—También creo que la administración es mejor —señaló el hombre con el que el chico hablaba sobre sus inquietudes—, porque, tienes razón, eso es lo que necesitamos que seas para que dirijas el grupo de la mejor manera; así que, lamento pedírtelo, pero, por favor, renuncia a tu sueño por ahora. Como Valerio te dijo, puedes estudiar contabilidad después.
Caleb suspiró, recargándose por completo en el respaldo del sofá en que había estado sentado; y mirando al techo cuando alzó también la cabeza. Si eso era lo mejor, debía resignarse.
—Bien —concedió al fin el chico—, entonces que sea administración de empresas extranjeras e idiomas, como necesitan.
—Necesitamos —corrigió el hombre—, incluyéndote. Recuerda que esto es para tu trabajo futuro, así que no te quedes fuera de esto; además, ahora somos un equipo.
El joven de ojos marrones asintió, sin sentirse feliz por lo que acababa de hacer, y decidió dejar descansar a ese anciano que parecía haberse agotado demasiado con tan solo hablar con él.
La inscripción de Caleb a la universidad se realizó en cuanto Valerio tuvo el visto bueno de parte del chico que continuaba resignándose a todas esas cosas de rico, sin sentido, que le seguían enseñando por su bien.
Valerio le advirtió que su puesto no sería de oficina, y que necesitaría convivir con muchas personas para seguir manteniendo el buen nombre del grupo ante la población mundial pues, aunque no tenían sedes en otros países, recibían gente importante de ellos; por ello debía aplicarse bien con los idiomas, no solo el inglés, que parecía conocer bastante bien.
La rutina del nuevo heredero de Paramount Group se estableció disciplinadamente, pues el joven requeriría de una buena apariencia corporal que complementara bien esa cara linda que tenía y que, seguro, en un par de años se volvería bastante atractiva.
Y es que, por superficial que pudiera parecer, en la atención al cliente, que era el ámbito de negocio de Paramount Group, la presentación era lo más importante; después de todo, ese chiquillo, ansioso por aprender, sería el rostro del grupo por muchos años.
Levantarse temprano fue iniciativa de un chico que no estaba muy acostumbrado a perder el tiempo, pero iniciar con el gimnasio fue propuesto por Valerio, quien pensó que le haría bien, pero no solo para los planes futuros, sino también para relajarse, pues pronto se le comenzó a notar que no estaba durmiendo bien.
Valerio lo entendió. Los ambientes nuevos difícilmente eran fuente de tranquilidad, además, ese joven había sido invitado muy persuasivamente a cambiar toda su vida, incluso a renunciar a su sueño; pero todo era para un bien mayor, incluso de él.
Sí, no había sido necesario que fuera él, pero él había surgido de un recuerdo de Rómulo en una de las tantas conversaciones sobre el futuro del grupo y, a diferencia de lo que el asistente de Paramount Group le había dicho, con la única finalidad de que el joven se sintiera necesario, no había sido difícil dar con él.
Los orfanatos, que debían ser discretos con su información, solían soltar toda la sopa cuando de donativos se trataba. Y no es que se les pudiera culpar, los subsidios de gobierno o de la iglesia, que eran quienes más les apoyaban, solían apenas ser suficientes para lo más básico, y ver vivir a tanto pequeño con insuficiencias era algo realmente desgarrador de hacer.
De todas formas, Rómulo Paramo Montes y Valerio Santillana no tenían malas intensiones con ese chico, aunque de pronto les pesara el alma haberlo presionado demasiado, al punto de que a él no le quedó más que aceptar sus sugerencias.
Sin embargo, se lo compensarían con una buena vida: económicamente abundante y profesionalmente estable.
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—¿Listo para el primer día de universidad? —preguntó el señor Rómulo, que tenía un par de minutos esperando que ese chico llegara hasta el comedor para desayunar con él.
Caleb sonrió, agradecido con ese hombre.
Tras cinco meses a su lado, el chico se había convertido en alguien que seguro nadie, de las personas que antes había conocido, le reconocería; él mismo se desconocía en el espejo de vez en cuando.
—Listísimo —aseguró el joven que, recién bañado, tras haber hecho una hora y pico de ejercicio, se moría de hambre a pesar de los nervios que sentía por su primer día de clases en una de las mejores universidades privadas del país.
Rómulo también sonrió. Ese chico era su digno heredero, ahora, así que estaba complacido por lo que veía y sabía que era porque su dinero lo había logrado.
El desayuno fue ameno y agradable. Ese par de hombres, a pesar de su diferencia de edad, se llevaban bastante bien, como si fueran abuelo y nieto en la realidad, y no solo se habían acostumbrado a estar juntos, ambos comenzaban a tenerse cariño, tal vez por lo agradecidos que estaban con el otro.
Porque Caleb había obtenido un cambio de vida radical, pero para mucho mejor, gracias a ese hombre; sin embargo, ese anciano había sido bien correspondido por un joven que se interesó en él, que se preocupaba por él, que lo procuraba, le buscaba para charlar y le acompañaba siempre que tenía tiempo libre de sus clases extra escolares.
En cinco meses, el joven de ojos marrones había aprendido demasiadas cosas, entre ellas a conducir, por eso Rómulo se tomó el atrevimiento de regalarle un auto para conmemorar su ingreso a la universidad, pues, además, estaba seguro de que ese chico haría un buen trabajo como estudiante, así que consideraba que se merecía tener un vehículo propio.
El joven Cipriano no lo podía creer, y, la verdad, estuvo a punto de negarse a recibir más de lo que ya recibía, pero, cuando Rómulo le dijo que necesitaba dejar de pensar que no merecía más de lo que tenía para demostrar la dignidad de EL HEREDERO de Paramount Gruop, se avergonzó un poco de lo mucho que se minimizaba a sí mismo.
Era verdad, él era quien se haría cargo de esa empresa nacionalmente famosa, así que debía mostrarse confiado y digno, tal como ese hombre que, a pesar de los años y el cansancio, seguía mostrándose soberbio y elegante absolutamente todo el tiempo.
Acompañado de Valerio, que le dirigía en el camino, y seguido por el chófer personal del señor Rómulo, Caleb condujo hasta la universidad, pues nunca había ido a ella y no sabía cómo llegar.
En el camino, el hombre que se regodeaba de todo lo que ese joven había aprendido y mostraba saber, le dio algunas indicaciones muy necesarias para su inicio como Caleb Cipriano Paramo.
—¿Cipriano Paramo? —preguntó el joven que conducía por primera vez ese Bugatti La Voiture Noire n***o que ahora era completamente suyo.
—Vista al frente —indicó el hombre y el joven hizo lo que le pidieron, pues, por la sorpresa de un nuevo apellido, había girado el rostro hacia el asiento de copiloto que era ocupado por Valerio Santillana—. Ese es tu nombre ahora.
Caleb suspiró resignado, aunque no entendía mucho, pero gracias al cielo el asistente de su benefactor le explicó todo sin que él lo pidiera.
» La historia es que eres hijo de una desconocida hija de mi señor —informó el de cabello cano y los ojos del joven castaño se abrieron enormes—. Algunos no te creerán, otros sí, pero mantente firme en la historia, pues te será de mucha ayuda para establecerte.
—¿Alguien va a preguntarme por mis orígenes? —cuestionó el chico, más por temor que por curiosidad.
Que los que le rodearían se interesaran en tonterías era algo que debía considerar y tener siempre presente, pues su origen era algo que seguro utilizarían en su contra.
—No sé si alguien te preguntará —respondió Valerio—, pero todos van a indagarlo. Tu abuelo no sabía que era padre de tu madre, quien murió cuando naciste y por eso creciste en un orfanato; de tu padre biológico no sabemos nada, y de ti supimos hasta que alguien le mencionó a tu abuelo, el señor Rómulo, que le conoció una hija a una expareja de él, eso nos dio curiosidad, investigamos y te encontramos.
—Todo eso no es cierto, ¿o sí? —cuestionó el joven de ojos marrones titubeando, pues el hombre que hablaba con él lo hacía con tal seriedad que le quería creer lo que él decía.
—Lo es desde que inventamos tu historia personal —explicó el hombre y sonrió cuando Caleb lo hizo también, aunque eso fue después de relajar el rostro, que se contrajo totalmente cuando ese hombre mayor comenzó a hablar—. Apégate a la historia y, si se puede, por ahora no hagas amigos, pero tampoco enemigos.
Caleb asintió y, un par de cuadras antes de llegar al campus, el hombre le pidió al joven que le permitiera bajar del auto, así que se orilló para verlo bajar de su coche, sonreírle y desearle mucho éxito y, finalmente, caminar hasta el auto que les había seguido todo el camino para, seguramente, ser llevado de vuelta a la mansión Paramo Montes.
El universitario respiró profundo, contuvo el aire por algunos segundos y exhaló lento, sintiendo cómo sus hombros bajaban un poco. Ni siquiera se había notado tan nervioso, pero al percatarse de ello todo se sintió un poco feo, incluso le tembló el parpado de uno de sus ojos.
El chico se obligó a respirar profundo un par de veces más, entonces volvió a arrancar el auto y condujo algunas cuadras hasta una pequeña fila de autos lujosísimos que, al parecer, debían checar su entrada con el guardia del lugar.
—Nombre —dijo un hombre alto, maduro y corpulento que ni siquiera le miraba.
—Caleb Cipriano Paramo —informó el cuestionado tras garraspar, pues su nerviosismo le había dejado sin voz, y el tipo detrás de la ventana alzó la mirada como si se hubiera llevado una inmensa sorpresa.
—Joven Paramo —nombró el hombre, levantándose de su lugar—, por favor, siga, y me disculpo por esto, es simple protocolo y confío en que lo entienda.
—Claro —aseguró el castaño, sonriendo tal vez de nervios; aunque debía admitir que había sido graciosa la reacción de ese hombre—, pero soy Cipriano Paramo, espero que no lo olvide.
El guardia asintió con el rostro contraído por la duda. ¿Cipriano sería un apellido tan respetable que lo anteponía al del señor Rómulo Paramo Montes? Eso sería admirable.
Sin embargo, la razón de señalarlo, no era para nada parecida a lo que ese hombre imaginaba, simplemente era que Caleb temía meter la pata si no lograba reaccionar con naturalidad cuando le comenzaran a llamar por un apellido por el que jamás le habían llamado, porque no era de él.
El chico entró y se estacionó justo al lado del chico que había entrado delante de él.
—Bien, ni amigos ni enemigos —dijo para sí mismo tras respirar profundo de nuevo, recordando la petición disfrazada de sugerencia que le había hecho el asistente de su ahora abuelo.
Entonces bajó del auto y miró el edificio escolar, terminando en sonreír por descubrirse pensando que, más que escuela, eso parecía un hotel de cinco estrellas.