-No deberías estar aquí
-Eso lo sé -sonreí satisfecha ante el comentario de mi amigo el bibliotecario -pero es la única manera en la que puedo aprender, tengo que escabullirme en las clases de la corte
-Sabes que eso es solo para
-Los hombres hijos de los nobles, los herederos de la corte, lo sé -dije fastidiada
-Y si lo sabes ¿por qué estás aquí?
-Lo sabe bien, yo quiero aprender
-Si tu padre supiera…
-Pero no lo sabrá a menos que usted se lo diga ¿no es cierto?
-O que seas descubierta
-Eso no pasará he hecho esto muchas veces, y le agradezco que me permita hacerlo
Desde que tenía uso de razón recorría el pueblo hasta la biblioteca, el encargado del lugar parecía feliz de verme en cada ocasión, me mostraba con paciencia libros de temas complicados y los devoraba en un instante, mi madre lo sabía pero jamás había hecho algo para detenerme, por ese motivo yo lo hacía constantemente, mientras mi madre mantenía a mi padre ocupado en otros asuntos.
-No sé para te escondes a aprender todo eso, sabes que tu destino es vivir en el castillo y casarte con el príncipe heredero -agregó el amable hombre de barba larga y cabello de nieve
-Lo sé -dije molesta -pero quizá encuentre la manera de no hacerlo
-No creo que esos libros, o las explicaciones de los amautas te ayuden con eso, sabes que todo lo que está aquí -dijo mirando recorriendo con la mirada la gran biblioteca del reino -está aprobado por la corte y el palacio
-Lo sé -dije intentando parecer desanimada
Pero debía conocer a mi oponente para poder enfrentarme a él y ganarle ¿no es así?
Aunque sabía que los libros sobre magia y seres mitológicos estaban prohibidos en el reino me encantaba leerlos y aprender todo lo que podía sobre ellos. ¿Qué podrían hacer esos libros en mis manos? nada, sólo podía leer e imaginar, de nada servía aprender todo sobre hechizos si la magia no existía en mí. A pesar de eso conseguía libros, algunos incluso por mi cuenta en el mercado clandestino a expensas de mis padres y con ayuda de una gran amiga que trabajaba en el lugar.
Lanira era una mujer grande y fuerte, con su imponente altura, sus huesos anchos, su cabello oscuro trenzado a la perfección, las cicatrices evidentes en su cara y su frente arrugada, era aterradora para muchos, pero para mí era como una hermana, siempre me concedía los más extravagantes caprichos cuando de libros se trataba.
Ella era la dueña del mercado sombrío, como muchos le llamaban, de la ciudad, mientras yo le ayudaba con las cuentas del lugar ella me conseguía los libros más fantásticos e interesantes del mundo y parecía feliz de hacerlo, si escondía algún motivo para hacerlo, era sólo quizá su agradecimiento tras su aspecto de mujer mala, ante mi ayuda con la contabilidad de su negocio, ya que gracias a mí siempre tenía mayores ganancias.
Amaba pasar tiempo con ella, a través de su ronca voz conocía las mejores historias de hechiceros místicos de todos los tiempos, y sobre criaturas que seguramente sólo inventaba para mantenerme atenta en sus narraciones que intentaba hacer sonar espeluznantes.
Me encantaba la adrenalina de leer los libros prohibidos y de ir contra de las exigencias de mi padre, él era un hombre honorable y respetaba al pie de la letra las imposiciones de la corte y el rey, y eso me molestaba, no por que fuera un hombre intachable, si no porque eso había comprado mi destino. Y mi plan ahora era encontrar alguna manera de evadir esa promesa sin dañar la reputación de mi padre o mi madre.
-No hay manera de eludir tu destino -dijo mi amigo mientras tomaba su bebida favorita
Él siempre estaba en este lugar, frente a la barra del mercado sombrío, sentado en un banco alto bebiendo o comiendo algo, cuando llegaba me buscaba con la mirada y me ofrecía un asiento a su lado.
-No estoy convencida de eso, debe existir alguna manera
-Si hubiera alguna te ayudaría a ponerla en marcha, la única manera en la que el rey no cumpla con su promesa es si tú… -guardó silencio, y consideró sus palabras
-Si yo ¿qué?
-Si fueras una hechicera -dijo riendo -pero sabemos que eso no es posible
-Es una lástima que eso no se pueda aprender, si tan sólo con estudiar y poner empeño en aprender algunos hechizos te diera esa magia, ahora sería una magnífica hechicera
-Por supuesto que lo serías -sonrió y miró a Lanira, que lo miraba desafiante desde el otro lado de la barra
-Deja de darle alas, sabes que su destino está decidido
-Lo sé y es una lastima que sea así -suspiró y miró fijamente su bebida
Aether, mi amigo, era un hechicero, por su puesto vivía encubierto como todos, utilizar la magia en el reino estaba prohibido y cualquiera que fuera sorprendido usándola sería expulsado del reino, y ser expulsado lo dejaba expuesto al mundo entero, un mundo aterrador lleno de hechiceros oscuros, según los escritos del reino. No era de los hombres que causaban problemas, pero era diferente a todos, usaba hechizos de vez en cuando para hacer favores a las personas del pueblo, les agradaba a todos, era un hombre popular y amable, de esos que todos quieren tener cerca, incluso yo.
Pero mi interés por él era diferente, me intrigaba su poder y su magia, me gustaba ver cómo hacía hechizos para ayudar otros y deseaba ser como él, pero estaba muy lejos de serlo y eso lo sabía, por eso me daba envidia su vida.
Sus padres habían muerto y vivía solo en casa, así que vivía libre, justo como yo deseaba vivir, pero no me malinterpreten amo tener a mis padres, tener a alguien que vela por tus intereses es algo sin lo que no podría vivir, porque he de admitirlo, he sido una hija consentida, demasiado caprichosa y me gustaba ser así.
Pero mi madre lo odiaba y eso era algo no comprendía, no le gustaba que él estuviera cerca de mí, no le agradaba que pasará mucho tiempo conviviendo y viendo los alcances de su magia, por algún motivo tenerlo cerca la inquietaba. Y que ella estuviera en contra de eso me hacía desearlo más, pero no sólo por llevarle la contraria, si no, porque sabía que me ocultaba algo, algo importante y que por algún motivo me dejó pensar que tenía que ver con él.