El Diablo de Del Ángel

Sangre en mis ojos de tanto llorar es la turbia mirada que jamás olvidarás. Siento por dentro un miedo que invade hasta mis huso, desilusión. Sé que nunca más podré verlo como antes. Ya no siento nada —son unos de mis frecuentes pensamientos antes de despertar. Al escuchar esa noticia, lo primero que me viene a la mente es que tal vez no sea cierto, tal ves es algún tipo de estrategia de mi abuelo para que por fin dejen de perseguirlo. Me siento en mi pequeña cama, tomo papel y lápiz, y comienzo a escribirle una carta a mi Nani. Hola mi hermosa Nani, Me encanta cuando llegan tus cartas, sentarme a leerlas es uno de esos pocos momentos en los que encuentro la paz. Pero no te preocupes, no todo es tan malo, al principio todo fue difícil, pero les dejé muy claro a todas quién soy yo, tú me conoces, no me dejo de nadie. He tenido que hacer muchas cosas de las cuales no estoy para nada orgullosa, he tenido que torturar, golpear, incluso apuñalar, pero puedes estar segura de que si lo hice era porque era necesario, limpié por completo esta cárcel, ahora es una de las más seguras, y todo gracia a mi. Le gusto a varios guardias, así que me aprovecho de eso y consigo buena comida y muchos libros, y la mejor celda de todas con baño privado. Me dejan ir a diario al gym, porque como ya sabes soy la entrenadora. Mi hermoso agente Héctor, al parecer ya tiene a alguien más, poco a poco fue disminuyendo las visitas, aveces solo lo veía una vez al mes, pero ya hace 2 meses que no viene a verme, y sí, eso me a dado muy fuerte, pero trato de ponerme en su lugar. El abogado sigue peleando una rebaja a mi condena, pero solo tratos sin sentido es lo que me ofrecen. Aunque la última vez que vi a Héctor me mencionó que estaba trabajando en algo para sacarme de aquí, pero ya no tengo tantas esperanzas. Ahora me veo mejor que antes, ya no estoy tan delgada, me corté el cabello a la altura de los hombros y lo pinté de n***o. No he tenido sexo con ninguna mujer aún, y, por alguna razón que no recuerdo, un día grité muy fuerte que yo era el Ángel de Del Diablo, y al instante mis amigas se burlaron diciéndome que no, que en realidad era, El Diablo de del Ángel, y así me quedé, así me dicen todos. Aveces me dan ganas de salir de aquí, pero luego vuelvo a leer tus cartas para darme cuenta de que todos están mejor sin mi, que mejor me quedo aquí, ya que queda más que comprobado que el problema era yo. Me molesta a rabiar saber que Katherine ya vive en mi casa, con mi capataz, con mi Sebastián, aunque por otro lado me conforta saber que aún todos piensan que estamos casados. No lo he podido olvidar Nani, a ti no puedo mentirte, así sea para odiarlo o amarlo, pero lo pienso a cada momento, cada mañana, cada noche. Los extraño a todos, pero sé que están bien y eso me mantiene en calma. Tengo una pequeña radio, escuché que Fabio y Lucy termination su relación hace varios meses, también escucho muchas noticias de mi Daniel, y mi Marck. Desde que me quitaron el derecho a llamadas hace ya 6 meses todo a sido más difícil, pero no te preocupes, pronto lo recuperaré, hoy comienza un director nuevo aquí en cárcel, y gracias a dios es hombre, a la antigua directora no le gustaban las mujeres y no puede hacer mucho al respecto. Te amo infinitamente mi Nani. —¿Ya conociste al nuevo director? —pregunta mi amiga Esperanza, compañera de celda, mientras entra con cara de chismosa. —No, aún no, ¿tú si? —pregunté con curiosidad. —¡No me vas a creer a quien acabo de ver paseando por los pasillos con algunos guardias! —¿Quién? —pregunto mientras envuelvo mi carta. —A tu guapísimo agente de la DEA, Héctor Blanco. —¿Héctor? —repito sin prestarle mucha atención ya que tal vez sólo vino a verme, pero, algo en mi mente va más allá —¡Héctor!, no puede ser, ¡qué hizo ese imbécil! Al instante me puse de pie y corrí por todos esos fríos y blancos pasillos, para efectivamente, encontrarme con mi agente favorito —Héctor —pronuncié cuidadosamente. —Reclusa —pronunció este al voltear a mi llamado. —¿Qué haces aquí? —pregunté caminando despacio hacia él. —Soy el nuevo director de está cárcel —pronuncia al parecer algo orgulloso. —Eres un gran imbécil —dije en tono de reclamo, ¿qué mierdas hace aquí?, ¿y tu trabajo? —Creo que debe de acompañarme a mi oficina, muchacha —pronunció y sostuvo mi brazo con fuerza, y así me llevó hasta su oficina —Mía —pronunció ya estando adentro de la oficina y cerrando la puerta con seguro. —¿Qué hiciste? —dije viendo a sus ojos. —¿Me extrañaste? —Muchísimo —dije y corrí a sus grandes y fuertes brazos, y luego de unos segundos me separo para pedirle una explicación —¿por qué hiciste esto Héctor? —¿Quién mejor para sacarte de aquí que la misma persona que te metió? Te conseguí un buen trato, y sé que no te vas a negar, necesitas conseguir pruebas contundentes, o, ayudar a capturar a el jefe del cartel de Bengabur, Mexico, si lo consigues tú serás libre, y yo, seré el nuevo director de las oficinas de la DEA, en Washington DC. ¿Qué te parece? —Me parece que es muy pronto, sólo han pasado 5 años —digo mientras doy vueltas en toda la oficina. —Tiempo suficiente para que pensaras en todo eso que tenías que pensar, ya es hora de salir de aquí, ya estás vieja, necesitas una vida. Tus amigos te necesitan, te extrañan. —Mis amigos están bien sin mi —dije llena de nostalgia. —Eso no es cierto. También te traigo una muy mala noticia. —No te atrevas a repetir lo que escuché esta mañana en la radio, eso es solo mentiras, estrategias, solo no lo repitas —digo entrando en un notorio estado de negación. —Lo siento muchacha, pero es cierto. —¿Quien lo hizo? —pregunto mientras aprieto con fuerza mis puños y contraigo mi mandíbula. —El cartel de Bengabur. —¿Cómo lo sabes? —pregunto comenzando un conteo regresivo mentalmente, conteo que no será posible completar debido a mi desgarrador grito de rabia, y dolor, una vez más. —Hay un video, tú eres la única que lo puedes identificar, bueno, yo también, pero no podía hacer eso, ¿cierto? —Quiero ver ese video —digo y al instante mi agente sacó su teléfono y me mostró ese video, desgarrador. Un grupo de hombres enmascarados tienen a mi abuelo de rodillas, y mientras envían amenazas a la mafia rusa, le dan un tiro justo en el centro de su frente, y luego, calló al piso ensangrentando todo a su alrededor. Trato de contenerme, y canalizo todo el dolor para cuando vengue su muerte —¿Dónde firmo? —pregunté sin más, y aún después de tan fastidioso momento me consoló la tierna sonrisa y el fuerte abrazo que me dio mi agente. El trato es más fácil de lo que pensé, sólo tengo que ir a por los hombres que acecinaron a mi abuelo, y entregarlos, vivos o muertos. Solo que a la DEA le gusta camuflarlo todo y tener mucha precaución, la precaución no me interesa, justo ahora eso no está en mis planes. Mañana saldré libre después de firmar muchos papeles, iré a un apartamento asignado por la DEA, y ellos me llevarán a entrenamientos para prepararme para todo un operativo, el cual no pienso cumplir para nada. —Solo necesito a mis hombres, y en un día tendrán al cartel ese bajo su poder —le digo a mi agente con la seriedad que me caracteriza últimamente. —Eso no funciona así Mía, no puedes hacer lo que quieras, tienes que cumplir con los protocolos. —No lo haré, eso demora mucho, yo trabajaré sola, ¿lo tomas o lo dejas? —No está en mis manos, y no puedes matar a todas esas personas sin justificación, trabaja con la DEA, somos un gran equipo. —Si no tengo opción. —Así me gusta. Esa noche me hicieron una fiesta de despedida en la cárcel, y al siguiente día decidí ir a la casa de mi agente, donde tuvimos nuestros mejores reencuentros por casi 3 días, luego fuimos para Mexico ya con todo el equipo. En la primera hora de entrenamiento pudieron darse cuenta de que yo sola soy mucho mejor que todos ellos juntos, así que aproveché para ofrecerles a mis hombres, y con dificultad aceptaron. Cuando llego ese día a la casa, mi siguiente tarea era una de las más difíciles al parecer, llamar a Del Ángel, llamar a Sebastián Guaimaran, hablar con él, y rezar por qué después de solo 5 años, aceptara ayudarme. Así que sin meterle mucha mente, marqué su número. —Hola —dijo Sebastián.