CAPÍTULO 4

1842 Words
—Sigo creyendo que es mejor la administración —declaró Valerio tras mucho discutir con un joven, de dieciocho años de edad, empeñado en estudiar contabilidad. El chico le miró molesto y el mayor suspiró—. Si entiendo que es tu sueño —dijo—, pero laboralmente es mejor algo más amplio, sobre todo en la rama en que esperamos te desempeñes. —Ni siquiera he dicho que me casaré con esa chica —refunfuñó el chico de cabello oscuro—, entonces, ¿por qué debo de decidir mi futuro basándome en las necesidades de los demás? —Porque elegir no casarte con la señorita Samantha no significa que vayas a tener que dejar Paramount Group —informó el de cabello cano y el chico le miró sorprendido. A decir verdad, cuando le dijeron que si no se casaba con esa chica debía renunciar a todo, pensó que incluso al empleo; pero ahora que ese hombre lo ponía en palabras podía ver que no era necesario romper todos sus lazos, y ser la mano derecha de ese grupo no sonaba nada mal tampoco. » Joven Caleb —habló Valerio, tras analizar con rapidez las opciones que ahora tenía y luego de elegir la mejor para ellos—, hagamos esto: primero el deber y luego el placer. —¿Deber? ¿Placer? ¿De qué rayos estás hablando? —preguntó el joven de ojos marrones. —Lo que digo es que, estudiarás administración de empresas internacionales e idiomas, y luego de eso puedes especializarte en contabilidad —explicó el mayor—, así no solo satisfarás nuestras necesidades, sino también harás realidad tus sueños. Caleb apretó los dientes y frunció los labios. No estaba del todo convencido con esa opción, a pesar de que al mayor parecía agradarle lo suficiente como para sonreír complacido. » Piénsalo un poco —pidió Valerio, poniéndose en pie con la intensión de irse—. Sé que te estamos pidiendo mucho, pero eso es porque te vamos a confiar demasiado, así que lo único que queremos es que estés bien preparado para hacer el mejor trabajo posible en Paramount Group que, no te olvides, contribuirá a tu patrimonio, eso si no quieres que Paramount Group sea tu patrimonio. Caleb asintió, sin poder decir nada. Aún no se sentía cómodo con la posición de EL HEREDERO, que le había sido otorgada repentinamente; además, su parte más lógica seguía negándose a creer que todo eso era real. Sin embargo, lo era, y lo aceptó un poco más cuando la gran puerta por la que pasó ese robusto hombre, para dejar la habitación, se cerró e hizo algo de eco en el enorme lugar en que él estaba. Caleb miró a todos lados sin entender la forma de pensar de la gente con dinero. Es decir, ¿cuál era la necesidad de tener una sala en la recamara? Qué de por sí ya era enorme y contaba con un baño privado, que también era enorme. El joven estaba seguro de que, si recorría la recamara a una esquina, y colocaba el escritorio y el otro mueble, que ni sabía para qué demonios tenía todos esos cajones, al lado de la recamara, podría anexar también una cocina comedor si recorría un poco la sala, entonces tendría un departamento de lujo. —Joven Caleb —dijo alguien detrás de la puerta, afuera de la habitación, luego de golpear dos veces la madera gruesa que le daba privacidad—, la comida será servida pronto. ¿Bajará a comer o gusta que le traigamos de comer a su habitación? —Bajaré —informó el chico sin siquiera levantarse a abrir la puerta y maldiciendo esa costumbre de quedarse congelado y con la mente en blanco cada que alguien le llamaba joven. Tanto respeto le provocaba escalofríos. Y es que, en toda su vida, el joven no había hecho más que ser insultado, menospreciado y mal visto a donde quiera que iba, todo por haber sido desafortunadamente abandonado en un lugar que recibía a todos aquellos niños que no tenían a donde ir. —De casi limosnero a un gran heredero —resopló Caleb recargando su espalda en ese cómodo y enorme sillón que, junto a otro bastante más pequeño, ocupaban parte de esa habitación que había estado usando ya por media semana. El día en que aceptó ayudar al señor Rómulo con su plan, el señor Valerio lo había regresado a su departamento para que lo desocupara e, inmediatamente después, lo trasladó a la mansión del señor Paramo Montes, donde le dieron esa gran habitación en que no había logrado dormir bien ni ese ni los siguientes días. A la mañana siguiente, cuando fue llamado para desayunar, se encontró con el comedor solo para él, pues el señor Rómulo poco comía y siempre lo hacía en su habitación cuando no se sentía bien, que era el caso. Caleb pensó que el menú era increíble, como el banquete de un reino de un cuento de hadas, y aún con el hambre que tenía, su nerviosismo no le permitió comer demasiado. Igual se insistió, sería un desperdicio no probar algunas de esas deliciosas cosas que le habían servido y, aún no terminaba de desayunar, cuando el asistente personal de su benefactor llegó a él con un hombre que obviamente no conocía, pero al cual no le pudo quitar la mirada de encima porque también parecía haber sido sacado de un cuento de hadas. El sujeto no era tan mayor, pero joven definitivamente ya no era, y su ropa era digna de la nobleza del siglo XIX, con ese pantalón recto medio ajustado, su camisa de manga larga cerradas hasta el cuello y el chaleco de botones, en cuello v y con puntas. El hombre incluso abrazaba un tipo de bloc de cubierta de piel café clara, algo desgastada pero muy elegante. —Su nombre es Alfredo Corrales —informó Valerio, presentando a ese hombre, de aspecto pulcro y cuidado, que le acompañaba—, es el sastre que se encargará de tu guardarropa. —¿Qué? —preguntó el chico tras devolver el tenedor, con su último bocado que casi comió, al plato—. ¿Un sastre? Valerio asintió y, en una mueca que ni Caleb sabe por qué entendió, le pidió al chico que no hiciera escándalo y este obedeció. El joven de ojos y cabello café oscuro solo respiró profundo y se puso en pie, su hambre se había desaparecido de repente. El hombre le tomó medidas de muchas más partes del cuerpo de las que él se hubiera imaginado que medían a las personas para venderles ropa; es decir, cómo para qué demonios le habían medido la muñeca y, peor aún, lo que medía de su ombligo hasta la entrepierna. Definitivamente no entendía a los ricos, pero debía poner atención porque, si algo le había quedado bien claro en esos pocos días que llevaba en ese lugar, eso era que necesitaba estar en ese nuevo mundo, y que podría permanecer para siempre en él sí a sí lo quería. Al día siguiente, de la sastrería que dirigía el tal Alfredo, le llevaron varios cambios de ropa que habían sido ajustados para que le quedaran a medida, y le anunciaron que el resto de lo que recibiría llegaría después. Caleb suspiró, lo que debería ser práctico le parecía demasiado incómodo, pero no tenía tiempo para preocuparse por eso porque, no solo la ropa que vestiría sería a medida, al parecer incluso los zapatos se podían hacer a medida de pie, y eso le causó tanta gracia que Valerio lo reprendió con tan solo la mirada cuando se rio al escuchar lo que haría el zapatero que el asistente de Paramount Group había llevado. Pero las cosas no se detendrían ahí, al parecer, antes de iniciar la universidad, en cinco meses más, él debía, primero que nada, elegir su carrera, y luego aprender modales y etiqueta. Lo entendía un poco, e igual le parecía súper ridícula la idea de aprender para qué eran copas, cuchillos y tenedores, que, al parecer, por su tamaño y forma, debían ser utilizados para usos exclusivos. En cierto punto, Caleb dejó de pensar en todo y solo siguió la corriente pues, tras tres días de desayunar, comer y cenar, además de al fin tener un tiempo para descansar, decidió no complicarse la vida y tomarlo todo como si fuera su nuevo empleo. Eso le causó mucha gracia, se imaginó seis o siete años después rellenando una solicitud de empleo y escribiendo que su anterior empleo había sido de heredero de una corporación nacional famosa y multimillonaria, ¿quién le creería? De todas formas, aunque las condiciones laborales habían mejorado significativamente para él, al parecer sus labores no serían cosa fácil, sobre todo porque no tenía idea de absolutamente nada sobre lo que haría: había mucho qué aprender. Pensando en todo eso, mientras comía incómodamente por la persona que le observaba y le corregía cuando no llenaba las expectativas en la mesa, decidió compartir sus inquietudes con un hombre que seguro tenía la sabiduría para aconsejarle, y al cual sentía que le debía demasiado. —¿Puedo pasar? —preguntó Caleb, tras tocar y abrir la puerta de la habitación de Rómulo quien le dio el pase—. ¿Cómo se siente? —Estoy bien —aseguró el hombre sonriendo tras haber asentido a la petición del chico—. Esto es solo una gripe, pero, a mi edad, todo puede volverse realmente malo si no somos lo suficientemente cuidadosos. ¿Cómo te has sentido? —¿Además de presionado y nervioso? —preguntó el joven y el anciano asintió sonriendo—. Fuera de lugar. La respuesta del chico empujó al hombre mayor a reír a carcajadas hasta terminar tosiendo con fuerza, dándole tremendo susto a un chico que, para pronto, solo atinó a levantar las manos del hombre que le vio con sorpresa y le pidió, entre risas y tosidos, que le regalara un poco de agua. —Vas a acostumbrarte —aseguró el mayor tras beber algunos pequeños sorbos de esa agua que el joven le había dado. —¿Usted cree? —preguntó Caleb, inseguro. Él de verdad se sentía como pez fuera del agua en ese sitio. Y es que todo era tan elegante, tan pomposo y tan metódico que le parecía sinceramente ridículo. —Estoy seguro —dijo Rómulo—, porque a nada se acostumbra uno tan fácil como a la buena vida. El joven lo pensó un poco y, dándose cuenta de que ya no tenía ganas de salir corriendo, a pesar de que aún le costaba adaptarse, creyó que ese hombre tenía razón en lo que decía. Él no volvería a la libertad, ni siquiera si se lo permitían, y todo por no tener que perderse de tres deliciosas comidas al día. Y es que Caleb no estaba seguro de cuánto duraría en eso, pero había decidido ya que disfrutaría lo que ocurriera mientras pasaba.
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