“Señor Caleb Cipriano. Sigo intentando contactarme con usted, pero no conectan mis llamadas. Por favor comuníquese conmigo a este número, lo que debemos tratar es algo sumamente importante. Lo saluda Valerio Santillana, parte del personal de Paramount Group.”
Ese tipo de mensajes seguían llegando y, aunque en un inicio estuvo seguro de que se trataba de alguien intentando sacarle dinero, la insistencia del tal Valerio Santillana, si es que se llamaba así de verdad, le había generado algo de curiosidad.
—¿Debería responderle? —se preguntó en voz alta el joven y negó con la cabeza.
Él tenía demasiadas cosas por hacer como para también ocuparse de algo que, si echaba un poco a volar su imaginación, estaba seguro de que terminaría en algún tipo de problema; así que decidió seguirlo ignorando.
El fin de semana al fin llegó y, tras terminar su turno de trabajo, se quedó en el local a decorar un poco luego de limpiar, pues esa fiesta para dos debía ser en serio especial, así que Caleb puso todo su esfuerzo en ello.
Con una mesa de lámina, cubierta por una tela blanca, radiante y nueva, que había comprado en una mercería, adornada con un par de velas aromáticas y con pétalos de rosa tirados por doquier, el chico colocó su regalo muy cerca de un pastel individual que había comprado de último momento, pues se le había escapado ese detalle hasta que lo vio en el supermercado cuando fue a hacer un mandado y a comprar las velas.
Todo parecía perfecto, sobre todo por el esfuerzo, dedicación, tiempo y dinero invertido en el detalle, así que Caleb sonrió, complacido, y miró a su reloj para ponerse un poco más nervioso, pues la hora acordada estaba a punto de llegar.
Solo por matar el tiempo, apagó su teléfono y lo volvió a encender, pues eso lograba que funcionara un poco mejor, al menos por un rato, y entonces descubrió un mensaje de su amada que simplemente decía “Lo siento”.
El corazón de Caleb se detuvo cuando esas dos palabras cobraron sentido en su cabeza. Era una disculpa, lo podía ver, lo que no lograba imaginar era la razón de que su novia se disculpara con él, por un mensaje, además, y las teorías que tenía no eran para nada buenas.
Sin pensar en nada, el chico corrió hasta la casa de Mía, y ella se negó a recibirlo a pesar de que estaba en el lugar, Caleb la había visto terminar de subir las escaleras cuando le abrieron la puerta.
» Solo quiero saber por qué —repetía el joven de ojos café oscuros, a quien no le permitían entrar en un lugar que muchas antes hubiera visitado sin problema alguno—, Mía, por favor, habla conmigo, por favor.
Pero la mencionada no se movió de donde estaba, lugar en donde podía escuchar claramente las suplicas de ese joven.
—Solo vete —pidió Mario, el hermano de esa chica que, al parecer, había terminado con él de la peor manera: sin darle la cara y ninguna explicación—. Se terminó... ella lo terminó.
—¿Por qué? —preguntó Caleb, desesperado.
El amor de su vida, esa chica amable y siempre linda estaba haciendo algo que no era propio de ella, y que le estaba provocando tremendo sufrimiento a él.
—Eres un muerto de hambre —declaró Mario, dejando a ese chico con el corazón roto sin argumentos ni posibilidades de contratacar—. Ya no son unos niños, ella ahora sabe cómo es la realidad y sabe cómo sería el futuro a tu lado. No la puedes culpar por esto.
—¡Habla conmigo! —pidió Caleb a gritos—. Mía, por favor, por favor habla conmigo, yo me voy a esforzar, yo...
—¡Ya basta! —gritó el hermano mayor de la castaña de ojos miel, que ni siquiera se inmutaba ante el desastre en que se estaba convirtiendo ese joven que antes tanto quiso—. Se terminó, solo acéptalo y lárgate antes de que me enoje y te rompa la cara.
Caleb, completamente descolocado, lloró sin poder hacer nada por contener lo que lo destruía, pues su alma desmoronándose dolía demasiado.
Aunque no era la primera vez que lo abandonaban, sí era la primera vez que sentía el dolor del abandono, y era demasiado cruel.
El joven Cipriano caminó a su departamento arrastrando los pies y sin mirar al frente. Él no podía despegar sus llorosos ojos del suelo, así que tropezó con infinidad de objetos fijos al piso, como postes, casetas telefónicas y vallas; y también chocó con personas que le insultaron llamándolo vago bueno para nada y borracho vicioso y desagradable.
Él no estaba borracho, aunque desearía estarlo si eso solucionara algo; sin embargo, Caleb sabía bien que hacer algo así de idiota tan solo lo metería en más problemas de los que ya tenía.
Esa noche no pudo dormir, su cabeza no dejaba de buscar una mejor explicación que la que había recibido de su ahora ex cuñado, pues prefería que ella lo hubiera dejado porque, ahora que estaba delgado, estaba feo a que lo terminara por ser, como Mario había dicho, un muerto de hambre.
Sí, él estaba consciente de que no tenía donde caerse muerto, que las cosas eran difíciles en ese momento para él, pero se había prometido echarle ganas para salir de ese hoyo, y estaba seguro de que con el apoyo de esa joven llegaría muy lejos, por ella, por darle lo mejor; ese había sido su plan, su meta, su sueño, uno que ya ni siquiera quería lograr alcanzar.
¿Para qué esforzarse? ¿Para qué mejorar si no habría nadie a quien hacer sentir orgulloso? ¿A caso no sería mejor solo dejar de soñar? Caleb sentía que eso era lo mejor, de esa manera su corazón jamás volvería a sentirse como se sentía en ese momento.
La mañana llegó y Caleb dejó salir lo que esperaba fuera lo último que quedaba de su frustración. Y es que, con tan solo dos palabras, él había perdido todo, incluso las ganas de vivir, porque sin esa chica, que fue su todo, no quería continuar.
Caleb cerró los ojos, sintiendo como si kilos de arena filosa le retacaran los párpados, y suspiró adolorido. Su cansancio, y ese tremendo dolor de cabeza, le estaban invitando a dormir, y su corazón roto los apoyaba, susurrando al joven que, si tenía un poco de suerte, tal vez no despertaría de nuevo.
Pero el sonido de su puerta siendo golpeada le obligó a abrir unos ojos no muy dispuestos a permanecer abiertos.
Decidió ignorar la puerta, pero los siguientes golpes fueron acompañados por la voz de un hombre que no conocía, al menos no en persona, pues el nombre que anunció la persona afuera de su habitación era uno que había leído al menos cuatro veces en los días pasados.
—Soy Valerio Santillana —dijo el hombre, claro y fuerte mientras volvía a tocar a la puerta—. Señor Caleb Cipriano, necesito hablar con usted sobre algo importante y urgente.
El joven dejó el sofá en que había estado medio recostado y se arrastró hasta la puerta, que abrió con desgano y miró mal al hombre que le veía con asombro, o con susto, tal vez.
—No soy señor —informó el chico—, no tengo dinero, no tengo familia, no hay nadie que se preocupe por mí y muy pronto ni siquiera tendré un techo, así que, si quieres estafarme, déjame decirte que será una pérdida de tiempo para ti. A menos que quieras mis órganos, así puede que sí te sirva un poco porque, contrario a lo que parece, no tengo ningún vicio. Esto es solo desnutrición.
Valerio, que era un hombre más bien robusto, de cabello cano, bigote en la misma condición, piel clara y ojos azul profundo, casi se compadeció del chico que veía derrotado y cansado de la vida, a pesar de ser tan joven.
—No quiero estafarlo —aseguró un hombre que entraba a la tercera edad—, al contrario, vengo a ayudarlo, eso con la condición de que me ayude usted también.
—No soy estafador —informó Caleb, girándose para entrar en su habitación, que constaba de cuatro por cuatro metros en donde cabían apenas una cama individual, un mueble para ropa, una mesa, una silla y un sofá—, tampoco me interesa vender drogas o la prostitución.
—Parece que tiene clara su vida, señor Cipriano —dijo Valerio, siguiendo al chico adentro de la habitación.
—Oh, sí, lo hago —ironizó el más joven—, luego de que usted se vaya subiré a la azotea y me tiraré de ella con la esperanza de morirme.
Valerio suspiró. La verdad es que entendía un poco a la juventud y esa manía suya de no ver soluciones luego de que algo los decepcionaba, así que no le asustaron las palabras que seguro el otro había dicho a la ligera.
—Bueno —habló el hombre—, dirá que soy entrometido, pero eso suena a un muy mal plan, así que, ¿por qué no escucha el mío y luego decide qué hacer?
Caleb miró al hombre, que, a pesar de haberse presentado ya, no le daba pista alguna de lo que pretendía al llegar hasta él.
—¿Qué es lo que quiere? —preguntó el joven, sin rodeos, pues no quería hacer perder su, seguro, valiosísimo tiempo a alguien que parecía importante por hacerlo hablar mucho tiempo con un muerto de hambre sin esperanzas como era él.
—Hace casi siete años, afuera del centro comercial de la Villa Rica, la persona para la que trabajo fue rescatada por un chico de diez o doce años de edad cuando iba a ser secuestrado —explicó Valerio Santillana, y Caleb le miró con el ceño fruncido.
Él no entendía qué tenía qué ver eso con él, pero Valerio pronto le daría respuesta a algo que ese joven no se atrevía a cuestionar.
» Supongo que él no sabía del secuestro, pero su intervención fue como una grandiosa coincidencia para nosotros —añadió el hombre de orbes azules—. Ese chico le pidió dinero para comprarse un cuaderno y un lápiz, porque en el metro había extraviado su mochila de la escuela y lo iban a regañar, además de que se le dificultaría ir a la escuela porque no tenía dinero para comprar útiles nuevos, pero él...
—No quería dinero gratis —añadió Caleb, recordando lo que había pasado esa vez—, así que le ofrecí limpiar sus zapatos con una esponja lustradora que había comprado con el dinero que llevaba para comer en la escuela.
Valerio asintió, agradecido por haber encontrado al chico que tenía tanto tiempo buscando.
Y es que ese joven jamás había dicho que era huérfano, aunque sí dio su nombre completo, y Villa Rica era una colonia para gente más bien acomodada, así que había muchos indigentes y gente necesitada, de toda la ciudad, rondando en ese lugar.
» Luego de que limpié sus zapatos me llevó a la plaza, a una papelería y me compró todos los útiles que necesitaba, además de una mochila y hasta unos zapatos —explicó el joven, que se había aferrado a ese recuerdo con la idea de que no todas las personas en el mundo eran malas e indiferentes al sufrimiento de los demás.
—Pasaste tanto tiempo a su lado que pudimos encontrarlo antes de que fuera demasiado tarde —informó el hombre mayor—. Él había sido abandonado por su equipo de seguridad en turno, pues ellos se habían aliado a unos maleantes para secuestrarlo y sacarle dinero, pero para ello necesitaban que estuviera a solas y en un lugar no tan concurrido como esa plaza comercial.
—Entiendo —aseguró el joven, que en realidad no entendía nada—. Pero, ¿eso que tiene que ver conmigo? ¿Acaso me busca ahora para agradecerme? Eso pasó hace mucho tiempo, y yo obtuve mucho en aquella ocasión, no necesito más.
—Joven Caleb, claro que quiero agradecerle, tanto que me permito informarle que lo he buscado desde aquel entonces, y me costó mucho tiempo encontrarlo porque solo tenía su nombre, pero no estaba en ninguna escuela de las que investigué.
El joven de cabello y ojos oscuros alzó sus cejas, en señal de sorpresa por lo que escuchaba.
» Gracias al cielo, al fin lo he encontrado, y ha sido bueno que me reciba, pues tengo el gusto de anunciarle que usted, Caleb Cipriano, se convertirá en EL HEREDERO de Paramount Group.