Despertó a las seis y pico de la mañana, agotado y con ganas de volver a meterse en la cama; pero si no se levantaba justo en ese momento no le daría tiempo de darse un baño, así que se sentó en la orilla de la cama, mirando nada, quizá, a pesar de que sus ojos estaban fijos en algo. Caleb se replanteó lo que estaba haciendo. Es decir, feliz no era, entonces, ¿por qué rayos estaba soportando todo lo que le pasaba? No lo entendía. Cerró los ojos, de nuevo, y al escuchar sonar la última de sus tres alarmas, espaciadas con diez minutos una de la otra, un enorme bostezo le llenó los ojos de lágrimas. Estiró los brazos al cielo hasta que le tronó todo, desde las muñecas, los hombros y hasta la espalda, las costillas y el cuello, entonces, con las ganas de llorar a tope, se puso en pie y ca

