2. Café

1262 Words
Capítulo dos Despierto gracias a los tan bonitos pájaros cantando en la ventana de mi cuarto. Nótese el sarcasmo. Estiro mi cuerpo entumecido por tirarme a dormir justo como llegue anoche, casi a plena madrugada, después de que saliera de trabajar en el bar, reviso mi reloj de mano viendo que son las siete de la mañana en un fin de semana y me doy la vuelta para seguir durmiendo. Es un fin de semana, ¿Qué más puedo hacer? No tengo que trabajar. Aunque… Abro los ojos de par en par y me levanto de un salto recordando que tengo que ir al nuevo trabajo de tiempo completo que conseguí para los fines de semana en un café, mi vista va al reloj marcando las siete y cinco de la mañana y corro al baño mientras me quito la ropa en el proceso. Tengo que estar a las siete y media o ni siquiera llegaré a poner un pie dentro. Tomo un baño expreso en menos de cinco minutos y salgo mojando el piso de mi cuarto, abro las puertas del armario y saco el uniforme n***o con el logo del café a un costado en el pecho. Ya no tendré tiempo de vestirme allá, así que me tocará irme vestida desde casa. Busco los zapatos junto con las medias y arreglo mi bolso sacando la ropa que ensucie ayer en los dos trabajos de medio tiempo, meto lo primero que veo en el armario para ponérmela al salir y no venir a la casa con la misma ropa con la que trabajo. Al tener todo listo me visto de apuro y me hago un moño en la cabeza, agarro mi cartera y corro hasta la cocina donde mi madre me observa con una ceja alzad mientras toma su café humeante. —¿Tarde otra vez? —cuestiona y yo asiento mientras le doy un mordisco a mi sándwich, tomo jugo para bajar el pan y sigo mi camino hasta la puerta, abro y bajo el bolillo que me queda en la garganta cuando veo el único bus de la mañana acercarse a la estación. Mierda, si no lo alcanzo soy mujer muerta. Tiro a correr dejando la puerta abierta y le hago señas al chofer para que me espere, ignoro los gritos de mi madre por dejar la casa al descubierto y esquivo su chancla voladora antes de poder subirme al bus. Ya me he vuelto una profesional. Las compuertas son cerradas y me sostengo de las barras de seguridad recuperando el aliento por correr tanto, el chofer me mira expectante esperando a que pase a la parte trasera del bus y le doy mi mejor sonrisa como agradecimiento por esperarme. Paso la tarjeta por el lector y cruzo haciendo que el trasporte avance inmediatamente, llevo mis pies hasta la puerta trasera para salir de primera cuando llegue a mi destino y saco la identificación que me dieron el mismo día que me contrataron. Subo la mano observando la hora en mi reloj y el corazón se me paraliza cuando veo que solo faltan tres minutos para que empiece mi turno, me fijo en cuanto le falta al autobús para llegar y muerdo mis labios con fuerza deseando que vaya más rápido hacia la siguiente parada. Vamos, no puedo ser despedida sin siquiera entrar. Esto me pasa por no poner la alarma y por decirle que sí a las horas extras que mi jefe me pidió realizar anoche. Ahhhh, que frustrante es todo. El bus frena en la parada y salgo tan pronto como las puertas se abren, corro como si mi vida dependiera de ello y entro al café llamando la atención de muchos comensales, me disculpo de paso y camino rápido por el pasillo hasta la puerta donde se encuentra el letrero de, “Solo personal autorizado”. Entro de golpe sin avisar y mis compañeros me dan una rápida mirada de nostalgia, la señora Clara, quien me contrato, ve su reloj de mano mientras sostiene su libreta en su mano libre y da un gran suspiro sin pena. —Un minuto tarde —levanta su rostro hacia mí —la impuntualidad es algo de lo que te hablé muy seriamente, porque es algo que mi jefe y el dueño de esto odia —me quita la tarjeta de la mano —así que con dolor en mi alma solo me queda decirte que no consigues el trabajo. Aplasto mis labios y asiento bajando la cabeza a mis pies —Entendido. —Bueno, los demás —se gira a los que se supone que serian mis compañeros —¡A trabajar! Que hoy el jefe está en el café —mueve las manos con euforia y sale del pequeño cuarto. La decepción por perder la única fuente de ingresos que tendría los fines de semana me hace girarme dando un gran suspiro y bajo mis hombros tensos, regreso por donde entre y veo la cantidad de personas comiendo y hablando animadamente dentro del ambiente acogedor que seria mi trabajo. Ahhhhhh, por andar de dormilona me pasan estas cosas. Llevo la vista hasta la señora Clara quien sonríe de oreja a oreja hacia un tipo con traje de espaldas a mí y sin pensarlo me acerco a dos mesas en donde están ellos para escuchar su conversación. Tal vez si le explico al señor cascarrabias que llegue tarde por un minuto me deje trabajar con la condición de que no se repita. —Clara, ¿organizaste mi agenda como te dije el día de ayer? —su voz gruesa y sin errores se me hace reconocida y junto las cejas acercándome aún más para intentar recordar donde fue que la escuché. —Sí señor, Ryan —ella le tiende la libreta que carga en sus manos y este la toma para echarle un vistazo. —Eso quiere decir que aún tengo media hora libre en la que no tengo que hacer nada —le devuelve el cuaderno —¿Y? ¿cómo está todo por aquí? ¿Has despedido a alguien recientemente? —No, pero mande a una persona a su casa por no pasar la prueba. Este es mi momento, tengo que saltar y hablar. —¿Motivo? —cuestiona él dándole un sorbo a su café. —Llegó un minuto tarde —dice esta de forma totalmente seria. —Pues hiciste lo correcto —dice él y achico mis ojos molesta. ¿Cómo que “hiciste lo correcto”? Este tipo… ¡Me va a escuchar! Poso mis manos sobre la mesa para levantarme, pero la voz de uno de los trabajadores del lugar me interrumpe —Disculpa, ¿tienes reservación para estar en esta mesa? Abro y cierro la boca sin saber que decir, volteo a ver a la señora Clara quien tiene sus ojos intensos fijos en mí y me levanto llamando la atención de la mayoría, camino hasta estar justo al lado de la persona que me despidió y abro los ojos tanto como puedo cuando observo esos ojos ámbar adornado por largas pestañas estar nuevamente delante de mí. Sabía que había escuchado esa voz, pero nunca me imaginé que viniera del cara limón agrio que atendí en el salón. Él se cruza de brazos esperando a que diga algo y sonrío maquiavélica en su dirección lo que hace que el princeso se levante inmediatamente del puesto. Eso, tiembla ante mí, sé tu secreto. —Muy buenos días, señor Ryan, —ladeo mi cabeza —¿se acuerda de mí?
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