Las condiciones de mi abuelo

1126 Words
Uno de los sirvientes se acercó a mí mientras aún estaba en el jardín y me pidió que me dirigiera al despacho de mi abuelo. Sentí un nudo en el estómago mientras caminaba por los pasillos, cada paso resonando en el silencio opresivo de la mansión. Llegué a la puerta del despacho y, después de un profundo suspiro, llamé suavemente antes de entrar. Mi abuelo estaba sentado detrás de un imponente escritorio, vestido con un traje impecable. Me miraba con desdén, sus ojos azules, similares a los de mi padre, me atravesaban con frialdad. Su cabello canoso, le daba un aire de severidad y autoridad indiscutible. Sin embargo, mi azul era más intenso, una característica que me hacía destacar entre mis hermanos, quienes se parecían más a la familia de mi madre. —Siéntate —ordenó sin ningún saludo ni preámbulo. Obedecí, sintiéndome pequeña en la silla frente a él. Tomé aire y reuní el valor para hablar. —¿Por qué estoy aquí, Señor Aragón? —pregunté, tratando de mantener mi voz firme—. Si ya tienes a Alicia, no entiendo qué hago yo en este lugar. Mi abuelo dejó escapar un suspiro, como si la conversación le resultara una carga. —Alicia no es mi nieta biológica —dijo con desdén—. Mi nieta biológica eres tú. Pero no te hagas ilusiones. Soy consciente de que eres una arribista, igual que tu madre. Su insulto me golpeó como una bofetada. Sentí la ira subir por mi cuerpo, pero me obligué a mantener la compostura. —A mi madre no la insulta, señor —respondí con dignidad, mirándolo directamente a los ojos. Él levantó una ceja, sorprendido por mi respuesta, pero no mostró ningún signo de arrepentimiento. —Tu madre no era más que una oportunista, y me temo que tú no eres diferente. —Su tono era frío y calculador—. Estás aquí porque, te guste o no, eres parte de esta familia. Y aunque no me agrade, es mi deber reconocerte como tal. Pero no te equivoques, no recibirás ningún trato especial de mi parte. Si quieres algo, tendrás que ganártelo. Sus palabras eran duras, pero revelaban una verdad que no había considerado. A pesar de su hostilidad, me estaba dando una oportunidad, aunque fuera bajo sus condiciones estrictas y crueles. Era la única oportunidad que tenía de tener mi carrera y además de pagar la deuda ayudar a mis hermanos y mis padres. Si yo no hacia nada ellos no tendrían un buen futuro. Siempre me esforce en tener buenas calificaciones por ellos. —No estoy aquí para aprovecharme de nada —dije con firmeza—. Solo quiero pagar mi deuda y estudiar.. Mi abuelo se recostó en su silla, evaluándome con sus ojos fríos. —Veremos cuánto tiempo mantienes esa actitud. Mi abuelo me observaba con una mezcla de frialdad y cálculo. Luego de un largo silencio, finalmente habló. —Iniciarás la universidad dentro de dos meses. Ya he movido mis influencias para que entres en la mejor universidad de la región. Estudiarás arquitectura, como lo deseas. La sorpresa y el alivio me invadieron. Estudiar arquitectura había sido mi sueño, algo que siempre anhelé pero nunca pensé que podría lograr. —Muchas gracias, abuelo —dije, sinceramente agradecida. Él levantó una mano para detenerme, su expresión aún dura. —No lo agradezcas, Aisa. La deuda que tienes conmigo solo aumentará. Me pagarás cada centavo que invierta en tu educación y cada bocado que pruebes en mi casa. —Su tono se volvió aún más severo—. Comenzarás a trabajar en la empresa y, por supuesto, no tendrás un sueldo. Las palabras me golpearon como una ola de agua fría. Sabía que aceptar su ayuda tendría un precio, pero no había imaginado que sería tan alto. Respiré hondo y asentí, decidida a aceptar sus condiciones. —Está bien, lo acepto —respondí, mirándolo directamente a los ojos—. Pero quiero que todo me lo cobre a mí, nada a mis padres. Mi abuelo arqueó una ceja, sorprendido por mi respuesta. Hubo un breve momento de silencio antes de que asintiera lentamente. —Muy bien, Aisa. Que así sea. No esperes un trato especial. Te trataré como a cualquier empleado más, y no habrá favoritismos. —Lo entiendo —dije, levantándome de la silla—. Haré todo lo que sea necesario. Me dirigí hacia la puerta, sintiendo la pesada carga de las expectativas y las deudas sobre mis hombros. Sabía que el camino que tenía por delante sería difícil, pero estaba decidida a demostrar mi valía y pagar cada centavo de lo que mi abuelo invirtiera en mí. Aunque sus condiciones eran duras, también veía en ellas una oportunidad para crecer y mostrarle que no era la arribista que él creía. Esa noche tuve mucha fiebre. Me sentía atrapada en una nube de calor y malestar, y por primera vez en mucho tiempo, realmente extrañé a mi mamá. No estaba acostumbrada a estar sin ella y sus cuidados, especialmente en momentos así. Pero ahora estaba sola en el mundo, y esa soledad se hacía más palpable con cada escalofrío que recorría mi cuerpo. La fiebre me hizo alucinar. Las imágenes de Alfredo se mezclaban con recuerdos confusos y distorsionados. Sentí nuevamente el dolor de su traición, y cada pensamiento parecía un golpe más a mi ya frágil estado emocional. Fue la peor noche de mi vida, llena de sueños febriles y lágrimas silenciosas. Cuando finalmente amaneció, me sentía agotada y débil, pero algo había cambiado. Al abrir los ojos, vi a mi tía Marisela sentada a mi lado, su rostro lleno de preocupación y ternura. —Buenos días, querida —dijo suavemente, sonriendo al ver que despertaba—. ¿Cómo te sientes? —Un poco mejor, gracias —respondí con voz ronca. —Me alegra escucharlo. Te traje un desayuno, espero que te guste —dijo, señalando una bandeja con tostadas, fruta fresca y un vaso de jugo. Me senté lentamente, sintiendo que la fiebre había disminuido un poco. Marisela me ayudó a acomodar las almohadas detrás de mi espalda y me ofreció una taza de té caliente. —Gracias, tía Marisela. No sabes cuánto aprecio esto —dije, con lágrimas de gratitud llenando mis ojos. Ella acarició mi cabello con ternura. —No tienes que agradecerme, Aisa. Somos familia, y estoy aquí para ti. Siempre lo estaré. Comí despacio, saboreando cada bocado del delicioso desayuno que ella había preparado. Su presencia y sus cuidados me dieron un sentido renovado de esperanza y fuerza. Aunque estaba lejos de mi mamá y enfrentaba muchos desafíos, no estaba completamente sola. Tenía a mi tía Marisela, y eso significaba mucho más de lo que podía expresar con palabras.
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