa, nunca había traído un hombre a la casa, pero esta vez debía hacerlo porque iba a casarme.
—¿Anna? ¡Dios! Cariño, no puedo creerlo —dice mi madre emocionada—. ¡Rodolfo! ¡Rodolfo! Ven a ver quién vino a visitarnos.
Mi madre me toma de la mano y me hala hacia ella para darme un abrazo, luego aparece mi padre y se une al reencuentro.
—Creí que te habías olvidado de nosotros.
—Lamento no llamar antes, es que tuve mucho trabajo.
Nos separamos y por fin se percatan de la presencia de alguien más.
—Oh, no vine sola —digo tomando de la mano a Fernando—. Mamá y papá, les presento a Fernando Gazanov, mi prometido.
—¡¿Qué?!
Fernando se sobresalta por el grito de mi padre y me mira con confusión.
—No les conté antes porque quería darles la sorpresa.
—Es un gusto conocerlos, Fernando.
Mi padre da un paso adelante y le da un apretón de manos muy fuerte al hombre, vi como sus venas saltaban por la presión.
—¿A qué se dedica?
—Soy director de la empresa en la que trabaja su hija.
—¿Cuántos años tiene?
—Tengo 30 años.
—¿Pero que haces papá? Esto no es un interrogante.
Mi madre me ayuda un poco, era necesario bajar la tensión.
—Les serviré té de frutos rojos, también tengo galletas.
—¡Oh! Eso parece delicioso.
—No consumo galletas —dice Fernando.
—Pero hoy si quiere, ¿verdad? —respondo mirándolo con cara seria.
—Claro, hoy quiero comerlas.
—Entonces, usted dice que es el prometido de mi Anna. No tenía idea de que Anna tenía un novio.
—Fue repentino, papá. Fue un amor de oficina, cada vez que llegaba a donde Fernando, siempre me miraba con esa cara de enamorado que iluminaba el lugar. Una tarde solo me retuvo en su oficina, ¿lo puedes creer? Me confesó cuanto le gustaba y pues, por verlo insistir de esa manera, no pude decirle que no. Él hombre me sostuvo de las mejillas y se inclinó hasta mí para darme un…
El hombre sentando a mi lado me da un pequeño codazo para que me detenga.
—A ella le gusta contar esa historia porque la emociona de más, ¿verdad cariño? Realmente no fue así, señor Rodolfo, no la retuve en mi oficina, solo que las puertas deben permanecer cerradas; es solo un protocolo de la empresa.
Fernando me toma de la mano, la aprieta con tanta fuerza que debo disimular el gesto de dolor.
—No haga que su padre me saque a patadas —susurra mientras deja un beso en mi mejilla.
—¿De donde eres, hijo? —pregunta mi madre apareciendo con la bandeja.
—Soy de Georgia, pero vine a España hace unos años por trabajo.
—Vaya, ya decía que tenías un acento particular.
Cada uno tomó su taza de té, yo también agarré mis galletas a excepción de Fernando, solo las mira con algo de duda.
—¿Cuándo será la boda? —pregunta mi madre.
—En dos semanas —digo sumergiendo mi galleta dentro del té.
—Es más pronto de lo que imaginé.
—Disculpen que interrumpa, pero es algo tarde y no veo sus equipajes.
—Oh, están en el auto de Fernando.
—¡Que maravilla! ¿Por cuánto tiempo se quedarán?
—Mañana debemos volver.
—Creo que debo limpiar un poco tu habitación para que se queden allí.
—No es necesario, podemos hospedarnos en un hotel, no quisiéramos incomodar; pues no avisamos y es de mala educación hacerlo sentir apretados de esta manera.
—Claro que no, esta es la casa de Anna y lo adecuado es que se queden con nosotros.
—El caballero puede dormir en el sillón de la sala —propone mi padre.
—Rodolfo, ¿Cómo crees?
—Claro, no pensarás que la niña dormirá con ese hombre.
—Oh, lamento el comportamiento de mi esposo, es que es algo anticuado. Puedes quedarte con Anna en su habitación.
—¿Ah?
—Si, cielo. Es obvio que son pareja, me imagina que ya duermen juntos.
Aquel comentario me hizo incomodar, sentía que mis mejillas me ardían.
—Mamá, no digas esas cosas —menciono dándole una palmada en sus hombros, pero parece que me habla enserio.
Mis padres salen de la sala, me imagino que papá está confundido por el fuerte choque emocional que atraviesa.
—Insisto, vamos a un hotel. Puedo reservar dos habitaciones ya mismo.
—¿Cómo se le ocurre? ¿Quiere que sepan que una futura pareja de esposos en pleno siglo veintiuno duerme separada? Vaya y dígale eso al consulado si quiere que nos crean.
—Entonces ¿quiere que duerma con usted?
Fernando da un par de pasos hasta donde estoy, intenta intimidarme.
—Digo que puede dormir en mi habitación, no conmigo.
—¿Eso que quiere decir? —cuestiona tan cerca que pude sentir su respiración golpeando mi cara.
Sonrío con picardía, hago más corta la distancia y susurro:
—Quiere decir que dormirá en el piso.