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El Investigador [+18]

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Blurb

Luke se recupera luego de haber sido raptado por un grupo de satanistas que intentaron realizar un ritual con su cuerpo, su esposa Eloise en un acto de valentía había logrado rescatarlo cuando estaban a punto de asesinarlo llevándoselo a un lugar lejano protegiéndolo de estos sujetos.

Una vez recuperado se dispone a salir en búsqueda de estos extraños sujetos que lo secuestraron quien sabe con que propósito, durante este proceso comienza a experimentar situaciones muy extrañas que lo llevan a apoyarse con un par de compañeros investigadores a resolver este misterio y dar con los artífices de tales atrocidades.

Eloise termina siendo secuestrada por la misma secta que había raptado en primer lugar a Luke, desatando así una furia y desesperación en el investigador que está a punto de retirarse.

¿Logrará recuperar a su esposa sana y salva o será esta parte del sacrificio que en su momento iba a ser él?

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¿Quién soy?
  La nueva luz daña mis ojos, obligándome a pestañear y a gruñir. ¡Hay demasiada luz! Cuando consigo enfocar medianamente, me mareo un tanto, sin distinguir el concepto de arriba y abajo, hasta que me doy cuenta que estoy colgando cabeza abajo. Algo está quemándome la espalda, lentamente, como un tizón al rojo vivo que se abriera paso en mi piel. Intento apartarme y descubro que tengo los brazos y las piernas atados a lo que sea que me esté quemando. ¡Vaya mierda de situación! Si al menos supiese dónde estoy, porque esto no se parece en nada a las tierras del Jodido Pilar.   Al forcejear, el agua me salpica y entonces comprendo que parte de mi cabeza está metida en agua fangosa. ¿Qué cojones estoy haciendo así? Y lo más grave, ¿quién me lo ha hecho? La sensación de quemazón en mi espalda me está volviendo loco, así que forcejeo con todas mis fuerzas y siento que algo cede a la altura de mis tobillos. Mi cuerpo gira empujado por la gravedad y mis pies aterrizan sobre una dura superficie bajo el agua, aún con mis brazos atados. Es una comprometida posición que no me ayuda a calibrar mi situación, dejándome sin visión y aún atrapado. Así que me aplico en dar unos cuantos salvajes tirones que acaban liberándome.   Descubrir el jodido símbolo al que he estado atado no ayuda a mi desorientada mente. ¡Estaba crucificado a una maldita cruz de cemento del tamaño de una puerta! Con razón me estaba quemando la espalda… Un escalofrío de asco sacude todo mi ser y es justo en ese momento cuando descubro que este cuerpo no es el mío. Mi verdadero cuerpo hubiera ardido al contacto con la… con esa cosa, joder. Miro a mi alrededor, espantado, comprendiendo que estoy dentro de lo que debe ser una iglesia pero anegada por encima del respaldo de los bancos de madera, los cuales flotan astillados en las oscuras y quietas aguas. Me calmo lo suficiente para comprender dos hechos: uno, que la iglesia debe de estar abandonada y, por consiguiente, desacralizada, que es sin duda por lo que puedo soportar estar en su interior; dos, ¡que, de alguna forma inexplicable, me encuentro en el puto mundo humano! Eso me altera bastante y tengo que sentarme en el agua, a pensar. Al rato, tanteo con mis manos y me doy cuenta que estoy sentado sobre el altar y casi me hace respingar de miedo. Vuelvo a decirme a mí mismo que ya no es tierra sacra, sino no hubiera salido indemne de allí. Intento recordar por qué estaba crucificado cabeza abajo en una iglesia abandonada, en un cuerpo que no recuerdo de haberme apropiado, y mi mente hace guiños raros, como si aún no pudiera echar a andar bien.   Lo que sí es seguro es que me encuentro en el mundo humano porque el aire huele a podrido y contaminado. El dolor de mi espalda se calma al no estar en contacto con el jodido símbolo. Me he palpado como he podido y no encuentro quemadura alguna, por lo que debe ser algo somático, digo yo. Al dar un par de pasos, mis pies abandonan el ara y me hundo hasta el pecho en el agua. A pesar de mi situación, la cómica comparación a parecerme a una galleta remojada en un bol de leche acude a mí. Bueno, al menos mi humor sigue de una pieza, es una buena señal. Rebusco en mis bolsillos y no encuentro nada. Las ropas que porto están rasgadas y sucias, la camisa abierta, los botones saltados. Una de las perneras del pantalón falta, arrancada sin duda, y deja asomar mi pierna desnuda. Además, los zapatos han desaparecido, según constato. Aunque nunca he portado ropajes, mi mente, de alguna manera, conoce su uso y la importancia que tiene para los humanos.   Pero este conocimiento es un caos lleno de niebla y escenas confusas que, por el momento, no me dicen gran cosa. Contemplo la cruz invertida a la que estaba atado. Cuelga del techo con cables de acero bastante nuevos. Eso es indicativo que alguien la ha dispuesto así, alguien que pensaba hacer cosas malas conmigo… La simulada inscripción de INRI queda a centímetros del agua, justo sobre el ara sacramental. Esto ha sido un ritual en toda regla, me digo.  Entonces, descubro algo flotando entre el caos de bancos rotos. Instintivamente, me deslizo en el agua que está templada. Es natural, recuerdo que corría el mes de agosto cuando… Agito la cabeza al descubrir que ese recuerdo no me pertenece. ¿A quién corresponde ese recuerdo? Avanzo con cuidado hacia el bulto que se mece suavemente entre maderas astilladas, el cual se convierte en un encuentro con mi primer cadáver flotante; una experiencia única y hasta divertida. Su abultado vientre ha eclosionado días antes, seguramente, y sirve de banquete a toda una progenie de larvas, gusanos y moscas. Por algún motivo, eso acusa aún más el hambre sorda que lleva royendo mi propio estómago desde que abrí los ojos. Cada cosa a su tiempo, me digo. El tipo orondo y con bigote que sirve de buffet flotante, aparece de repente en mis neblinosos recuerdos. Era uno de los humanos dispuestos para el sacrificio junto a Luke. El obrero barrigón…   Espera… ¿Luke? ¿Quién es Luke?  Me muevo despacio hacia la pared más cercana. El agua deja escapar tufo a descomposición al agitarse. La luz del sol entra a través de las grandes claraboyas de vidrieras del techo. Un instinto que no es en absoluto mío me indica que es por la mañana, quizás las diez. Un gran cuadro enmarcado de la Virgen refleja mi imagen y vuelvo a gruñir de la impresión, no por la efigie en sí, sino al comprobar mi estado.   Mi rostro –que no es de ninguna manera mi rostro –está surcado por oscuros regueros de sangre seca, el cabello mojado y apelmazado me parece oscuro aunque de tono indefinido. Una horrenda mancha oscura circunda todo mi cuello. Me inclino y salpico toda la zona de la garganta con agua hasta conseguir arrancar parte de la costra sangrienta. Compruebo que la herida mortal que me ha seccionado la yugular ya se ha cerrado, aunque los rugosos bordes aún se encrespan, formando una horrenda y lívida cicatriz. No tengo experiencia en cuerpos mortales, pero intuyo que pronto no quedará señal del funesto corte.   De todas formas, repaso los rasgos del rostro adquirido. Tez mulata de café con mucha leche, unos ojos de un claro matiz pardo, una nariz algo aplastada, sin duda rota durante la adolescencia, y una boca viril sobre una mandíbula prominente.   “Este tío tiene raíces criollas, fijo”, me digo. — ¿Criollas? ¿De dónde ha venido esa palabra?   Los labios son gruesos y sensuales, típicos en la r**a negra; en la proximidad de la comisura izquierda, una pequeña cicatriz confiere una mueca algo burlona a la expresión bucal. Contemplo a un humano joven, cercano al metro noventa, con un cuerpo ejercitado y, al parecer, resistente.   Tengo que averiguar dónde me encuentro, hacer balance de cuánto recuerdo de la vida de mi envoltorio, y, sobre todo, ¿cómo coño he acabado en un cuerpo mortal, en el mundo humano?  Me asomo a una de las destrozadas ventanas más bajas y me enfrento a todo un pantano del que surgen edificios medio derrumbados y anegados. Se me viene el nombre de una mujer rusa a la mente: “Katrina”. Supongo que es una conocida de Luke. De pronto, empiezo a reírme al centrar mi mente y comenzar a ordenar los recuerdos que bullen allí dentro. Encontrar los demás cadáveres me ayuda bastante a recordar.   Katrina no es ninguna mujer, sino un huracán y, por lo visto, ha destrozado la ciudad de mi envoltorio: Nueva Orleans. El cuerpo humano que habito se llama Luke Anthony Vandeleur y era patrullero de la Policía Metropolitana de Nueva Orleans. Tenía veintiocho años y estaba casado con una hermosa dama de raíces franco holandesas llamada Eloise. El recuerdo de una abundante melena pelirroja y de una preciosa sonrisa fácil me llena la mente y hasta las papilas olfativas.   Entonces, con una imparable cascada de imágenes, revivo de nuevo el rápido secuestro a la salida de la habitual pizzería en la que Luke había cenado a solas, ya que, en aquellos enloquecidos días previos, los hombres del Cuerpo estaban doblando turnos y patrullando sin pareja, preparando la ciudad para el huracán que se acercaba por el golfo. Los servicios informativos decían que este año iba a ser de los malos, pero siempre decían eso, claro.   Le quitaron el saco de la cabeza al llegar a la iglesia. Luke el poli tardó en reconocerla a la luz de tantas velas y focos alimentados con generadores, pero aquel largo techo inclinado y las grandes hornacinas de bordes florecidos en escayola eran inconfundibles. La iglesia de la Madre de los Mártires, en el Lower Ninth Ward. Llevaba abandonada algunos años y estaba siendo usada por yonquis y maleantes como refugio, pero aquella noche parecía servir a otros propósitos aún más oscuros.     Atado de pies y manos, permaneció arrodillado, con la cabeza inclinada, una posición en la que sus maltratadas costillas sufrían menos. Moviendo solo el cuello, giró la cabeza y contempló las personas que estaban a su lado, tiradas y maniatadas también, y supo que se trataba de más rehenes. Media docena de sujetos contando con él. Había una madura ama de casa que portaba aún rulos en el pelo y vestía una cómoda y sufrida bata de estar por casa. Un chico joven con aspecto gótico y pelo largo y húmedo. Un tipo de mediana edad y vientre mimado por largas citas con cotidianas cervezas con ropa de obrero de la construcción. Sintió un escalofrío al contemplar al bebé de pocos meses que berreaba, asustado y hambriento, en los pocos socorridos brazos de una adolescente de corta edad, de no más allá de dieciséis años.   Los he encontrado a todos flotando entre los maderos, salvo al bebé. Pero estaba allí, con ellos, en el momento de sus muertes, y puedo volver a sentir la de Luke, un aterrado y simple poli de patrulla que llevaba tres años en el Cuerpo y que murmuró el nombre de su esposa cuando la cuchilla seccionó su yugular.   Me sorprendí de su vehemencia. A pesar de su miedo, solo tenía pensamientos para su adorada esposa mientras era arrastrado a lo que prometía ser una muerte segura. A pesar del dolor que atormentaba sus quebradas costillas y la cadera astillada, pensaba en que Eloise se iba a quedar sola en el mundo. Me palpé esos lugares en mi cuerpo, comprobando que estaban bien, sanados como el corte de mi pescuezo. Los tipos que raptaron a Luke sabían lo que hacían, le tomaron por sorpresa. Alguien golpeó la ventanilla del otro costado del coche policial, en el mismo instante en el que se subía, y otro se le acercó en silencio, por detrás, en perfecta combinación. Un aerosol le roció sobre la cara y… despertó en aquella iglesia abandonada, en donde unos tipos encapuchados descendían la gran cruz que presidía el techo sobre el altar y la giraban para instalarla cabeza abajo. No hubo ninguna duda para él. Todos ellos habían sido secuestrados por una secta de pervertidos satánicos que iban a divertirse con sus vidas. Eloise se iba a quedar esperándole para la cena que había preparado para celebrar el aniversario. Cumplían seis años de matrimonio y Luke la quería como el primer día. En contra de cuantos se habían opuesto al compromiso, principalmente la familia de ella y muchas de sus amistades, la unión de una pelirroja irlandesa algo cabezota y de un criollo mulato había fructiferado plenamente.   ¡Ahí está de nuevo esa palabra: criollo! Ahora tiene sentido para mí. Se refiere a la mezcla de sangres que hay en este cuerpo prestado.   Pero la historia de Luke se terminaba. Sus últimos pensamientos reverberan claros en mi mente, como si yo mismo hubiera llegado a esa conclusión en el momento adecuado. Él supo que iba a morir allí, de forma absurda e inesperada, junto con los otros inocentes secuestrados en sus hogares, en sus trabajos… en nombre de una creencia estúpida; bueno, al menos estúpida para él, claro. Yo sabía perfectamente lo que alegraban al Jefazo esos sacrificios.   La escena vuelve a repetirse en mi mente. La pesada cruz osciló un momento, colgando de los gruesos cables con los que la habían invertido y que ahora la sostenían, y uno de los satanistas se quedó mirando a los rehenes. Finalmente, detuvo la mirada en Luke.         —Un representante de la autoridad será perfecto para desangrarse en la cruz invertida –dijo y sus secuaces asintieron, poniéndole en pie.   Con una considerable pericia, los satanistas le dejaron colgando cabeza abajo, atado a la gran cruz con unas largas bridas de plástico que rodeaban sus miembros, sin que sus forcejeos sirvieran de gran cosa. A continuación, depositaron al bebé sobre el altar, justo debajo de él, envuelto en su mantita. Cada uno de los restantes rehenes fue colocado de rodillas en un rincón del antiguo templo, rodeados de un grupo de sectarios encapuchados con aquellas largas túnicas negras. Desde su elevada posición, Luke advirtió que cada víctima a sacrificar, rodeada de su correspondiente grupo de sectarios, se situaba sobre cada una de las puntas del pentáculo dibujado en el suelo de la iglesia.   Aunque no los contó expresamente, Luke estaba seguro que había más de dos docenas de tipos de oscuras túnicas, suficientes para hacer lo que quisieran con ellos. Nueva Orleans siempre había sido una ciudad plagada de personajes esotéricos, de rituales preternaturales, y de lugares que atraían toda una siniestra fauna de curiosos, pero no había habido ninguna ceremonia satánica con sacrificio desde los años setenta, que él supiera.   Con aquel pensamiento, agitó su cuerpo e hizo fuerza, una vez más, sobre las ligaduras. No consiguió nada. Por un momento, la vista se le puso borrosa y parpadeó para recuperar la lucidez. Aquella posición invertida no era nada buena para el débil estado de Luke.  Se inició un extraño canturreo que resonaba más bien a un zumbido ya que los satanistas usaban las fosas nasales como acompañamiento. Al mismo tiempo, todos ellos se mecían sobre sus pies, sin moverse del sitio, y levantaron sus brazos. Las túnicas se abrieron, revelando que todos estaban desnudos bajo los oscuros pliegues. Había más hombres que mujeres, pero todos parecían lucir extraños tatuajes o quizás dibujos de henna sobre sus cuerpos.         — ¡Hermanos míos, adoradores del Hijo de la Mañana! –elevó la voz el sectario que parecía llevar la voz cantante y que se mantenía detrás del altar, justo debajo de Luke. El bebé se calló al escuchar la fuerte voz. –Tenemos ante nosotros una oportunidad de revelarnos ante nuestro Amo, de demostrarle nuestro amor y nuestra servidumbre. Conocemos el medio para manipular el huracán al que los tontos han bautizado como Katrina, y convertirlo en el Ojo de Belfegor, en una creación del Infierno que cosechará muchas almas para nuestro Señor. Es nuestro mérito incrementar esa cosecha, otorgando al huracán nuestras plegarias, nuestro poder, hasta que el Ojo de Belfegor sea tan enorme, tan poderoso, que destroce esta ciudad hasta los cimientos, llevándose todas las almas posibles.         — ¡Por la gloria de nuestro Señor! –exclamaron aquellos lameculos a coro.   “Dios, que chalados, joder”, pensó Luke, sintiéndose cada vez más mareado.         — ¡Degollad a los corderos! –gritó el líder, con un chillido agudo, histriónico.   Los demás rehenes, a los cuales habían liberado de sus mordazas, gritaron al ver acercarse las afiladas hojas a sus cuellos, pero los gritos se convirtieron pronto en húmedos gorgoteos. Luke aún pudo ver como su propia sangre resbalaba por su rostro hasta caer sobre el cuerpo del bebé, que había sido dejado desnudo sobre el altar, justo debajo. Afortunadamente para él, expiró y ya no fue consciente de cómo aquel inocente niño era despedazado por las sedientas hojas; sin embargo, sus ojos grabaron esa escena en su cerebro y la puedo ver nítidamente. No sé por qué pero me estremezco.  Me queda clara y manifiesta la intención de aquel grupo de seguidores del Averno de inundar la ciudad por el viento y el agua, incrementando sobrenaturalmente el huracán Katrina mediante los sacrificios humanos. Es un tipo de ritual que hace tiempo que los humanos no nos brindan.   Al parecer, lo habían logrado, pero… ¿qué había supuesto eso para mí, para el Excavador Nefraídes?   Aún no estoy seguro de nada. En ese punto, mi memoria es confusa, cuanto menos. Recuerdo mi estancia en uno de los nódulos incubadores, donde me he criado y he sido entrenado para atacar y debilitar los cimientos del Cielo –de ahí mi categoría de Excavador. He pasado gran parte de mi existencia recluido en el nódulo de incubación, teniendo contacto solo con demonios de mi camada o de rango parecido. Nunca me he codeado con criaturas infernales de otros círculos del averno, aunque he escuchado historias... Nuestros maestros nos hablaron de la disposición de los círculos, de quienes gobernaban en ellos, y de las criaturas que teníamos que cuidarnos o bien someternos. Sin embargo, los Excavadores no somos demonios al uso y los Príncipes Infernales hacen mucho hincapié en mantenernos apartados de las demás huestes. El propio Belcebú se suele jactar de habernos creado personalmente y mantiene nuestra génesis en el más estricto secreto.   El caso es que empiezo a recordar haber sido enviado en una misión que me llevó hasta uno de los Pilares Prohibidos, cuando fui atrapado en El Arrebato. Tras darle vuelta a las historias escuchadas sobre otros casos de demonios desaparecidos repentinamente del averno, creo que esa es la única palabra que puedo usar para explicar la extraña fuerza que me arrancó de la base del Pilar y me trasladó, de alguna manera, hasta aquí, embutiéndome en… el cadáver del patrullero Vandeleur. Todo lo que sé hasta el momento, es que a medida que paso más tiempo en este cuerpo, voy recordando más y más detalles de la vida de Luke, de su entrenamiento profesional, de los amigos de su infancia… del mismo mundo humano, en suma. Al mismo tiempo, estoy medianamente seguro que la energía infernal que constituye mi propia esencia sana las heridas y máculas internas que ha producido el sacrificio.   Me río con fuerza y el sonido retumba en este sitio anegado y olvidado. Todo eso está muy bien como explicación, pero me encuentro solo, sin directrices, y eso es algo que nunca me había ocurrido. No es que un demonio necesite demasiados detalles para una malévola misión –todo queda un tanto a la improvisación de cada uno –, pero debo saber ciertos detalles básicos, como: ¿a quién poseer o atormentar? ¿Hasta qué límite llegar? ¿Debo suplantar al policía humano como si fuese una simple posesión? ¡Porque si estoy seguro de algo es que lo que ha pasado con este cuerpo no es una maldita posesión! Nunca antes escuché a mis mentores mencionar que un demonio hubiera reanimado un cadáver… No es que no se pudiera hacer, claro está, sino que no valía la pena en absoluto.   Remonto un terraplén para alejarme del agua y cuando consigo cierta altura, me detengo a divisar el panorama.   “Es casi como estar en casa, pero con agua en vez de llamas”, bromeo mentalmente.   Hacia el sudeste puedo vislumbrar el curso natural del Missisipi y las zonas en las que el agua ha desbordado los canales. Según lo que saco de los recuerdos de Luke –sobre algo que había comentado varias veces con sus colegas—, opinaba que los viejos diques del lago Pontchartrain no eran seguros y seguramente tenía razón, me digo. Las aguas han invadido la ciudad baja como un ejército de hambrientos bárbaros. Apenas hay movimiento por aquella zona pantanosa, no se ven lanchas de rescate, ni helicópteros sobrevolando; es como si los humanos dieran por perdida esa parte de la ciudad. No tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado desde la muerte de Luke hasta mi despertar. Quizás ese sea un dato importante…   Al comenzar a caminar es cuando soy verdaderamente consciente de lo débil que es la carne humana. Responde cada vez mejor a mi energía demoníaca, al hálito sobrenatural que insuflo en su seno, pero me siento como un niño con muletas nuevas. Me pregunto si mi bello y achaparrado cuerpo de piel de ébano se quedó tirado entre los enormes riscos del Pilar, desechado como la piel de una fruta devorada. Hecho de menos la ardiente sensación de mi sangre de lava recorriendo mi cuerpo y el embriagador estímulo que me hacía tensar los músculos y tendones a la mínima provocación; las espinas naciendo en mi piel con el deseo, lamer los puntiagudos dientes con mi obscena lengua, o el rítmico golpeteo del grueso glande contra mi muslo al caminar… Me da pánico pensar en el poder demostrado para poder arrancar el espíritu de un demonio del propio Infierno y depositarlo en un cadáver humano. ¿Sería cosa de… “el tipo de arriba”, o bien había sido juguete de alguno de los salvajes experimentos de Belcebú? Sea como fuese, no podía hacer nada para remediar la situación, así que decido apretar los dientes y tirar para adelante como un perfecto y sufrido demonio de Cuarto Estamento. >>>

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