1. El Multimillonario lujurioso.
1. El Multimillonario lujurioso.
En la recámara del penhouse, los jadeos van en aumento, dos copas de vino a medias quedaron sobre la mesa, un rastro de ropas femeninas hacen un camino hacia la cama. Ahí él toma las delicadas manos de ella y se las lleva hacia la cabeza, sujetándola con suficiente fuerza sobre la almohada, intensificando sus deseos más bajos. Con la otra mano, comienza a ahondando entre sus piernas hasta llegar a ese punto en la que la hace retorcerse… La siente húmeda, caliente. Sus dedos juguetean con su clítoris buscando el ritmo preciso que la haga jadear de placer.
—¿Cómo dices que te llamas?
—Candy —susurra ella sintiéndose afortunada por estar con un tipo tan sensual que parece un actor de cine. Todo musculoso, todo un potro bravío.
—Ok, Candy… ahora pídeme que te lo haga —dice con su voz profunda, de excitación. Sus ojos llenos de pasión admiran la perfección del cuerpo de la mujer, y va examinando a detalle, cada lunar de su piel bronceada.
—¡Ah!, ¡ahhh! —suelta la mujer sin poderse contenerse, tiene los ojos vidriosos, deseosos.
—Hazlo —repite él, sonando mucho más lascivo.
—Quiero—ella balbucea mientras va retorciéndose de excitación descontrolada—. Quiero que, quiero que… Me folles.
Él sonríe con malicia, con ardor, mientras va acomodándose, dejando ver su enorme e imponente órgano viril erecto. Ella lo admira sin pestañear.
—Es tan, tan grande…
Él le abre las piernas, está preparada para él. Está lista para sentirlo adentro. Pero él se toma su tiempo, en parte por sádico, en parte para disfrutar del momento, quiere verla deseosa, apurada al punto de la súplica.
—¿Lo quieres? —le pregunta mientras va sobándose el orgullo.
—Sí. Sí. Sí.
—Pues abre la boca.
Ella obedece. La abre bien grande y él se la mete. Entra y sale, entra y sale, y cada vez que eso pasa, ella va lamiendo de su jugo agridulce que va tragando a medida de que sale. Ante la estimulación el pene se le pone duro como una piedra. Repentinamente él le da la vuelta, y se acomoda sobre ella. Con extrema agilidad, con una mano se coloca el condón. No va a correr riesgos.
—Espera… ¿qué dice ahí? —dice él, al ver que ella tiene algo escrito en las caderas. No le da mayor importancia, su pene está rosando el rosado clítoris palpitante, va entrando como una bala en el cuerpo, perforándola de placer, haciéndose espacio dentro, ella deja escapar de su garganta la expresión máxima de su gozo. Y él va incrementando el ritmo, más y más…
Entra y sale, entra y sale desbordando los jugos de ella.
Hasta que ambos cuerpos, tras amarse y adorarse terminan fulminados y caen en un casi sueño pesado.
Antes de cerrar los ojos él sabe lo que tiene que hacer a continuación.
—En la mesa hay unos billetes. Anda, tómalos y pídete un taxi. Es hora de que vuelvas a casa —le dice él dando por finalizada el encuentro. Ella no esperaba escuchar aquellas palabras, pero se incorpora de todas formas, algo confundida y ofendida, y reuniendo sus cosas se va vistiendo.
—Creí que teníamos una conexión… —le dice con un tono contrariado. Se coloca la falda y el corpiño.
Él suelta un suspiro pesado.
—Pues no.
Ella está al borde del llanto.
—Empezaba a creer que yo te…
Y antes de que le suelte toda una sarta de reproches, él decide interrumpir:
—Te deseo, pero no me malinterpretes —le guiña un ojo para suavizar el momento—. Deseo tu cuerpo. No tu corazón —suelta aquella frase que ha repetido como un mantra toda la vida, unos segundos más tarde la ve marcharse. Al verse al fin a solas y en privado, cierra los ojos para descansar las horas que sean necesarias, porque sabe que en cuanto despierte, el apetito voraz, le instará a ir en busca de otro cuerpo al que amar y poseer.