—Es domingo, Diana —reclamó Caleb, recibiendo al fin la llamada de su mejor amiga—. Me tuve que conformar todo el sábado, y medio día de hoy, con ese mensaje tonto de que estabas bien. ¿Tienes idea de lo inconsciente que eres y lo preocupado que estaba?
—Perdón —dijo Diana, disculpándose en serio apenada—. Ayer me sentía terriblemente mal, solo quería esconderme debajo de la almohada por un par de días; y, si te soy sincera, hoy no me siento mucho mejor que ayer.
—¿Qué demonios tenías en la cabeza cuando te pusiste así en un lugar donde no conocías a nadie? —cuestionó el chico y Diana suspiró segura de que se merecía el regaño que estaba recibiendo.
—Si conocía algunas personas —aseguró la joven—, pero estaba tan ebria que ni siquiera los reconocí en ese momento... Ya, Caleb, no te eno
