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Alfas Enfrentados

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Blurb

En un mundo donde los clanes de hombres lobo han mantenido una frágil paz durante siglos, Kael, el líder del poderoso Clan de la Luna Roja, se enfrenta a una amenaza inesperada: Elara, la futura alfa del Clan de la Sombra, su más antigua enemiga. Ambos clanes han competido por el dominio de los territorios y sus habitantes, y una tregua parece imposible.

Elara ha crecido escuchando historias sobre la crueldad de Kael y las injusticias que su clan ha infligido a los suyos. Kael, por su parte, ve en Elara una amenaza al legado de su familia y al equilibrio de poder. Sin embargo, una profecía antigua les obliga a unir fuerzas cuando una amenaza más oscura se alza, poniendo en peligro a todas las manadas de la región.

Para evitar una guerra devastadora y proteger a sus clanes, ambos aceptan un matrimonio de conveniencia. Obligados a convivir como pareja, Kael y Elara descubren que, detrás del odio y la rivalidad, existe una pasión intensa que ni siquiera ellos pueden negar.

¿Podrá triunfar el amor sobre el odio?

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Eres mi heredero
El sol se hundía lentamente tras las montañas, bañando los vastos territorios del Clan de la Luna Roja en una luz dorada y rojiza. Las sombras de los altos pinos se alargaban, proyectando figuras fantasmales sobre la tierra. El viento fresco que recorría los valles traía consigo el aroma a tierra húmeda y pino, mezclado con algo más oscuro y profundo: el rastro de la sangre derramada en la última batalla. Kael se encontraba de pie en el borde del acantilado que dominaba las tierras de su clan. Desde esa altura, podía ver el extenso bosque que se extendía hasta el horizonte. Este territorio era más que simple tierra; era un refugio para su gente, su legado y su responsabilidad. Sin embargo, en ese momento, lo que pesaba sobre sus hombros no era la carga de liderar un clan, sino la proximidad de la muerte de su padre, el actual Alfa, y el peso de una promesa que él no sabía si podría cumplir. Kael era un hombre imponente, tanto en estatura como en presencia. Superaba los dos metros de altura, con una musculatura que delataba años de entrenamiento y batallas. Su cuerpo estaba cubierto de cicatrices, pero la más llamativa era una que cruzaba su mejilla izquierda, un recordatorio de una feroz batalla de años atrás. Tenía el cabello n***o como la noche, largo hasta los hombros, y sus ojos eran de un profundo gris plateado, un rasgo distintivo de los Alfa del Clan de la Luna Roja. A través de sus ojos, se reflejaba el instinto de un depredador, siempre alerta, siempre calculador. Sin embargo, en ese momento, esos ojos estaban nublados por la preocupación. Bajó la mirada hacia sus manos, grandes y fuertes, que habían empuñado innumerables armas y desgarrado la carne de sus enemigos en sus transformaciones. ¿Cómo esas mismas manos serían capaces de cumplir con lo que su padre le pediría? El viento rugió, sacudiendo los árboles cercanos, como si los elementos mismos presintieran el dolor que invadía su corazón. Kael exhaló y se volvió hacia la cueva principal de la fortaleza del clan, una vasta estructura de piedra y madera enclavada en la montaña. Allí, en el lecho de muerte, yacía su padre, el gran Alfa Valen, una leyenda entre los hombres lobo. Valen había gobernado durante décadas, liderando a su clan con una mano de hierro y un instinto salvaje que lo había mantenido en el poder mucho más tiempo de lo que cualquier otro líder habría sobrevivido. Sin embargo, esos días de gloria habían llegado a su fin. Valen estaba gravemente herido, y la muerte rondaba la cueva como una sombra que no se podía ignorar. Las heridas que lo mataban no eran fruto de la vejez, sino de un enfrentamiento feroz con Elara, la futura líder del Clan de la Sombra. Esa batalla había dejado marcas imborrables, no solo en el cuerpo de Valen, sino también en el corazón de su hijo. Kael se adentró en la cueva, donde el aire era denso y cargado de incienso y hierbas medicinales. Las antorchas iluminaban las paredes de piedra, proyectando sombras danzantes en el rostro del anciano lobo que yacía en el centro. La piel curtida de Valen, una vez bronceada y fuerte, ahora se veía pálida y envejecida. Su pecho subía y bajaba con esfuerzo, mientras un susurro constante escapaba de sus labios agrietados. Kael se arrodilló junto al lecho de su padre, observando el deterioro de aquel que había sido su héroe. La grandeza de Valen había inspirado respeto y miedo en igual medida, y había enseñado a Kael todo lo que sabía sobre la guerra, la estrategia y el liderazgo. Pero en ese momento, lo único que Kael podía sentir era una impotencia abrumadora. Valen abrió los ojos, esos ojos grises idénticos a los de Kael, pero los suyos estaban apagados, como si ya miraran más allá de este mundo. Con un gruñido bajo, intentó enderezarse, pero Kael colocó una mano firme sobre su hombro, impidiéndole moverse. —Padre, descansa —susurró Kael, su voz baja y cargada de emoción. Valen tosió, su respiración era irregular, y Kael sintió un nudo formarse en su garganta. Aun así, el anciano no parecía dispuesto a marcharse en silencio. —Kael... —gruñó Valen, su voz áspera, llena de dolor—. El tiempo... se acaba. Kael apretó la mandíbula. Sabía que este momento llegaría, pero no estaba preparado para ello. Nunca lo estaría. —El clan... es tuyo ahora —continuó Valen, con palabras entrecortadas—. Yo ya no... puedo protegerlo. Kael sintió un torrente de emociones fluir por su interior: orgullo, temor, y una furia contenida que llevaba años acumulando. Valen había sido un guerrero temido, y ahora le pasaba la antorcha a su hijo. Pero ese legado no venía solo con el liderazgo del clan, sino con una tarea aún más sombría. —Debes... hacer honor a nuestro nombre —dijo Valen, sus ojos encendidos momentáneamente por la intensidad de su deseo—. Tienes que... acabar con ella. Kael sabía a quién se refería. Elara. La mujer que había marcado el final de la era de su padre con sus colmillos. Ella era la responsable de las heridas que ahora drenaban la vida del gran Alfa Valen. Y no solo eso, había sido una constante espina en el costado del Clan de la Luna Roja durante años, liderando incursiones, robando territorios, y desafiando el dominio de su familia. Pero también había algo más en esa mujer que Kael no podía ignorar, algo que lo inquietaba profundamente. Había visto la fuerza en sus ojos, la ferocidad en su espíritu, y aunque la odiaba con todo su ser, no podía negar que ella representaba un desafío diferente, uno que lo hacía dudar de sí mismo. —Elara... —susurró Kael, como si al pronunciar su nombre invocara su presencia—. Ella también lucha por su clan, padre. Valen lo miró con furia, un destello de la energía que una vez lo definió. —¿Vas a defenderla ahora? —gruñó, su voz quebrada pero llena de veneno—. ¡Ella es la razón de mi muerte, la razón de que nuestro clan esté en peligro! No puedes mostrarle piedad, Kael. ¡No debes! Kael bajó la mirada. Sabía que no podía argumentar en contra de eso. Elara había sido el enemigo durante tanto tiempo que era imposible imaginar un futuro en el que ella y su clan coexistieran pacíficamente con los Luna Roja. Y ahora, su padre le estaba exigiendo venganza. No solo por el honor de su familia, sino por la supervivencia de su gente. —Mátala —dijo Valen, con un esfuerzo final, levantando la mano y agarrando el brazo de Kael con sorprendente fuerza—. Debes terminar lo que yo no pude. Prométeme... prométeme que lo harás. Kael sintió que el nudo en su garganta crecía, pero asintió lentamente. No había otra opción. No con su padre a punto de morir, y el destino de su clan en juego. —Lo haré, padre —dijo Kael, con una voz que apenas reconoció como suya—. Te lo prometo. Los ojos de Valen se suavizaron momentáneamente, como si el peso de esa promesa le hubiera concedido algo de paz. Con una última exhalación, sus dedos se aflojaron, y su cuerpo se hundió en el lecho. El gran Alfa Valen, líder indomable del Clan de la Luna Roja, estaba muerto. Kael se quedó arrodillado junto a su padre durante largos minutos, sin moverse. Sabía que los otros miembros del clan, los ancianos y los guerreros, pronto vendrían a reclamar el cuerpo, a realizar los rituales de despedida y a proclamarlo como el nuevo Alfa. Pero por ahora, solo había silencio. Silencio y la creciente oscuridad que envolvía su corazón. El rostro de Elara apareció en su mente, con sus ojos de un intenso color ámbar que brillaban como brasas. La mujer que había llevado a su padre a la muerte, la enemiga de su clan, y ahora... su destino. El viento volvió a rugir a través de la entrada de la cueva, como un eco distante del grito de guerra que Kael sabía que debía lanzar pronto. El tiempo para la tregua había terminado. Kael tomó gentilmente la mano de su padre, y extrajo el sello de oro con el emblema del clan. Ese sello era el que lucía el Alfa de su manada, y ese sello, era ahora suyo.

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