Mamá— pese a lo agotada que estaba— no se lograba dormir. Hablaba y hablaba sin parar, yo a veces le respondía otras me desconectaba unos segundos cayendo en ese letargo de quedar dormido y volver en sí.
— ¡Nunito!— dijo en una de esas. Yo solo le conteste como cuando un becerro busca la vaca para mamar— ¿te acuerdas, la señora que traía pasteles, pregonándolos muy cómico por la calle? ¿Te acuerdas?
—No mama’… no recuerdo— le dije mientras bostezaba —
— Si niño, debes acordarte. Una vez comenzó a vender pasteles con un sobrino que alardeaba de ser tremendo barbero, eso fue un domingo. Yo aproveche que estabas peludo y le dije que te pelara—Así irías lindo al otro día para el colegio— Pero cuando te viste en el espejo… ¡Ay Dios!
—Si claro, ya recuerdo. ¿Cómo no acordarme mama’?— dije mientras mi progenitora se reía bajito— estuve llorando una semana. Y para entrar al colegio ese lunes, me puse como un gato cuando lo van a meter en una jaula. Es más la maestra dijo que ella nunca había tenido un alumno veterano en la guerra de las mordidas de vacas.
Mama´ no aguantaba y me daba besos en cada intervalo de risa que tenía. —Acariciaba y apartaba el cabello de mi frente—. Me vencía poco a poco el sueño y más con la ayuda de esas manos cariñosas de mamá. Pero no podía dejar de disfrutar encuentros así con ella y aguantaba lo más que podía para permanecer consiente. Por suerte hoy no le tocaba a esta zona un apagón de doce horas, sino no estuviésemos en el cuarto con el ventilador y si encima del techo como gatos viejos.
—A esa señora la vi los otros días, paso por allá por el trabajo— Siguió contando —suplicando un puñado de caramelitos, o de azúcar.
Mamá, trabajaba en una fábrica de caramelos estatal—como todo en Cuba—. Allí traían unas masas dulces y de esa materia prima fabricaban como una especie de pastillas en forma de corazones con distintos colores y sabores .Ella junto a otras, se encargaban de empacar en unos nylon transparentes con el nombre de la empresa. Cada paquetico traía doce pastillitas, y mucha gente se morían por comer un solo caramelito de esos, pero este producto el pueblo no lo veía, ya que eran elaborados para la venta en área dólar, divisa que el 95 % de la ciudadanía no portaba. Con las crisis que se vivía, la fábrica solo manufacturaba un cuarto de lo que producía anteriormente. Incluso mamá, a cada rato llegaba asustada porque se hablaba de reducir personal.
Personas, como esta que cuenta ella, iban hasta esta industria a mendigar algo dulce que llevarse a la boca, pero la mayoría salía con las manos vacías, debido al estricto control con los trabajadores. Mamá traía, pero solo algún que otro paquetico que se podía meter en el sostén, y aquí en la casa lo guardábamos bien en una cartera vieja que escondía ella en mi cuarto, debido a que si papá lo veía, sería el primero en ir hasta el centro laboral a denunciarla.
—Si vieras lo flaca canosa y destruida que esta esa señora—continuo— sentí mucha pena por ella. Por cierto Venancio, el administrador, la saco de allí como a una perra, no la dejo ni siquiera hablar… ¡Pobre mujer…!
—Ya tú ves mama…las cosas de este gobierno en esta isla. Esta señora tiene un nieto que estudio conmigo en la secundaria, y estaba en la misma brigada que yo en la última escuela al campo a la que fuimos. ¿Lo recuerdas? Después me entere que lo recluyeron en un centro de reeducación de menores, o algo así.
— ¡Claro Nuno! Si lo agarraron robando junto a otros más, en un almacenamiento de comida avícola. Me imagino es uno de los motivos por lo que esta señora anda así. Dicen que ella fue la que lo crio, vivía para él.
—Este país está acabando con todo el mundo, principalmente a nosotros los jóvenes. No justifico el robo, pero la mayoría son por necesidad, y apresan a todo el mundo por tan miserables cosas. Si gritas en contra del gobierno, si te robas un pan, si caminas de medio lado, por todo. Se preocupan en castigarlo todo. Pero lo horrible que vivimos ¿Quién carajos lo castiga? Mírame a mí mismo. No tengo zapatos, ni ropas que ponerme para salir con Daniela. Hoy cuando nos bajamos de la guagua, pise un charco y el agua putrefacta que había, sentí que me llego hasta el calcañal. ¿Te das cuenta? . —Mama´ solo escuchaba y no decía nada. Me imagino que debe ser duro para una madre escuchar las quejas de su hijo sobre sus carencias básicas y sin poder ayudarlo—
—Ojala y suceda lo que escucha por Radio Martí el señor Gonzalo. Que pasen de una vez y por todas. — elle me tapo la boca con su mano. Esperaba esta reacción de ella tarde o temprano, debido al temor de que por alguna casualidad de la vida— aun sabiendo de su ausencia—mi papá me escuchara decir tales cosas.
— ¡Dios mío! allá en la fábrica se habla de esto principalmente en los baños, por Dios hijo mío, delante de tu papa ni siquiera se te ocurra pensar en eso. Estos locos, no dudo ya tengan hasta detectores de mente—me hizo reír mama con esto último—
— ¡Tranquila mi viejita!— le dije besándole las manos— cuando me has visto discutir con él de nada de esto. No lo hago ni lo hare. Sé cuánto te estresa esto de que el me trate como el tiburón a la sardina, y a mí me pone mal verte triste. Así que tranquila, además mamá, ya a papá no hay Dios que le haga entender y mucho menos cambiar.
— ¡Yo lo se mi niño!, yo lo sé. — Me comía a besos las manos— Mira, no te preocupes Nunito. Tu mamá va a tratar de llevarse unos paqueticos de caramelos y algún que otro cartucho de azúcar, y los voy a vender para comprarte tus zapatos. Pero tienes que darme un chance mi amor, la fábrica está difícil. Han puesto nuevos vigilantes que son militares en retiro ¡Y están! , que no creen en nadie. Han agarrado ya a varios llevándose unos paqueticos de caramelos, los hacen firmar la renuncia y luego los acusan que hasta juicio y todo de por medio.
— ¡Mamá, tú ten cuidado!
—Yo se mi vida, pero tranquilo. Vas a tener tus zapatos nuevos para que recorras toda la Habana con Dani. Oye por cierto, hace rato que no la veo, al igual que a Marta su mamá. Deja ver si un domingo de estos cuando termine temprano aquí en la casa, me doy una escapadita por allá.
—Ellas siempre me preguntan por ti. Es más, Daniela quiere que la traiga por aquí para verte. Siempre le pongo un pero. —Ya sabes cómo es papá y sus cosas— y como sabe que en esa familia no soportan al gobierno, les tiene atravesado. Si la traigo y él está aquí, nos haría esos minutos imposibles.
—¡Sí, haces bien en no traerla!. Además acuérdate que él tiene en la mente que don Gonzalo fue el que le dio cuerda a Daniela para que te quitara la idea de irte a los Camilitos.
— ¡Qué tontería! Si cuando aquello Gonzalo no me dio ni siquiera un consejo. Pero estos comunistas uno de los ingredientes que tienen que tener en su sopa, es la paranoia. ¡Mira mamá! ojala papá tuviese una pizca de la personalidad bondadosa del señor Gonzalo. Al menos con esa minuciosidad, tendría el amor de darle un beso en la frente a su hijo.
Sentí que ella se llenó de sentimientos con esto que dije, y me abrazo aún más fuerte. Estoy seguro de que dejó escapar alguna lágrima encarando al techo oscuro. Exonero un suspiro profundo.
—Yo tengo muchas esperanzas, de que algún día él te pida perdón…no sé si la vida se lo haga hacer, o Dios, quizás. Que le dé el hedor de esa charca de mierda en la que está metido. O simplemente la edad le comience a pasar factura, y no tenga más remedio que recurrir a su único hijo. ¡Te vas acordar de mí! ese día va a llegar.
Mamá decía todo con un fervor muy animado. Era una mezcla entre tristeza y entusiasmo. Cosa que —con todo el respeto del mundo— no transmitían ningún efecto en mí con respecto a un cambio de sentimiento en papá .Jamás creería tan fantasioso pensamiento.
Estuvo hablando de este tema mucho más tiempo, pero yo no me entere ya que el sueño me dio un one-two directo al mentón, y caí redondo, no supe de más nada. Estaba muy cansado, todo el peso del día me pasaba factura llevándome a dormir como un lirón. La combinación de salitre con las caricias del sol, me hacían sentir como un bacalao noruego. Aun bañándome dos y tres veces con agua dulce, sentía siempre la piel como si acabara de salir de la playa. Independientemente de esto, el ruido del ventilador indicaba que había que dormir, y estaba tan acostumbrado a el que hasta me relajaba. Esos ventiladores, eran hechos con los motores de la parte del secador en las lavadoras rusas que llegaron por los ochenta a cuba.
A la mayoría, el secador se les dañaba más no el motor de estas. Había técnicos, o gente que se las daba de técnicos para ganar un dinero. Se les pagaba y ellos acomodaban una paleta casera de aluminio en ese motor, —que era mucho más potente que el de un motor de ventilador normal por supuesto —. Había muchos accidentes sobre todo con niños cuando comenzó la fabricación domestica de estos. Comenzaron a crearle unas rejillas para cuidar más los dedos de cada quien. Aunque no giraba, si refrescaba muchísimo el lugar, y todo estaba bien menos el ruido, eso jamás nadie se lo pudo quitar, —más el cubano como se adapta al entorno como la iguana—, pues nos adaptamos muy bien a su ruido y hasta les repito, nos relaja, porque el cerebro vincula la estridencia al sueño. Gracias a que la revolución mantenía ocupado a mi padre, podía disfrutar de este potente ventilador, el de mi cuarto era pequeñito y plástico que en vez de dar aire daba lastima, la ventaja de mi cuarto era la ventana que invitaba a pasar a cuanta brisa se presentaba.
Esta noche, mientras navegaba en un mar abstracto dentro en mi sueño. Sentí un ruido poco común, que podría confundir con efectos de la misma modorra que tenía. Pero ya se hacía tan constante y molesto que fui tratando de incorporarme poco a poco, en un combate entre lo soñoliento y la curiosidad por ver que era esa especie de ronquidos con sonidos burbujeantes. Aun turulato luche por levantarme poco a poco, —tropezando llegue hasta la pared y por ende al interruptor de la luz que tantee unas tres veces —. Al prenderla comencé poco a poco adaptar mis pupilas a esa incandescencia, pero lo que vi, anulo y despedazo toda mi tranquilidad y sueño.
El corazón comenzó a latir como si tuviese un mortero en el pecho. Al mismo tiempo se me helo el alma y las piernas comenzaron a temblar sin control. Incipientes espasmos torturaban inefables toda mi estructura, estos me hicieron perder el equilibrio, cuando vi a mamá convulsionando en la cama con toda la boca y lengua forrada de espuma. El cuerpo entero torcido, las manos como las de canguro, engarrotadas y los músculos tensos como cuerdas de guitarra.
Sentí lágrimas tronantes saliendo de mis ojos, mientras corría a socorrer a tan santa mujer.— Que de auxiliar no mucho se puede hacer en ese momento sino en evitar se haga algún que otro daño mayor, no más—. Pero el miedo a que no salga de tan desagradable momento es el que me invadía el espíritu. Le acomode la lengua para que no se la cortara con los dientes, haciéndole espacio con el extremo de una funda de la almohada que enrolle y puse a un lado de la boca, con lo que sobraba le secaba la espuma que salía. Era increíble la presión que ejercía las mandíbulas, y más aun lo que se transformaba ese cuerpo tan lindo y santo de mamá. Así, era un monstruo, al cual no quería mirar, menos los ojos, que parecían idos de este mundo. Le besaba su cabeza y acomodaba su cabello. Nunca sentí tanto deseo porque mi padre estuviese aquí, ayudándome, diciéndome que todo saldría bien, que ya eso pasaría.
Si tanto sudaba mi mamá, más lo hacía yo, aun con el inventado ventilador puesto. Comenzó a hacer un gemido que aumento más mi angustia, y me percate que la espuma no cesaba sino todo lo contrario, aumentaba. Se me ocurrió inclinarla más, metiéndome por su espalda —agarrándole su cervical siempre —abrí mis piernas y semi sentado la incline en mi pecho como pude con la cara de medio lado. Su espuma corría por mi mano pero no la abandonaría jamás. Le comencé hablar en el oído, a decirle cuanto le amaba y que saldría de eso. — No dejaba de llorar y al mismo tiempo acariciarla— llevaba diez minutos ya, los diez minutos más largos de la vida.
Entre la angustia y la espera, vi el frasco de fenobarbital encima de la mesita de noche, estando a mi alcance estire la mano y la agarre percatándome que estaba totalmente vacío,— ósea que mi mamá sabrá Dios cuanto tiempo llevaba sin tomarse su pastilla por la falta de medicamento—. Sentí tristeza y una ira que me mataba al mismo tiempo. Por dentro gritaba, ¡Dios…Dios…Dios! Y a él me aferraba, porque este ataque estaba durando más de lo que sentía que debía durar. Lloraba pero saque el valor necesario para enfrentar el problema. Y comencé a cantarle con mi voz quebrada en llanto. Cante un tema de la misa que tanto me gusta, el pescador de hombres:
Señor, me has mirado a las ojos
sonriendo, has dicho mi nombre.
En la arena, he dejado mi barca,
junto a ti, buscare otro mar…
Ya a los quince minutos de sucedido todo, sentí que el cuerpo comenzó a estar menos tenso, y el burbujeo de sus labios dejaba de salir. Ese ruido que transmitía como una especie de gemido, no lo hizo más. Comencé a verificar la respiración, y ella en un reflejo se llevó las manos a la boca regándose la espuma que aún le quedaba. No había dudas que estaba saliendo de ese maldito ataque. Sentí cierto alivio y comencé hablarle, diciéndole quien era yo, que todo estaría bien, que como se sentía. Ella trato de buscar mi voz y cerró los ojos apretándolos fuertes, luego comenzó abrirlos lentamente, como buscando un impulso que la llevara a salir de ese martirio. Me miro, pero fue inexpresiva, no lloro, no sonrió, ni siquiera se quejó. Comenzaba el proceso de recuperarse lentamente. Le fui acomodando en la almohada y Salí directo a la cocina, donde moje el extremo de una toalla y regrese para pasársela por la frente y la cara, además que con una revista que tenía en su mesa, ayude al ventilador a refrescarla.
Mamá volvió a mirarme, y estiro su mano para tocar mi rostro. No hice otra cosa que besarle sus dedos. Ella tragaba y tragaba, y pareciera le dolía cada vez que lo hacía. Abrió nuevamente los ojos y volvió a buscar mi voz. Quedó mirándome y pregunto muy bajito si le había dado el ataque.
— ¡Si mamá! si, pero no pienses en más nada. ¿Cómo te sientes? —con pereza batió la mano de un lado a otro, señal internacional del más o menos—Bueno, ahora a recuperarse de este mal momento. Te voy a calentar agua en la cocina para que te bañes y te colare un poquito de café para que lo tomes bien dulcito…
— ¡No quiero me veas así! —dijo con dificultad al hablar y comenzó a llorar, saliendo dos lagrimones de sus ojitos cansados—
— ¡No, no, no…! ¡Nada de llorar!, paso y paso— le dije con un nudo en la garganta que como hidra de mil cabezas, me ahogaba el habla — voy a la cocina a poner el agua y también hacerte el café. Quédese tranquila madre mía.
Cuando iba hacia la cocina, susurro que me quería, cariño que fue reciproco cuando me voltee y le lance un beso desde la puerta del cuarto. Le hice un café n***o algo fuerte y azucarado, mamá no era de tomar café, pero tenía en mi mente que debía tomarlo para estimularla y que el azúcar evitaría alguna recaída. Mis conocimientos sobre medicina eran tan profundos como los que tengo sobre pilotear un avión de la segunda guerra mundial.
Se lo bebió lentamente y le cayó muy bien, pero aún se encontraba bajo una somnolencia muy agresiva, incluso le hablaba a veces y veía como se iba durmiendo. Trataba de hablarle y cuando sentía que se dormía, le llamaba. Lleve una cubeta de agua tibia para el baño, ayudándola a levantarse de a poco para llevarla. El dolor que tenía en las piernas era insoportable, pero se esforzó, con su mano en mi hombro y agarrándola por la cintura, llegamos al baño. Me brinde para darle el bañito, pero mamá se negó y me hizo salir no sin antes ponerle a más altura la cubeta para no tener que agacharse para agarrar el agua.
Me hizo cerrarle la puerta más sin pasar el seguro, igual quede pegado a ella escuchando el sonido del agua y hablándole. Le hable de Daniela, hasta del padre Rafa, de las ganas que tenía que fuese conmigo a una de las misas para presentárselo. —Ella solo me decía sí o no, pero los dolores en los maxilares me imagino serían muy fuertes—. Le busque sus ropas íntimas, y una bata de casa .Con mucho cuidado la ayude a caminar hasta la cama. Mamá estaba destruida pidiéndome dormir, que necesitaba dormir. El miedo a que le repitiese me conquistaba toda mi mente, pero era verdad que debía dormir, sería como una especie de formateo a su cerebro.
Le acomode una almohada con nueva funda, le di un beso en la frente y le dije que ahí me quedaría cuidándola hasta que despertara mucho mejor. No duro ni cinco minutos y ya estaba dormida. Por supuesto ahí quede observando su ritmo al inhalar y exhalar, además de todo tipo de ronquidos o sonidos que pudiese hacer. Pero mis pestañas andaban muy pesadas, y el chorro de adrenalina más estrés, dejaban en mi un abonazar que a su vez me dejo totalmente rendido al lado de ella.
Acatando mi sueño, lo único que conseguí fue una de esas pesadillas absurdas, como diría un poeta…“Los ensueños querellantes”. Me encontraba en un velorio, donde todos lloraban desconsoladamente, se abrazaban uno al otro, incluso el administrador de la funeraria apenas tenía consuelo. Yo andaba sin emoción alguna caminando por el lugar, mirándolo todo. Cuando me di cuenta que detrás de las coronas de flores del fallecido, había alguien al que solo se le veían los ojos. — Comencé acercarme poco a poco—. Se escuchaba una risa absurda entre tanto llanto, apresurando el paso para ver quién era. Cuando me asomo, se trataba de un payaso enano vestido de amarillo y n***o con una peluca verde fluorescente y una nariz también negra. Tenía unos ojos muy malvados y la risa era mayor cuando noto que estaba mirándolo asustado. Saco un laúd y comenzó a cantar a toda voz: “TUM, TUM, TUM… MATARON A CUTU…TUM, TUM, TUM…ESO LO HICISTE TU…” Continúo con el estribillo todo el tiempo. Salí caminando apurado del lugar para la calle, pero en vano fue, el payaso enano seguía tras de mí y su risa y canción me invadía cual zumbido de mosquito en la oreja. Comencé a correr por toda la calle, pero seguía a mi lado corriendo más fuerte. —Nadie lo veía, nadie lo escuchaba, solo yo—. No deje de correr hasta divisar mi casa a una cuadra. Cerca de la entrada, y con el payaso a muy poca distancia mía. Los músculos y todo el cuerpo se comenzaron a poner pesado, a tal punto que apenas podía hacer movimientos precisos para entrar a la casa. Era una feroz lucha entre mi mente desesperada por huir y el cuerpo que estaba anclado sin poder moverse. El bufón reía sin parar ya en mi espalda, hasta que sentí un estruendo afortunado, como un terremoto, que me hizo despertar.
— ¡Mamá…mamá… corree! – Grite con lasitud inconsciente en ese proceso brusco de salir del sueño. —
— ¡Que mamá ni que ocho cuarto! — rezongo Renato Rodríguez, al cual distinguí a medida que mis ojos se adaptaban a estar abiertos. — ¡Dale! Salte de ahí que tengo que dormir ¡Coño…!
Decía esto mientras se quitaba la camisa y la tiraba en un rincón del cuarto. Luego le pego otra patada al colchón.
— ¿Y ella dónde está? — Pregunte mientras comencé a levantarme de la cama— ayer le dio el ataque y fuerte… ¿te lo conto?
—Si me lo conto—dijo de golpe y con tono pesado—y me alegra sucediera, menos mal que logras asumir alguna responsabilidad, una sola vez en tu puñetera vida…
Se sentó a la cama para quitarse los zapatos y las medias las cuales tuvieron el mismo destino que la camisa. Me daba tanta ignición el despotismo, el espurio con que trataba a uno, más aun en un momento en el que la salud de mamá estaba débil. Lo mire— que estoy seguro si llego a tener manos en las pupilas, ya lo hubiese tomado del cuello—preferí ir a mi habitación que quedarme escuchándolo.
—En cuanto llegue tu madre de buscar el pan, dile que me prepare un agua con azúcar y uno de esos panes, porque estoy trozado del hambre y ahí en el frio lo único que hay es unos frijoles viejos… —dijo casi gritando y lanzándose en la cama como cerdo en parrilla-
Fui para la habitación a vestirme, busque un viejo pomo plástico de mayonesa donde guardaba algún dinero que lograba reunir. Entre a punta de pie en la habitación de mis padres— allá estaba el patriarca con la boca semi abierta, dando ronquidos como si arrastraran una cocina por toda la calle— busque algunas recetas médicas que guardaba mi mamá en su gaveta. Las acumulaba porque en las postas médicas, —Lugares donde el gobierno había construido cada cierta cuadra, una casa en la que habitaba un galeno , llamándole así, médicos de familia debido a que él atendía a ciertas cantidades de grupos familiares que vivían alrededor de dicha posta médica—. Mamá era muy amiga de este médico que le tocaba la zona nuestra, y le daba las recetas para que buscara sus pastillas por ahí — Al no encontrarlas se le acumulaban estos récipes—. Tome dos y me las puse en el bolsillo del short junto con mi carnet de identidad y el dinero.
Agarre mi bicicleta y Salí, primero rumbo a la panadería a ver si me encontraba a mamá para ver cómo estaba, como se sentía. Antes de llegar al lugar se veía la tremenda cola que había para comprar los tres panes pequeños que nos daban por la libreta de abastecimiento. La busque entre tanta gente, hasta que una vecina que hablaba con ella, me ve le dice: “María Fernanda te busca tu hijo”. Ella volteo y con esa sonrisa pura y hermosa que siempre tiene, sentí como se puso feliz de verme. Enseguida salió de la fila y vino donde estaba en la bicicleta.
—Buenos días mi niño—nos dimos un lindo abrazo.
— ¿Cómo te sientes mamá? No debiste venir. Seguro te duelen los pies y no estas para estar en la calle… ¿Por qué no me despertaste?
—Ya se me va pasando todo mi amor. Mañana si iré a trabajar… y no te desperté porque dormías muy rico y no era justo…
—Allá esta aquel roncando, y que tiene hambre, que le prepares agua con azúcar y algo de comer… Dios me perdone, pero no lo soporto…
—Ya, ya— intercepto — ¿para dónde vas?
—Voy a buscar donde sea tus pastillas…
— ¡Nuno no pierdas tú tiempo! Mijo no la hay en toda Cuba.
—No importa mamá. Alguien las tiene que tener, tú no puedes seguir a riesgo de que te vuelva a dar ese maldito ataque, no, no y no…
—Bueno ten cuidado por ahí—dijo dándome un beso en la frente y pasando sus manos por mi pulóver, quitando alguna pelusa que no había— ¿por qué no vas con Daniela?
—Sí, tienes razón, voy a buscarla. Mamá, de aquí para la casa y descansa… —le di un beso en la frente y ella me dijo simpática: “Esta bien mi general”, y con la misma me fui pedaleando—
Llegue a casa de Daniela y estaba limpiando la escalera de la casa junto a Marta, su mamá. Daba escoba de un lado a otro, se veía hermosa sudada mojada y en short. Su mamá no puso objeción en dejarle ir, cuando me baje y después de darles un beso a las dos, le explique lo que había pasado en la madrugada. La señora Marta era una señora gordita pero de cuerpo formado, de cara muy bonita para su edad, achinada y cabello muy lacio. Poseía también un enérgico carácter y enseguida le dijo a Daniela que se cambiara y me acompañase. Ayude a doña Marta a voltear una cubeta de agua en la escalera y viéndola como daba escoba también de un lado a otro
No pasaron cinco minutos y ya Daniela estaba lista para irse conmigo. Se subió a la parrilla de la bicicleta y salimos rumbo a las farmacias que estaban por Plaza de la Revolución asi peinaríamos todas hasta llegar a la Habana Vieja. Antes pase por un lugar donde tenían un compresor y cobraban cuarenta centavos para llenar las ruedas de aire.
En las farmacias de Plaza— tres exactamente— no encontramos nada en lo absoluto, ni aspirina tenían. Las empleadas estaban haciendo el cuento de lo que sucedió en la novela anoche. De ahí, fui pedaleando por todo El Vedado y preguntando, pero nada. Inclusive Daniela pregunto en una farmacia de venta en dólares— no porque tuviésemos el dinero gringo para comprarlas — para al menos estar consciente de que ahí si existía, pero ni siquiera en estas había nada. Seguí moviéndome hasta la Habana vieja y allí entramos a cinco locales de fármacos, con la misma respuesta en todas.
Ya cuando Daniela comenzaba a quejarse de que le dolían las nalgas de estar sentada en la parrilla, y a mí las piernas de pedalear— Aparte del indómito sol e inexorable calor que noqueaba—. Nos fuimos hasta el Este, a un municipio llamado Cerro. Lugar muy céntrico pero que tenía fama por que sus mascotas dejaban un recuerdito diario en sus calles y el olor en sus cuadras no era fácil. Cuando íbamos aproximadamente a una cuadra del estadio Latinoamericano. — La sede del equipo de béisbol Industriales, y que de solo ver sus torres colosales me causaba una emoción indescriptible.
Daniela, como yo, — cansados, estropeados, sudados— salió de la segunda farmacia que visitábamos allí, portando una noticia buena y una un poco arcaica. La buena, fue que la administradora de la farmacia, en un gesto humanitario ante una agotada muchacha, le hizo el favor de llamar a varias farmacias algo más retiradas de por dónde andábamos, y ubico una única caja de fenobarbital 100 mg, en la farmacia de Corral Falso, en el centro de Guanabacoa. Yo grite internamente: ¡¿GUANABACOA?! Este es un municipio que se encuentra retirado a veinte kilómetros del centro de ciudad de la Habana. Ya mis piernas no aguantarían ni cinco. Pero la señora le dijo a Daniela que no podían reservarla, que si llegaba alguien necesitado de ella antes, se la venderían. Todo por la salud de mi mamá, Daniela me dio un abrazo y un beso algo reconfortante. Creo que más que el pan viejo que me comí con un poco de agua con azúcar antes de salir.
Fuimos rumbo a la avenida del puerto, allí el viento es común y esto hace más difícil pedalear sobre todo si es contrario al ciclista. Y como yo no soy muy agraciado por la suerte, estuve todo el tramo que transcurrimos, con la ventolera en contra. Bajaba la cabeza para sacar más fuerzas del alma que del cuerpo físico. En una de esas, pasaron dos tipos en una moto, metiéndose con Daniela, diciéndole que dejara a ese fracasado y que se subiese con ellos en la moto, que la harían llegar rapidito.